EL BURGUES PREHISTORICO

Descubrimiento hecho en Inglaterra podría reescribir la historia de la Europa antigua.

21 de marzo de 1988


El hombre era hermoso, joven y aristocrático. Su suerte se selló cuando fue muerto en un ritual propiciatorio y luego enterrado en una ciénaga de turba. Pero una serie de circunstancias lo llevaron a convertirse en centro de atención de la comunidad científica internacional cuando su cuerpo pasmosamente fresco fue encontrado, 2.200 años después, cerca a Manchester, Inglaterra.

Pero no se trata en absoluto de una momia más. Algunos arqueólogos han concluido, luego de estudiar el cuerpo, que las antiguas teocracias celtas, gobernadas por una casta religiosa de druidas, dominaron una porción mucho más grande de Europa que lo que se creía.

El anuncio de las conclusiones, hecho la semana pasada por el New York Times, podría llevar a reescribir la historia de la Europa Antigua.

La clave es que la condición en que fue encontrado el cadáver, y la forma como murió, sugieren semejanzas con los cuerpos encontrados en los años 50 en pozos semejantes de Dinamarca. Si los cuerpos daneses también pertenecen a druidas, la explicación es que los celtas fueron quienes dominaron Escandinavia en los últimos siglos de la era precristiana. Según esta teoría, los germanos no habrían sido sino una extensión de la sociedad dominante.

El furor actual de investigación sobre esta materia comenzó hace 3 años, en un antiguo pantano cerca del aeropuerto de Manchester, donde un material llamado turba se ha acumulado durante miles de años. Usada por mucho tiempo como combustible, la turba es recogida hoy con fines comerciales por su utilidad para cultivar plantas.

En agosto de 1984, un recolector de turba estaba a punto de triturar en su máquina una porción del material cuando un pie humano asomó en el último segundo, como si quisiera decir algo. Y realmente su mensaje era impresionante. De inmediato, un grupo de arqueólogos recuperó el tronco, la cabeza y las manos de un cadáver muy bien preservado. La piel, convertida en cuero, había adquirido un color pardo oscuro y se había arrugado por efecto de los milenios en un medio húmedo; pero las características faciales, y hasta el contenido de su estómago estaban prácticamente intactos.

El estudio que siguió, realizado por un equipo interdisciplinario del Museo Británico, pronto llegó a varios descubrimientos. Se hizo evidente que el "Hombre de Lindow" no era un celta ordinario. Algunas pistas, que incluían la expresión serena de su rostro, reconstruida por el análisis de la piel y los músculos, sugirieron que había ido por su propia voluntad al martirio. Quienes lo ejecutaron le cortaron la garganta, le rompieron la tráquea, le asestaron un mazazo en la cabeza y finalmente lo ahogaron en agua.

En un libro publicado en octubre pasado por el doctor Don Brothwell, zooarqueólogo que participó en el descubrimiento, se reveló que el estudio de las características del cuerpo evidenciaban que el Hombre de Lindow había pertenenciado a la casta reinante de los druidas. Su configuración saludable indicaba haber recibido buena alimentación y la ausencia de callos y escoriaciones en las extremidades, que no había trabajado nunca con las manos. Se trataba pues, de la momia de un "burgués prehistórico". Por otro lado, el hecho de que no presentara cicatrices de ninguna especie, hacía claro que tampoco había sido soldado. Entonces, ¿quién era y por qué había muerto de tan salvaje manera un caballero tan distinguido?

Las conclusiones de un estudio que siguió trajeron pistas importantes: los doctores Don Robins y Anne Ross, investigadores británicos, se interesaron en el contenido del estómago para saber cuál había sido la última cena del condenado. De ese análisis, concluyeron que el Hombre de Lindow fue en su lejana vida un sacerdote druida que se ganó su martirio en una especie de loteria antigua. Y aún más, que aceptó su sacrificio de buena gana y entregó su vida con gusto, para tratar de agradar a tres de los dioses que los celtas adoraban antes del advenimiento del Imperio Romano

Este trabajo detectivesco se desencadenó cuando los patólogos encontraron en el intestino grueso de la momia una porción de una torta parcialmente digerida. Lo curioso, según la doctora Ross, era que se trataba de un alimento casi totalmente tostado. Usando sus conocimientos de la historia de los celtas, la doctora recordó que los sacerdotes druidas tenían la costumbre de comer una forma primitiva de ponqué, hecha de cereales, y que, cuando se trataba de decidir quién era la víctima del sacrificio, dejaban quemar una parte del preparado. El Sumo sacerdote entonces lo partía en pedazos, y cada uno de los participantes en la ceremonia sacaba uno. El que sacaba la parte quemada, no solamente se comía lo menos sabroso de la torta, sino que era sacrificado en la cruenta forma descrita.

Pero si bien los indicios apuntaban en esa dirección, faltaba la prueba de que en realidad el Hombre de Lindow había comido su porción de galleta fatal en medio de una ceremonia propiciatoria. Esa prueba se consiguió con el uso de una técnica llamada "resonancia electrónica". Este proceso se basa en el hecho de que el calentamiento y subsiguiente enfriamiento hace que los electrones que se liberan queden atrapados en la estructura de los objetos. La abundancia de tales electrones puede medirse con el uso de un campo magnético fuerte. Así se determinó que la última comida del Hombre de Lindow había sido cocinada durante unos 8 minutos, que corresponde exactamente con la tradición conocida. Entre tanto, los patólogos habían concluido que el hombre comió su pedazo cerca de 30 minutos antes de su muerte, lo que es consistente con el ritual conocido.

Por otra parte, la doctora Ross estimó que las varias formas que asumió el sacrificio cuadran con los preceptos religiosos de los druidas. El dios Tarainis era honrado tradicionalmente con la lapidación de la cabeza de la víctima, mientras el dios Esus requería el corte de la garganta y Teutates el ahogamiento en agua. La doctora Ross piensa que esta víctima seguramente fue considerada tan importante, que fue ofrecida en sacrificio a los tres dioses al mismo tiempo.

Estos cuerpos antiquísimos se han encontrado con relativa frecuencia en depósitos de turba en Inglaterra, Escandinavia e Irlanda, pero sólo recientemente se ha dispuesto de una técnica adecuada para rescatar la información que contienen. Una vez desenterrados, normalmente comienzan a desintegrarse en cuestión de horas, por lo que muy pocos han podido ser preservados.

"La turba no sólo preserva en agua los tejidos, sino que los oxigena", dice el doctor Robins. "El agua está saturada de hierro y azufre, que reemplazan componentes de la carne, y cuando todas las condiciones son favorables, la turba es capaz de preservar un cadáver por miles de años. Los huesos se disuelven pero las proteinas de la carne se convierten en material estable".

Los arqueólogos lamentan que los celtas no hayan dejado historia escrita. Mucho de lo que se sabe de su cultura se conoce a través de crónicas de los galos vistas a través del punto de vista de los conquistadores romanos, entre ellos Julio César. Pero el problema de esos recuentos es que son el ángulo de los enemigos, y por lo tanto deben ser descontados por su carácter propagandístico. Por eso, los estudiosos prefieren los indicios indirectos, que de todas maneras son muy arduos de debelar.

Y el problema mayor es que una época de la historia de Europa, envuelta en la bruma de las más oscuras leyendas, está a punto de perderse del todo. En efecto, la explotación comercial creciente de la turba, ha ido terminando con esos depósitos que guardan testimonios irremplazables y en pocos años habrán desaparecido por completo.-