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La revolución italiana

Apabullados por la corrupción de su clase política, los italianos buscan salidas a la crisis que envuelve al país.

10 de mayo de 1993

LA CRISIS POLITICA, ECONOMICA Y MORAL de Italia es comparable sólo a la de la ex Unión Soviética. Desde hace un año los italianos están viviendo una verdadera revolución. En ese lapso han presenciado el destape de una olla podrida de corrupción que afecta a todos los partidos políticos y a sus dirigentes más respetados y que ha puesto en entredicho la integridad misma del país. El tratamiento para el enfermo comenzará mediante el plebiscito del próximo 18 de abril que decidirá si se acepta o rechaza el sistema mayoritario para la elección del Parlamento. La idea es dejar atrás la fragmentación de las fuerzas políticas. Los italianos esperan que en esa fecha se inicie una nueva etapa en la vida política italiana, porque tal como están las cosas, han perdido la confianza en sus políticos.
No es para menos. Con más de dos mil personas entre empresarios y políticos detenidos por corrupción, el jefe de gobierno, Giuliano Amato, cuenta con el 14 por ciento de la popularidad, el menor índice de la historia del país. Italia es hoy un país "roto", atravesado por el "tangentopol", como ha sido denominada una danza de los millones que en los últimos 10 años movió subrepticiamente más de 150 mil millones de dólares para sobornar y financiar los partidos políticos. El sistema permitía a ciertas industrias ganar las licitaciones, desde la Fiat, la mayor industria de la nación, hasta empresas pequeñas y medias, pasando por la ENI, la gigantesca empresa estatal de petróleos, sin excluír los dueños de clubes de fútbol y firmas de asesores.
Giulio Andreotti, uno de los más hábiles y célebres políticos del país, senador de por vida, quien ha hecho parte de 34 de los 46 gobiernos de la república italiana, a veces como jefe de gobierno, 21 como ministro y seis como vicesecretario, es uno de los principales implicados. A los 74 años, el político más poderoso de Italia podría terminar su vida en una cárcel, cumpliendo una condena de más de 10 años por ser -según los jueces- el aliado político de Cosa Nostra. Y aunque Andreotti niega haber hecho algún favor a la mafia, las acusaciones en su contra tienen implicaciones gravísimas y lo destruyen no sólo personalmente sino también políticamente.
Bettino Craxi, ex secretario del partido socialista y quien encabezó el crecimiento del partido en los últimos 15 años, tampoco se salva de las acusaciones.
El temor de una división geográfica de la nación, tan auspiciada a finales del año pasado por las ligas separatistas del norte, lideradas por Umberto Bossi, ya no es el caballo de batalla de los partidos tradicionales. Ahora el temor es que Bossi, crecido estos últimos meses como político, aproveche la rabia y el desprecio que despierta la actual clase política para acaparar nuevos electores como el "nuevo líder renovador del país", una suerte de Mussolini o Perón capaz de construír la gran Italia, de nuevo potencia mundial. Si se votara hoy en día, la liga, cuyos adeptos crecen no sólo en Milán, el norte industrial y rico del país sino también en Nápoles, el subdesarrollado, lograría cerca del 20 por ciento de los votos.
Lo que se busca es una solución política que permita a los partidos de renovar su imagen ante la opinión pública, y el referéndum del próximo 18 de abril constituye el primer paso en esa dirección. Mario Segni, hombre honesto y por fuera de los escándalos, patrocina el plebiscito que reforma el sistema electoral desde un sector que pertenecía a la Democracia Cristiana, el mayor partido del país e involucrado hasta el cuello en los sobornos. Segni, quien sostiene la necesidad de un sistema electoral uninominal en el Parlamento, prepara su campaña sin financiamientos públicos, en forma austera. "Con el nuevo sistema se responsabilizan los elegidos, se va hacia una democracia bipolar en la que los ganadores asumen las riendas del gobierno y la oposición controla, eso permitiría alternarse", declaró recientemente uno de los mayores sostenedores del SI en el plebiscito, el historiador católico Pietro Scoppola.
Para los que apoyan el sistema proporcional, el sistema uninominal mayoritario no asegura el nacimiento de una nueva clase dirigente. Es más, podría significar la muerte de una serie de grupos y movimientos independientes que garantizan la pluralidad de la democracia.
Entre los mayores sostenedores del NO, están distintas fuerza políticas de izquierda y del Movimiento Social Italiano, MSI, de derecha, que ponen sus esperanzas en un Parlamento elegido en forma proporcional y una república presidencial. Lo que en cambio es considerado por la izquierda como el peor de los remedios posibles.
Para enterrar el viejo sistema y lograr el nacimiento de uno nuevo, el jefe del gobierno Giuliano Amato pide más tiempo, hasta la primavera del 94, para que la sociedad civil pueda ofrecer una alternativa a la actual clase que gobierna y para que la economía pueda salir del atolladero en que se encuentra. "Aquí no hacen falta nuevas reglas. Lo que la gente necesita son caras nuevas. Los políticos viejos no son candidatizables, declaró Amato ante los estudiantes del London School of Economics and Political Science, a mediados de marzo, mientras trataba de explicar cuál podría ser el futuro de Italia en Europa, si es que lo tiene.