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Los invisibles: así es la nueva generación de capos del narcotráfico colombiano

Un informe de Insight Crime expone a la nueva generación de narcos: más silenciosa, alejada de las ostentaciones, empuña celulares encriptados en vez de armas. Disfrazados de empresarios, prefieren sobornar que asesinar.

15 de marzo de 2018

Los narcos colombianos han sobrevivido durante 40 años a las batallas internas y al asedio de la autoridad porque aprendieron a mutar, en un negocio variante y complejo. Con la salida de las Farc del escenario de la guerra, comienza una nueva fase para el narcotráfico colombiano, que no solo pasa por el reacomodamiento territorial, las nuevas alianzas y los cambios en esa industria delincuencial, sino también por la consolidación de una forma de ser del narco, una nueva personalidad, si se quiere. De los ostentosos y violentos del siglo pasado, a los silenciosos, casi invisibles de hoy. Esa es la lectura de Insight Crime, una fundación dedicada a investigar el crimen organizado que acaba de publicar un informe que expone en nuevo panorama del negocio de la droga en Colombia.

"Es más probable que los narcotraficantes colombianos de hoy se vistan en Arturo Calle en vez de hacerlo en Armani, que usen zapatos clásicos europeos, en lugar de botas de cocodrilo, que conduzcan un Toyota en vez de un Ferrari, y que vivan en un apartamento de clase media alta, en lugar de habitar una mansión con grifería de oro. Tienen el aspecto de un hombre de negocios respetable". Así es como el informe describe a la nueva generación de narcotraficantes.

Pero para entender la nueva forma de ser del narco colombiano, Insight Crime expone las transformaciones de esa renta criminal, tan fuerte como décadas atrás, incluso más, con la intención de expandirse a mercados nuevos, y con un aprendizaje acumulado para sostener el negocio bajo la sombra.

El efecto del desarme

Hasta su desarme, las Farc eran los jugadores protagónicos del primer eslabón del narcotráfico: la producción. Llegaron a controlar el 70% del territorio cultivado con coca, regulaban sus precios, protegían las rutas, exigían tributos y algunos frentes de guerra se encargaban también de la transformación de la mata en base o en cocaína.

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Con el acuerdo de paz, en 2017 la guerrilla se retiró oficialmente y dejó un vacío enorme en el negocio. Sin embargo, no todos sus integrantes abandonaron el crimen y, por eso, Insigth Crime proyecta la aparición de un fenómeno que denomina las Farcrim, en comparación con las Bacrim, las estructuras residuales de las autodefensas que no se desmovilizaron.

Inicialmente, las disidencias más notorias, las del frente 1, se ubicaban en Guaviare. Desde allí se han extendido y juntado con otras disidencias. Ahora tienen influenCia en Meta, Caquetá, Guainía, Vaupés y Vichada, y por esa localización, controlan las principales rutas del narcotráfico hacia Brasil y Venezuela.

Insight Crime asegura que los disidentes están buscando conectarse con otros residuos de la guerrilla en todo el país. "Nosotros creemos que cuentan con unos 1.000 o 1.500 combatientes y milicianos. Es probable que su número aumente a medida que los guerrilleros vayan saliendo de las zonas de concentración, que se desilusionen del proceso de paz, o que deseen regresar a hacer lo que saben", dice el informe. Incluso, con la tajada del narco que controlan, tienen recursos para reclutar nuevos miembros, explican.

El informe, además, expone la teoría de que las Farc habrían conservado un brazo armado oculto, con acceso a armas, y presto para reactivarse en caso de que el Gobierno incumpla lo pactado o haya una campaña de asesinatos de líderes del movimiento político que crearon. Esa guerrilla "oculta", dice IC, podría estar a cargo del negocio aún en algunas áreas cocaleras, como Putumayo y Caquetá.

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Sin las Farc, asegura el informe, el Eln se está convirtiendo en el actor más importante del narcotráfico, al menos en su primera fase, la de la producción. "No podrá remplazar a las FARC en todo el país, ya que no cuenta con el mismo alcance nacional. Sin embargo, tanto en la costa Pacífica como en la frontera con Venezuela, dos de las áreas de narcotráfico más estratégicas, está ganando poder y comenzando a ejercer hegemonía".

La mutación

Insight Crime categoriza a los narcotraficantes colombianos de los últimos 40 años en 4 generaciones: Los de los carteles de Medellín y Cali, entre la década de 1980 y el año 1995, estructuras con jerarquías muy definidas y que controlaban todos los eslabones del narcotráfico, desde la producción hasta la distribución. La segunda va hasta 2008, y fue protagonizada por el cartel del Norte del Valle y los paramilitares, que eran organizaciones sin un líder absoluto, y con capos especializados en distintas partes de la cadena del negocio, que incluso se enfrentaban entre sí.

Con la desmovilización de las Auc, en 2008, habría comenzado la generación de las Bacrim. Las estructuras funcionan como redes más pequeñas agrupadas en franquicias. Al final, las dos que quedaron fueron Los Rastrojos y Los Urabeños, luego bautizados por las autoridades como Clan del Golfo. "En lugar de dirigir grandes fuerzas militares, esta generación de narcotraficantes se fragmentó y se volvió más clandestina (...) Actualmente son estructuras mafiosas en lugar de ejércitos ilegales".

Los Rastrojos se disolvieron y con la ofensiva de la fuerza pública durante los últimos tres años, bajo la Operación Agamenón, el poder del Clan del Golfo se ha reducido. Insight Crime, de hecho, asegura que su líder Otoniel ya solo manda directamente sobre el 30% de la organización, y se atreve a pronosticar que este año la Fuerza Pública podría capturarlo o matarlo.

Con el fin de las grandes estructuras, dice el informe, se "democratizó" el mercado de la cocaína. Sin el monopolio de ninguna agrupación, cualquiera que disponga de los recursos, la capacidad de mover la droga y de lavar dinero, puede entrar. "Esto significa que los participantes de menor tamaño e independientes, que no están afiliados a las principales redes criminales, pueden entrar en el juego sin temor de ser asesinados".

Pero con la salida de las Farc y de las autodefensas del negocio, sin sus mantos protectores, los narcotraficantes quedan más expuestos. Una vez son identificados por las autoridades, que además han mejorado sus sistemas de inteligencia, pasa poco tiempo para que caigan, explica el informe.

Eso generó la última mutación del narco. "El narcotraficante de hoy prefiere esconderse, bajo la fachada de empresario exitoso, evitando la ostentación y la violencia extrema que caracterizaron a generaciones anteriores". A esa nueva generación la denominan Los invisibles.

En el centro de la nueva organización del narco en Colombia están los jefes que ya han sido identificados, como Otoniel o Jhon 40, quien dirige las disidencias, pero también un grupo más amplio, el de los traficantes que se mantienen ocultos: entre esos nombres se mencionan a Platino, Memo Fantasma, El Señor de la M, los hermanos Gallón o el mismo José Byron Piedrahita.

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Este último, por ejemplo, fue capturado el año pasado, pero estuvo metido en el negocio desde los 80, sin ser detectado del todo, resguardado bajo una fachada de ganadero y empresario, pero activo dentro de la Oficina de Envigado. Incluso logró torcer a un agente estadounidense para desaparecer un expediente suyo que lo ponía en evidencia.

En el segundo nivel del narcotráfico están las estructuras ya conocidas: las disidencias de las Farc, el Clan del Golfo, la Oficina y otras agrupaciones como La Constru o La Cordillera. Con ellos, los capos invisibles negocian el trabajo "pesado": la protección de los laboratorios y de los mercados. A su vez, esas estructuras tranzan con el tercer nivel: el de las pandillas, los sicarios, la mano de obra criminal más rasa. Ese modelo de subcontratación dificulta el desmantelamiento de las redes, pues tras la caída de uno de sus nodos, solo hay que buscarle un reemplazo para que la rueda siga girando.

"Los nodos más importantes, que son los traficantes internacionales, ya han aprendido de los errores de sus predecesores. Saben cómo esconderse ellos, sus actividades en el narcotráfico y su dinero", dice el informe.

Uno de los rasgos de esa nueva generación, explica IC, es su apuesta estratégica por la "pax mafiosa". Los Invisibles tendrían canales de comunicación de alto nivel, para evitar el derrame de sangre que termina exponiéndolos. Mientras sea posible, prefieren solucionar los problemas con plata y no con balas. Eso, por ejemplo, explicaría la reducción de los homicidios en las áreas que históricamente han sido focos del narcotráfico.

La movida en el extranjero

Un kilo de cocaína en Colombia cuesta alrededor de 3.000 dólares (9 millones de pesos). En Estados Unidos se vende sobre los 20.000 dólares, en Europa Occidental en 35.000 y en la Oriental puede valer más de 60.000 (180 millones). Eso significa que el eslabón que se queda con la mayor ganancia es el que transporta la droga de Colombia hasta el destino final.

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Los mexicanos son los principales compradores en el extranjero, porque conducen la droga hasta Estados Unidos. Incluso en las zonas cocaleras colombianas se les  ve desde hace años, comprando de a kilo en kilo hasta completar el cargamento, y vigilando el proceso de fabricación para asegurar la calidad del producto.

Pero eso no significa, dice IC, que los colombianos les estén cediendo el negocio. De hecho, el informe explica que, paulatina e intencionalmente, los narcos del país han ido abandonando (y dejándole a los mexicanos) esa ruta a Estados Unidos, que es más controlada, en la que corren más riesgos y ganan menos, para apostarle a las más lucrativas: Europa e incluso Australia y China en menor medida.

Otra de las movidas internacionales recientes de los narcos colombianos ha sido la instalacion de oficinas de cobro - a la imagen de la que Pablo Escobar creó en Envigado- a lo ancho del mundo. Las hay en casi todos los países de Latinoamérica, pero también en España y hasta en Guinea Bisáu, África.

Las oficinas prestan servicios criminales a los narcos colombianos: reciben, protegen y transportan cargamentos, y también a los capos importantes. Se encargan de los sobornos y hasta de los asesinatos de los rivales en cada país.

Los invisibles, a diferencia de sus predecesores, no están dispuestos a renunciar a sus lujos para vivir en la clandestinidad y enfrentarse a las autoridades colombianas cuando son descubiertos. Por eso muchos, luego de ser identificados, migran y se radican en otros países.

Para redondear el perfil de la nueva generación de jefes del narcotráfico, el informe aporta una descripción más: "Los capos de hoy no tocan nunca un kilo de cocaína, y mucho menos una pistola 9 mm chapada en oro. Sus armas son un teléfono móvil encriptado, una variada cartera de negocios establecidos legalmente y un íntimo conocimiento de las finanzas mundiales".