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Aunque vía Twitter dejó en libertad a sus electores de votar en segunda vuelta, su decisión tendrá un papel simbólico crucial.

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Humberto de la Calle y el Titanic en que se convirtió el liberalismo

Después de la catástrofe del domingo pasado con la candidatura del ex jefe negociador y la jefatura de César Gaviria, el gran interrogante es si el trapo rojo podrá algún día volver al poder.

28 de mayo de 2018

Humberto de la Calle fue tal vez el único de los candidatos a quien prácticamente nadie criticó. O por lo menos nadie lo había hecho hasta su reversazo sobre la extradición de Santrich. Pero en ese momento ya era tarde. A pesar de que todo el mundo lo describía como un estadista al que le cabe el país en la cabeza y un gran caballero en la política, no llegó ni siquiera al umbral.

De la Calle cargaba con dos bacalaos: el proceso de paz y el Partido Liberal. El primero tendrá un reconocimiento histórico en el futuro, pero no para la mayoría de sus contemporáneos. Y el segundo, por el contrario, conoció la gloria en el pasado, pero la ha perdido en el presente. Para algunos, eso podría estar ligado a la  jefatura del expresidente César Gaviria.



Durante su mandato el partido, que unido había ganado todas las elecciones desde 1930, terminó no solo derrotado, sino humillado en las dos últimas contiendas en que su candidato quedó de último. Rafael Pardo obtuvo un vergonzoso 4,38 por ciento de la votación en 2010 y De la Calle, apenas el 2,06 por ciento.

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Un resultado así es difícil de explicar. El mayor error fue haber hecho una consulta interna en noviembre pasado en vez de marzo, cuando habría coincidido con las otras interpartidistas y las elecciones al Congreso. El mano a mano entre De la Calle y Juan Fernando Cristo no produjo más que 700.000 votos y el escándalo de los 40.000 millones de pesos. Ese error fue más del propio De la Calle que de Gaviria, pero resultó mortal. Dejarse contar sin el arrastre de la bancada parlamentaria fue un desastre.

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De la Calle argumentó para hacerlo que una vez elegido el candidato del partido, este podría medirse en una interpartidista con Sergio Fajardo, quien en ese momento sería el candidato del Polo y los verdes. Eso crearía una coalición de centro en defensa del proceso de paz capaz de competirle a la derecha.  Pero Fajardo despreciaba al Partido Liberal y no quería contaminar su imagen de impoluto. De la Calle tuvo la posibilidad de hacer una interpartidista con Petro, Clara López y Carlos Caicedo, pero no le jaló. También le plantearon una con Germán Vargas, pero no solo la rechazó sino que se ofendió.

Cuando Fajardo por fin aceptó esa posibilidad en el famoso café en abril, ya era tarde. Como las candidaturas estaban inscritas, De la Calle no tenía la posibilidad de renunciar para hacer alianzas a menos que reembolsara los 40.000 millones de pesos. En ese momento el candidato, que tenía en encuestas más del 5 por ciento, pasó a la mitad de eso y dejó de ser viable. Su performance durante la campaña fue digno y decoroso. Sin embargo, la inevitabilidad de su derrota hizo que terminara como el candidato más respetado y menos votado.

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Ante el Titanic del domingo, amplios sectores del partido consideran que el capitán debe hundirse con el barco. En otras palabras, que hay que pasar la página de César Gaviria y empezar una nueva era. Eso no va a ser fácil. En primer lugar, porque no es seguro que el expresidente quiera irse. Y en segundo, porque no es probable que los colombianos vuelvan a entusiasmarse con los partidos tradicionales. Todavía el liberalismo tiene una fuerte estructura parlamentaria. Pero se trata más bien de un sindicato de caciques que de la vieja corriente ideológica de centroizquierda.

El futuro del Partido Liberal plantea un interrogante. La representación en el Congreso se ha atomizado en varios partidos y ninguno tiene por sí solo una mayoría.  Del sistema bipartidista se ha pasado a una especie de parlamentarismo en el que la gobernabilidad solo se consigue con coaliciones.


Foto: Ruby Marcela Pérez, Camila Reina/SEMANA

Al cierre de esta edición, las redes sociales liberales clamaban por la salida de Gaviria de la jefatura.  Se convirtió en tendencia el hashtag #Gaviriatuvolaculpa, y en la sede de De la Calle los seguidores gritaban “No más Gaviria”. Lo acusan de no haber hecho campaña más contundente en las parlamentarias, pero, sobre todo, de no haber apoyado una alianza con Fajardo.

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Aunque vía Twitter dejó en libertad a sus electores de votar en segunda vuelta, su decisión tendrá un papel simbólico crucial. Se limitó a decir que seguirá comprometido con la paz.  Es claro que su partido y esa difícil bandera afectaron su viabilidad, pero también que en todas las orillas lo vieron como un candidato serio, comprometido y respetuoso de la institucionalidad.

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De ese naufragio, a nivel de presencia nacional quedan tres sobrevivientes: Cristo, Juan Manuel Galán y Simón Gaviria. El primero tiene trayectoria, ascendencia parlamentaria y reconocimiento en sectores sociales.  Los otros dos tienen no solo sus apellidos, sino méritos propios y una imagen renovadora. En todo caso, la resurrección liberal no será fácil.