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JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.

Constituyente: ¿sí o no?

El gran salto constitucional que se necesita debe girar alrededor de una justicia que de verdad lo sea y de un nuevo sistema político-electoral distinto al que nos rige.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
5 de abril de 2014

Hace unos días Yolanda Ruiz, directora de RCN LA RADIO, nos preguntaba al aire a los miembros de su mesa de trabajo si estábamos de acuerdo con la posibilidad de convocar una asamblea constituyente. Aunque hubo diversas opiniones, al final la mayoría concluyó que era mejor no abrir una caja de pandora de la cual nunca se sabe lo que va a salir.

En mi caso, disiento de esa mayoría y para trasladar la discusión a Semana.com les comparto a los lectores algunos argumentos por los cuales sí creo que necesitamos un proyecto constituyente que responda a los desafíos de la Colombia actual.

Para empezar, tendremos que arrebatarles la discusión a los políticos de turno y volcarnos hacia un foro nacional en el que la academia y los sectores cívicos puedan aportar.

No me gustan las banderas oportunistas que se levantan en torno a este tema. No me gusta pensar en una constituyente que sirve para asustar y mostrar dientes, como la que propone Gustavo Petro. Tampoco una con las armas puestas en la mesa, matando policías a diestra y siniestra, como la que plantean las FARC. Mucho menos una constitución cuyo único propósito sea prolongar indefinidamente la reelección, como quisieran algunos ‘furibistas’.

El gran salto constitucional que se necesita debe girar alrededor de una justicia que de verdad lo sea y de un nuevo sistema político-electoral distinto al que nos rige.

Seamos realistas. No queda otro camino. Desde 1991 hasta la fecha se ha intentado un centenar de reformas a la Constitución actual y de esas, algo más de 30 se han vuelto realidad. ¿Cuál de todas –me pregunto yo– ha logrado cambiar las prácticas clientelistas de la alta justicia o diseñar mecanismos transparentes de selección de magistrados o poner en cintura a las cabezas de esos órganos que hoy no tienen quién los investigue y por eso se la pasan urdiendo fechorías?

¿Cuál de todas las reformas que se han aprobado corrigió los vicios del actual sistema electoral colombiano para garantizar prácticas limpias en el necesario ejercicio de la política? ¿Qué reforma nos libró de los Musas y los Ñoños o, por lo menos, los redujo a su mínima expresión?

¡Ninguna! Los cambios que se han hecho sobre la enclenque base constitucional que tenemos en materia de justicia y política han sido pañitos de agua tibia para la grave crisis institucional que vivimos.

La experiencia nos muestra que no ha sido posible emprender transformaciones estructurales en esos dos campos mediante mecanismos ordinarios. 

Lo más grave es que no hay con qué y tampoco con quién. Este Congreso, renovado en menos del 40 %, no es prenda de garantía para pensar que ahora sí lograremos tramitar a instancias suyas las reformas necesarias. 

Aunque haya voces independientes y nuevas bancadas de oposición, mientras los incentivos para no cambiar sean tan altos, los pocos senadores bienintencionados terminarán haciendo lo que pueden, pero no necesariamente originando el cambio radical y de fondo que el país necesita.

Una constituyente acotada que respete conquistas fundamentales del Estado Social de Derecho como la tutela pero que sacuda las bases de la estructura del sistema de justicia y elimine los atajos que el actual ordenamiento promueve a la hora de elegir a quienes nos representan, se debería convertir en la obsesión de las nuevas generaciones.

¡Claro que hay que construir sobre lo construido! El problema es que si desde los cimientos las cosas están mal, cualquier reparación va a terminar por caerse al poco tiempo.

Sincerémonos y abramos la discusión, no para hacerles el juego a Petro, Uribe, Piedad o las FARC, sino para pensar desde la ciudadanía qué vamos a hacer para quejarnos menos y actuar más.   



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