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Malasangre

“Sanguijuela” es el intento más fresquito que ha hecho Maduro para enervar a Santos. La intentona de ofensa, que dará pie para toda clase de comentarios en Colombia, es la tercera carga que en cinco días lanza el vecino.

Poly Martínez, Poly Martínez
26 de julio de 2017

Hay que entender que cada semana trae su afán para el gobierno de Venezuela y esta no podía ser distinta. Está en vísperas de Constituyente, con medio país paralizado y el otro medio tratando de moverse para resolver la escasez; este miércoles se reúne nuevamente el Consejo Permanente de la OEA, encuentro del cual seguramente no saldrán sanciones efectivas y declaraciones rotundas furibundas, pero sí trae a escena al exfiscal de la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo, encargado de investigar posibles crímenes de lesa humanidad por parte del gobierno de Nicolás Maduro.

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Lo curioso es que en Colombia podemos entender a qué obedecen esas declaraciones de Maduro, desestimar su tono y forma por distractora, beligerante, camorrera y burda, pero nos cuesta entender la lógica de no escalar el volumen y la tensión bilateral respondiendo con otra andanada.

La diplomacia está subvalorada en Colombia. Por eso, al hablar de diplomacia se corre el peligro de quedar enredado en el tapete, los espejos, el besamanos, las luces, los protocolos y la brillante frivolidad, adorada por muchos que la cuestionan. Con las formas. Siempre las formas para los colombianos. Muchos preferirían una diplomacia de florero en mano pero para lanzarlo junto con insultos y amenazas de guerra.

Por mirar las formas, se deja de ver el propósito. Se confunde el tono con el mensaje, el protocolo con debilidad. Eso no significa que la gestión diplomática de Colombia y la labor de la Cancillería estén libres de críticas. Sin embargo, ha sido a través de la diplomacia oficial, manteniendo abiertos los canales de comunicación, los formales y los que no lo son tanto, como Colombia ha logrado capotear la relación con Venezuela a lo largo de estos años y en diferentes momentos.

Una variable que sí ha cambiado es la presión interna, cargada de intereses propios de la política nacional, que desestima cualquier gestión del presidente o la canciller. El proceso de paz con las Farc ha sido un logro para la diplomacia de este gobierno pues pudo ambientar el proceso en el exterior y conseguir respaldos, recursos, buenos oficios y reconocimiento. Pero no logró establecer un escenario similar, favorable y de consenso en el país.

Los que hoy critican a Santos por no ser más vehemente con el gobierno de Maduro, pedir todo tipo de sanciones y adelantar acciones, seguramente lo cuestionarían si actuara al revés: le pedirían más sentido de Estado, subrayando la importancia de las relaciones bilaterales, la prioridad del diálogo en el manejo de kilómetros y kilómetros de una frontera permeable que requiere consensos y buen disposición para cuidarla, y ese largo etcétera. Con el tema bilateral no solo se hace política allá. Venezuela es también un comodín internamente.

Algunas veces, que no pase nada en las relaciones bilaterales es precisamente el logro. Y eso no es posible a punta de diplomacia de salón, como afirman por ahí. La diplomacia se caracteriza por ser silenciosa, persistente y paciente a lo largo de un camino que no siempre es el más corto o sabroso. Pero ya sabemos que eso desentona en estos años de ruido digital, de atajos mediáticos y malasangre.

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