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¿Se apelotardó Mockus?

Si los bogotanos creen en los beneficios de la reforma, y los medios lo divulgan, ¿cuál concejal se va a exponer a que lo tachen de verdugo de la ciudad?

Semana
6 de mayo de 2002

En unos dIas Mockus completarA la mitad de su período de gobierno: un año y medio. Y el aniversario le va a coincidir con lo que un reciente editorial de El Tiempo denomina las “pésimas relaciones entre un sector del Concejo de Bogotá y la alcaldía Mockus”. Consecuencia: por quinta vez se hundió el proyecto de reforma tributaria, sin el cual la posibilidad de que eso que hemos llegado a llamar “el milagro bogotano” pierda la inercia que le dejó metida la administración Peñalosa. El editorial de El Tiempo tiende a echarle la culpa al Concejo, con el argumento de que “detrás de la encarnizada oposición (a Mockus) se esconde una fuerte resistencia de unos pocos concejales al modelo de ciudad que se ha estado consolidando a lo largo de la última década”. En esta descripción está el reto: unos pocos concejales que se oponen al nuevo modelo de ciudad. Lo primero implica que es una minoría la opositora, y lo segundo sugiere que los bogotanos tienen que ser conscientes de que la ciudad que quieren necesita una fuerte inyección financiera. Y en medio de esta discusión, ¿dónde está el liderazgo de Mockus? Satanizar al Concejo de Bogotá es una fórmula gastada. Ni éste es peor ni mejor que aquel con el que le tocó gobernar a cualquiera de sus antecesores. A todos les ha tocado encontrar la diferencia entre “manejar” y “sobornar” al Concejo. A año y medio de gobierno de Mockus le agradecemos que no haya hecho lo segundo, pero legítimamente podemos reprocharle que no haya hecho lo primero. Porque eso significa no haberle levantado a Bogotá la plata que necesita para sostener un progreso que ya había despegado. Primero se perdieron los recursos de la descapitalización de Codensa, por razones que van desde argumentos ideológicos hasta errores de forma en la presentación del proyecto. Ahora está vaporosa la aprobación de la reforma tributaria. El gran problema es que mientras el producto de la reforma no se ha gastado, el de la descapitalización ya ingresó al presupuesto del Distrito. ¿Cómo vamos a financiar entonces a Bogotá? De los concejales “opositores”, conozco a tres: a María Victoria Vargas, quien fue mi compañera en la universidad; a Leo César Diago, quien me apoyó en una aventura política, y a Antonio Galán, por su trayectoria pública: en eso tiene el triste récord de ser un hombre eternamente equivocado. Pero los tres reúnen un requisito: han sido elegidos popularmente y por lo tanto a ninguno le conviene echarse encima a la ciudadanía de Bogotá o a los medios de comunicación. ¡Cuán lejos ha estado la administración Mockus de explotar en el Concejo esta realidad para salvar a la ciudad! El Alcalde, tan dado a la actividad pedagógica, está embebido con el programa de “resistencia civil” contra la violencia, ocupado en si el símbolo de esta campaña debe ser un triángulo más o menos anaranjado, cuando su primera misión es convencer primero a la ciudadanía de Bogotá de que la reforma tributaria no es sólo más impuestos para la ciudad sino el bienestar —en primer renglón la gran revolución estudiantil— de la ciudad. Si los bogotanos creen en los beneficios de la reforma tributaria, y los medios divulgan esta sensación, ¿cuál concejal elegido popularmente se va a exponer a que lo tachen de verdugo de la ciudad, por Dios? De esta falta de manejo no le echo la culpa a la secretaria de Gobierno, Soraya Montoya, “un alma de Dios”, aunque comparada con el olfato político de su antecesor, Héctor Riveros, cada faena suya ante el Concejo es semejante a enviar a los niños cantantes vallenatos a una corraleja. Sobre el secretario de Hacienda, Israel Fainboin, no se pretende que un excelente investigador, además, tenga el talento de manejar las mañas del Concejo de Bogotá. Para eso está el liderazgo del Alcalde. Al oído de Mockus, sí, le habla su secretaria privada, Alicia Eugenia Silva, una especie de nazi que tiene a Mockus convencido de que si saca adelante las reformas que Bogotá necesita en el Concejo sale castrado. No sé. Pero a estas alturas de los acontecimientos, los bogotanos nos rebelamos: preferimos a un Alcalde castrado que a éste, al que tanto queremos, apelotardado.

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