Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Tres novedades

Los optimistas ponen su esperanza en que el Papa Francisco es jesuita, miembro de la orden religiosa más inteligente de la Iglesia católica.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
16 de marzo de 2013

La noticia la dio desde el alto balcón de San Pedro en Roma, brincando de la dicha, el protodiácono vestido de colorado: “¡Habemus Papam!” Y era un papa argentino. Y era un papa jesuita. Los optimistas se mostraron tan dichosos por ambas cosas como el protodiácono. Pero invirtamos los términos; un argentino papa, un jesuita papa. Y a ver qué pasa.

Argentino, se alegran los optimistas. Y, por extensión, lo convierten en un papa “latino”, como llaman ahora a los habitantes de Iberoamérica olvidando que el latín viene de Italia. Y bueno, este papa también, como lo indica la sonoridad de su nombre, Giorgio Mario Bergoglio. Pero es un cardenal argentino, del Tercer Mundo, del mundo pobre, de la periferia de la Cristiandad: “Del fin del mundo”, como acaba de decir él mismo. Un papa del continente con mayor número de católicos del planeta. Y, tampoco hay que olvidarlo, con el más caudaloso torrente de conversos a Iglesias protestantes –ninguna de ellas seria: franquicias de garaje– , y que solo conserva en primacía numérica por cuenta de la demografía desbocada. Y es por eso que los papas de Roma y sus procuradores se oponen al control de la natalidad. 

Pues lo cierto es que ya nadie se convierte al catolicismo, salvo, por razones estéticas, algún extravagante intelectual inglés. Al islam sí, al budismo también. Al catolicismo no. Y en cambio acabo de ver en internet la ceremonia de consagración del expresidente católico  Álvaro Uribe por un pastor protestante de su propia iglesia pereirana, en su propio garaje. El expresidente, con los ojos cerrados y las manos tendidas, parecía levitar.
¿Y eso qué tiene de nuevo? Un papa argentino, un pastor pereirano que promete milagros, un oportunista expresidente de Colombia. Rebusque. Desenvolate. Desde siempre, la carrera eclesiástica y la política han sido los más rápidos atajos para el ascenso económico y social.

Pero hay quienes se ilusionan con el espejismo de que un papa tercermundista, por serlo, vaya a convertirse en el papa de los más pobres dentro de los pobres: de los bienaventurados del Sermón de la Montaña. El papa de una Iglesia por fin (si cabe la contradicción) cristiana. Como si no se hubieran dado cuenta de que las Iglesias de los países pobres son las más reaccionarias y retrógradas, las más partidarias de la exclusión y de la represión. Este nuevo papa viene de la Iglesia argentina, que es la más reaccionaria del mundo (con excepción, quizás, de la de Colombia), como lo mostró en su momento su colaboración con las Juntas Militares de hace 30 años. A este papa lo han acusado personalmente de no haber protegido, siendo provincial de los jesuitas, a unos miembros de su orden apresados y torturados por los militares en los años setenta.

Sin embargo, es justamente ahí donde ponen los optimistas su esperanza en el papa Francisco: en que es un jesuita. Un miembro de la orden religiosa más inteligente de la Iglesia católica, y probablemente la más poderosa de  sus sectas internas desde la disolución de los Templarios. Por primera vez en sus cinco siglos de historia un jesuita es elegido papa. Por primera vez los jesuitas tienen, además de un general, un papa propio.

Oigo decir que los jesuitas tienden a ser más progresistas que otros. Que los del Opus Dei, por ejemplo, que tanta influencia tuvieron durante el largo pontificado de Juan Pablo II y el relativamente breve de Benedicto XVI.  Y eso es verdad,  a veces. Los jesuitas se han inclinado siempre, jesuíticamente, hacia donde sople el viento –o, mejor, han estado siempre desde donde el viento sopla–.

Este papa argentino y jesuita se llama Francisco: también es la primera vez en los dos milenios de historia de  la Iglesia que un papa toma ese nombre. ¿Francisco por quién? Hay dos padres jesuitas famosos que se llamaron así: Francisco Javier, el compañero del fundador Ignacio de Loyola (pero ponerse Ignacio hubiera sido una provocación abierta), misionero en tierras de infieles en el Asia; y Francisco de Borja, duque de Gandía, bisnieto del papa Alejandro VI. Pero también puede ser que haya adoptado el nombre por el Francisco más célebre de todos, el poverello de Asís.

Habrá que verlo, claro. Por ahora tiene más cara de cura que de papa. 

Noticias Destacadas