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Paco Taibo, director general del Fondo de Cultura Económica.

INDUSTRIA EDITORIAL

México y la izquierda: la transformación radical del Fondo de Cultura Económica (también en Colombia)

Lo que busca hacer el presidente López Obrador en la política y gestión pública de su país ha hecho que el Fondo de Cultura Económica, la editorial pública en español más grande del mundo, dé un giro dramático. La transformación ya se hace sentir en su filial en Colombia.

William Martínez*
29 de mayo de 2019

Este artículo forma parte de la edición 163 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista

Poco más de cien días después de su llegada al Fondo de Cultura Económica, Paco Taibo me dice que se encontró con “un desastre”. Al otro lado de la pantalla del computador, desde Ciudad de México, el nuevo director de la editorial pública en español más grande del mundo prende cigarrillos y habla sin protocolos. “Me encontré con una estructura financiera diabólica: exceso de personal, deudas y compras inexplicables de libros que terminaban en bodegas”. Después otorga especial peso dramático a dos cifras. Según él, en las bodegas del Fondo se amontonan cerca de ocho millones de ejemplares y sus filiales en el extranjero pierden 1,3 millones de dólares al año. “Había operado una lógica más o menos de alegría. Es dinero público, gástese como sea. Y eso se acabó. Aquí estamos en pura lógica de austeridad. ¡Somos franciscanos, maldita sea! El equipo que tomó el control es franciscano”.

Este escritor español nacionalizado mexicano, biógrafo del Che Guevara y Pancho Villa y popular promotor de lectura, encontró en el Fondo, según sus propias palabras, a “un rey desnudo”. Un rey huérfano en un castillo atiborrado, aferrado al recuerdo de haber educado con sus libros a una legión de intelectuales iberoamericanos y que, en tiempos recientes, habría servido, más bien, de “escaparate para los informes propagandísticos de los presidentes mexicanos de turno”. Sin embargo, Taibo cuenta que ese rey, ensimismado en su gusto especializado, dejó de ver la importancia de publicar literatura y crear colecciones populares que llegaran a las manos del último labriego. Por eso él, autor de novelas policiales como La vida misma (1987) y La bicicleta de Leonardo (1994), quiere cambiar el perfil que el Fondo ha tenido durante sus ochenta y cinco años de historia.

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El Fondo de Cultura Económica es una editorial propiedad del Estado mexicano y cuenta con filiales en Venezuela, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Guatemala, Estados Unidos, España y Colombia, a donde llegó hace treinta y cinco años. La fundó en 1934 el economista e historiador Daniel Cosío Villegas, con el fin de traducir al castellano libros de economía y hacerlos asequibles a los estudiantes universitarios. Su prestigio en el mundo editorial no proviene necesariamente de sus libros de narrativa, sino de sus colecciones académicas: historia, filosofía, sociología y, en el último tiempo, ciencia y literatura infantil. Se trata de una casa que publica cerca de setecientos títulos al año y que tradujo por primera vez al español libros canónicos como El capital, de Karl Marx; Economía y sociedad, de Max Weber; Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault; y, más recientemente, El capital del siglo XXI, de Thomas Piketty.

Para el mexicano Tomás Granados, gerente editorial general entre 2013 y 2016, el modelo híbrido le ha permitido al Fondo crecer como ninguna editorial académica en América Latina: “El Fondo tiene una pata en la lógica de la edición universitaria y otra pata en la lógica de la publicación comercial. Su músculo financiero es mucho mayor que el de las universidades, y su vocación es mucho menos mercantil que la de las editoriales comerciales. Se mueve en ese intermedio”.

Cuando le pregunto a Paco Taibo por la situación financiera de la filial colombiana, que desde 2008 funciona en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, a una cuadra de la Plaza de Bolívar de Bogotá, insiste en la idea del desastre. “Si tienes costos operativos tan altos y un millón de libros en bodega, pues no está funcionando. De todas maneras, tienes que hablar con la gente de esa filial, que está haciendo un estudio en minucia para renovar la estructura”.

Para conocer la situación de la editorial en Colombia, cuyas librerías tienen un rol predominante en el mercado nacional y cuyo sello ha ganado relevancia en los últimos tres años, seguí la sugerencia de Taibo y conversé con el director que este acaba de nombrar, el escritor y gestor cultural Nahum Montt, y con el anterior, el economista mexicano Álvaro Velarca, al frente de la operación entre 2016 y 2019. Ambos me contaron que en el país solo reposan doscientos mil libros en bodega, una cifra adecuada si se considera que, solo para abastecer la Feria del Libro de Bogotá, el Fondo requiere sesenta mil. La editorial, además, puede atender hasta cuatro ferias del libro simultáneamente, como ocurrió en septiembre de 2018, cuando su catálogo estuvo en el Festival Visiones de México en Colombia, la Feria Universitaria del Teatro Faenza, la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín y la Feria del Libro de Manizales.

En cuanto a los altos costos operativos que menciona Paco Taibo, parece haber algo de cierto en relación con los gastos administrativos, pues estos han sido elevados, principalmente por los sueldos. Sin embargo, Velarca sostiene que la situación no era un desastre, como lo han descrito Taibo y Montt. “Colombia es la única de las nueve filiales con utilidad operativa positiva, considerando también los ingresos del arrendamiento del inmueble –me dijo–. La filial se mantenía, al menos hasta el cierre del año pasado, en números negros”.

En este contexto es necesario entender que el Fondo es una entidad sin ánimo de lucro. Mientras que una editorial comercial exige dividendos para sus accionistas, el gobierno mexicano no les pide utilidades a las filiales. Su tarea, más bien, es ser autosostenibles e influyentes en el sector. Para esto último, en Colombia la filial realiza más de treinta eventos mensuales de carácter gratuito, entre charlas con escritores, talleres para promover la lectura y conciertos. El subsidio ha sido parte de su espíritu y esto, por supuesto, tiene un impacto presupuestal.

LA REVUELTA POPULAR

Detrás de las declaraciones y los planes de cambio de Paco Taibo está un proyecto popular que busca cortar gastos y disipar el derroche. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ascendió al poder con un discurso que prometía reducir el gasto del gobierno para invertir en “el desarrollo del pueblo”. Sus reformas le han quitado privilegios a la clase política –ningún funcionario público puede ganar más de seis mil dólares mensuales–, pero han desatado varias tormentas en apenas seis meses de mandato. En estos días, por ejemplo, México atraviesa una emergencia ambiental por ciento treinta y cinco incendios que, por la reducción del presupuesto, la Comisión Nacional Forestal no ha logrado combatir con la debida contundencia. Así, la política gubernamental de recortes llegó también al Fondo de Cultura Económica, con una reducción de 1,2 millones de dólares en el presupuesto.

La primera medida que Paco Taibo tomó fue cambiar a los directores de las filiales. Eligió a escritores y gestores culturales, según sus propias palabras, afines a la izquierda, con el fin de usar al Fondo para cumplir con la meta de elevar los índices de lectura en los sectores más populares de Iberoamérica. La estrategia, que comenzó el pasado febrero, consiste en producir libros de bajo precio, fortalecer las redes para distribuirlos y crear clubes de lectura. En principio, mandó a poner en las estanterías mexicanas mil doscientos títulos, a tres dólares cada uno, y creó Vientos del Pueblo, una colección de narrativa con autores de ese país –de Guillermo Prieto a Elena Poniatowska–, cuyos ejemplares pueden conseguirse por menos de dos dólares.

A Colombia llegará Vientos del Pueblo y también, a mediados de junio, según Taibo, una nueva versión de la colección popular del Fondo. Con títulos que se venderán entre cuatro y seis dólares, sobre temas de ciencia ficción, novelas policiales y de aventuras y periodismo narrativo, Taibo espera atraer a una masa de lectores de clase media y baja, sobre todo jóvenes. “La lógica es muy simple: lo que te engancha al mundo de la lectura es la divulgación o la literatura de acción –me dijo–. Necesitamos ese tren desaforado de la acción para decirle a un adolescente: ‘Esta novela, hijo mío, te va a volar las pinches neuronas’”.

Hay voces, sin embargo, que ponen en cuestión esta nueva estrategia del Fondo, pues, según pude concluir de conversaciones con conocedores del sector, leer no depende de ser dueño de los libros, sino de tener fácil acceso a ellos. Un gestor cultural con que hablé y que pidió no revelar su nombre me explicó que en Colombia en los años noventa se discutió ese tema con profundidad y que las instituciones culturales llegaron a la conclusión de que era más eficaz organizar un buen circuito de bibliotecas que imprimir libros a precios bajos. De hecho, hoy los esfuerzos gubernamentales están encauzados a expandir la cobertura de las bibliotecas, conectarlas a internet y crear catálogos digitales, con el fin de llegar a millones de personas.

El exgerente editorial del Fondo Tomás Granados piensa que el proyecto que Taibo lidera es “ambiguo e insuficiente”. “Su prioridad no debería ser crear lectores, porque el Fondo no tiene las fuerzas de un ministerio, y es una editorial. Creer que se puede incidir en una población de ciento veinte millones de personas con los cuatrocientos mil ejemplares que ha lanzado Vientos del Pueblo es ridículo. Si dotas a las bibliotecas de las escuelas y convocas a los líderes simbólicos de las comunidades para promover la lectura, sabrás que esas políticas tienen más efectos a largo plazo que publicar pequeños folletos de narrativa. También hay una cortedad de miras preocupante en la selección de los títulos: la actividad lectora va mucho más allá de la sensibilidad literaria”.

Ahora que el plan se desarrollará igualmente en Colombia, puede preguntarse si en el país hay la infraestructura y la capacidad logística para distribuir las colecciones populares del Fondo. Mientras que en México este cuenta con ciento veintitrés librerías, en Colombia tiene apenas dos: una en Bogotá, en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, y otra en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. En nuestra conversación, Taibo reconoció la dificultad de aterrizar su proyecto en este país: “Ujujuy, compadre, tiraste alto. En México, además de nuestra red de librerías, hicimos unas ochenta operaciones de choque para llevar los libros a lugares donde nunca han llegado. ¿Cómo transportas toda esa logística a Colombia? Pues no puedes, seamos sensatos. Tenemos que crear una estructura distributiva nueva, y eso tomará tiempo”.

EPOPEYA EN COLOMBIA

Nahum Montt nació en 1967 en Barrancabermeja y es escritor. También ha sido gestor cultural, asesor de proyectos pedagógicos del ministerio de Educación y director del Taller de Narrativa Ciudad de Bogotá. Ganador del Premio Nacional de Novela en 2004 con El eskimal y la mariposa, se considera, al igual que Taibo, un fanático de los relatos de aventuras. Montt está próximo a cumplir dos meses al frente de la filial colombiana del Fondo y se siente, según dijo cuando lo entrevisté, como uno de los héroes convocados por Taibo. “Vamos a sacar adelante un sueño delirante, la epopeya de un pueblo”, me dijo en el momento en que le pregunté por la misión que le han puesto desde la central en México.

Para Montt, más que un centro cultural, el Fondo era un centro empresarial que le daba la espalda a la cultura popular colombiana. Me contó que lo veía atrapado en los nueve mil quinientos metros cuadrados que ocupa en la construcción de Rogelio Salmona. “Estaba muy pasivo, esperando a que los estudiantes y los turistas llegaran. En la nueva etapa, vamos a salir a las calles; vamos a aliarnos con las bibliotecas, las universidades, los colegios y las alcaldías de las regiones para organizar ferias del libro y talleres de lectura y escritura. El Fondo entraría a apoyar eso financiera y logísticamente. La idea es que sea el músculo que faltó cuando yo trabajé con el ministerio de Cultura”.

Montt dice que sueña con organizar una feria universitaria en el hall de sociología de la Universidad Nacional, donde tenía su puesto el librero Bernardo, uno de sus mentores. Dice que quiere encontrar en un supermercado libros de aventuras editados por el Fondo al lado de una revista SoHo. Se le ve emocionado cuando habla de organizar una feria del libro en el Magdalena Medio, donde Barrancabermeja, su municipio, sea el epicentro. “Yo quiero publicar literatura, viejo, porque en eso estamos prácticamente apagados”. Por su parte, Taibo admite que su gestión estará marcada por sus gustos editoriales.

Para contrastar los planes que me expusieron Taibo y Montt, hablé con algunas fuentes que conocen el Fondo, un lugar históricamente abierto para voces plurales y disidentes. “Taibo me ha dicho que quién diablos publica a Heidegger, que a quién le importa Hegel, que por qué va a reimprimir a Nietzsche, que, como esos libros se venden poco, no le sirven. Por eso quiere que las universidades nos dediquemos a publicarlos. ¡Pero el Fondo es el sello más prestigioso para los autores académicos!”, dice Sayri Karp, directora de la editorial de la Universidad de Guadalajara. “El capital simbólico del Fondo está cimentado en libros complejos. Con ediciones críticas, sin mayor vocación comercial, se ganó un lugar en el mundo editorial de lengua española. Si se dilapida ese capital, habría una pérdida irreparable y no en un sentido metafórico: recordemos que las editoriales no tienen los derechos de obra a perpetuidad”, comenta Tomás Granados.

Montt sostiene que el nuevo proyecto no sepultará la identidad del Fondo, pero cabe preguntar si lo logrará ahora que la casa matriz ha ordenado recortes presupuestales y una suspensión del programa de publicaciones en las filiales. Esto podría conducir a una situación difícil, si se considera que en 2018 más de una tercera parte de los libros que se vendieron en Colombia vinieron de México. ¿Cómo abordarán el impacto que producirá el cambio? Por ahora, Monnt dice: “No voy a imprimir libros que no formen parte de esta nueva convicción”.

Mientras tanto, nadie sabe qué pasará con los seis libros que estaban listos para sacar al mercado y cuya publicación ha quedado ahora suspendida. Un empleado de la editorial, que prefiere no ser citado, me confirmó que esos libros fueron coeditados con instituciones y universidades de Estados Unidos, Portugal y Colombia. De no encontrarle una salida a esta situación, el perfil editorial que el Fondo quiso construir en los últimos años en Colombia –con trabajos que terminaron en algunas de las listas de los mejores libros del año como El orden de la libertad, de Mauricio García Villegas; Archivo Gaitán, de Luis Alberto ‘Lunga’ Gaitán; y Dibujar la nación, de Nancy Appelbaum– podría verse en riesgo.

En 2018, el Fondo editó 17 títulos en Colombia, una producción inédita para esta filial. Por lo pronto, seguirá operando sin un plan editorial propio hasta que su nuevo director defina las líneas a seguir. Paco Taibo tiene, en principio, seis años para cambiar ochenta y cinco de historia. Cuando le pregunté por la viabilidad de su proyecto, me respondió: “¿Usted sabe hacer magia? Nosotros sí”.

*Periodista.