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¿Qué piden los campesinos en la región donde nacieron las Farc?

Por el conflicto armado, la zona rural de Chaparral, en Tolima, estuvo abandonada por más de 50 años. El posconflicto debe llegar con inversión social, dicen los campesinos.

22 de abril de 2017

Benjamín Herrera mira con asombro a un grupo de militares que toman el desayuno. Asegura que en sus casi 70 años no había visto tantos uniformados del Ejército en las montañas del Cañón de Las Hermosas, a donde llegó hace seis décadas. Y mucho menos la presencia de funcionarios públicos o periodistas. “Aquí no subía nadie. Ya sabe, por asuntos de la violencia”, dice, mientras camina con su guitarra a espaldas por una trocha.

Las Hermosas es uno de los cinco corregimientos del municipio de Chaparral, en el sur del Tolima. Allí queda un cañón repartido entre 28 veredas y pasa el río Amoyá, afluente vital para los habitantes del sector. Pero la región estuvo golpeada por el conflicto armado durante años.

En sus montañas se refugió el frente 21 de las Farc, herederos de las guerrillas liberales que surgieron en esta zona del país en los años sesenta del siglo pasado. Herrera comenta que de joven era habitual ver milicianos cerca de los territorios de los campesinos. “Pero esto pasaba no porque quisiéramos vivir con ellos, sino que no había otra opción. Son nuestras tierras”.

Este anciano habla del conflicto armado en pasado. Afirma que con el proceso de paz ya no se habla de combates y desplazados, una oportunidad, según él, para exponer por fin las carencias de los campesinos y el abandono en el que está el campo colombiano.

Berdulfo López es otro testigo de la violencia en el sur del Tolima. De sus 77 años, 45 los ha vivido en la vereda Rionegro de Las Hermosas. Levantó su hogar en medio del enfrentamiento entre el Ejército y la guerrilla. Recuerda que las Farc eran dios y ley en el corregimiento. “Ellos resolvían los problemas de acá. Detenían a los ladrones, matones y violadores; y también controlaban el ingreso a la zona”.

Ahora que cesaron los disparos y el Estado empieza a hacer presencia en Las Hermosas, los campesinos están esperanzados en contar con agua potable, alcantarillado, energía eléctrica, conexión a internet, escuelas dotadas, centros médicos y lo más esencial para ellos: vías en buen estado que les permita vender lo que siembran en sus territorios y así obtener mejores ingresos. Muchas son demandas que tienen desde hace 50 años.

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El sueño de tener vías decentes

Llegar a la vereda San José desde el casco urbano de Chaparral tarda al menos cinco horas en chiva o campero, los dos vehículos que aguatan la carretera polvorienta y estrecha que tiene el corregimiento. En varios tramos, esta vía se convierte en un barrial por los riachuelos y cascadas que la cruzan. Además, la pasada temporada invernal dejó desprendimientos de rocas que aún no son removidas. 

Fernando Suárez, de 33 años, afirma que es complicado comercializar lo que se produce en las fincas porque los productos se dañan en el trayecto a los mercados. El mal estado de las rutas hace que las frutas y las verduras se magullen. “Por ejemplo: si sacamos tomate nos toca pintón. El que está maduro se pierde rápido. ¿Entonces qué sembramos?”.

La actual carretera no solo afecta el bolsillo de los campesinos, sino que también les dificulta acceder a servicios básicos como la salud. Si un habitante de San José se enferma gravemente, la única manera de llevarlo a un centro médico o al hospital del municipio es por medio de las chivas o camperos. Y cuando estos vehículos no están en servicio, la ambulancia es una moto.

Frente a estas quejas, la Alcaldía de Chaparral señala que es imposible realizar el mantenimiento de las rutas veredales porque no posee los recursos financieros suficientes. “Además, no contamos con la capacidad técnica para reparar los más de 500 kilómetros de vías terciarias que tenemos”, le dijo el alcalde Humberto Buenaventura a EL COMÚN.

Cuando el presidente Juan Manuel Santos visitó la vereda Santa Bárbara el pasado 11 febrero, Buenaventura resaltó que el gobierno nacional invirtió más de 6.000 millones de pesos en la región. El dinero, según el alcalde, se gastó en la pavimentación de cuatro tramos de ingreso y salida al municipio (Rioblanco-Chaparral, San Antonio-Chaparral, Chaparral-Planadas y Chaparral-Guamo), la adecuación de la plaza de mercado y la construcción de un centro integrado de servicios en Las Hermosas.

Aunque estas obras apuntan a mejorar la calidad de vida de todos los chaparralunos, el sector rural reclama que ahora, en tiempos de posconflicto, la inversión también llegue a sus veredas.

José Ricardo Barrera, secretario de Planeación de Chaparral, explica que solo la pavimentación de las vías terciarias de Las Hermosas podría costar 80.000 millones de pesos, dinero que la Alcaldía no tiene. “En inversión social, el rubro más alto corresponde a educación. Y no llega a los 1.000 millones de pesos”.

Algo que aliviaría en parte la falta de vías en el sector rural es la ejecución del proyecto Chispiadero-Puente rojo, que conectaría a las veredas vecinas al río Amoyá y reduciría el tiempo que los habitantes gastan en movilizarse por la región. Según Fernando Suárez, que también es el fontanero de San José, esta carretera le permitiría vender con mayor facilidad el frijol y el café que cultiva, pues tardaría dos horas y media para llegar al casco urbano de Chaparral.

A inicios de febrero de este año, la Corporación Autónoma del Tolima (Cortolima) le dio la licencia ambiental a la administración municipal y departamental para realizar la obra. Sin embargo, faltan los recursos económicos para hacerla realidad.

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Pero la esperanza de los campesinos también está puesta en el anuncio que hizo el presidente Santos durante su visita al Cañón de Las Hermosas: “En los próximos 18 meses vamos a construir más vías terciarias. Más de 3.000 kilómetros. Eso es lo que la paz nos permite hacer”.

Estas soluciones se requieren con urgencia. Los campesinos manifiestan que están cansados de viajar de manera inhumana en las chivas y camperos. “Vemos que 25 o 30 personas cuelgan de los Was –camperos– sabiendo que tienen capacidad para ocho pasajeros. Además, pagamos 10.000 pesos y arriesgamos la vida”, expresa uno de ellos.

La Gobernación del Tolima, por su parte, tiene una iniciativa para instalar placas huellas en el sector rural. Son estructuras en concreto que soportan el peso de vehículos ligeros y algunos de carga pesada. En opinión del secretario de Planeación de Chaparral, este plan es la cura al problema vial. Sin embargo, cree que con el presupuesto que le llega al municipio solo se lograrán construir unos pocos kilómetros.

En las próximas semanas empieza la época de cosecha de café en el sur del Tolima. Y también una nueva temporada invernal. Carlos Sánchez, representante del comité de caficultores de la región, espera que este año la comercialización del grano sea exitosa, pero le preocupa que el clima deteriore aún más las carreteras. “Se requiere una buena inversión en infraestructura. La cuestión ahora no es echarle tierrita a la vía”.

Inseguridad y falta de servicios, los otros problemas

La vereda San José tuvo centro médico y un puesto de Policía hecho de madera. Pero ambas instituciones debieron cerrar sus puertas entre los años ochenta y noventa debido a la guerra. Las Farc no permitieron que funcionaran, pues no dejaron ingresar suministros.

De acuerdo con los campesinos, el momento más agudo de la confrontación armada en Las Hermosas ocurrió entre 2002 y 2010, época en la que las Fuerzas Militares intentaron recuperar el control del cañón y persiguieron a cabecillas como Alfonso Cano, máximo líder de la guerrilla por ese entonces. Las autoridades creían que se escondía allí. 

Por otro lado, Isagen comenzó en 2006 la construcción de una hidroeléctrica en el río Amoyá. El Ejército aumentó su presencia para proteger esta obra, lo que produjo más enfrentamientos con las Farc. “Más de diez líderes fueron apresados por presuntos auxiliadores de la guerrilla. Muchas personas huyeron asustadas de aquí y eso creó pánico”, relata Luz Mila Sánchez, corregidora de Las Hermosas.

Con el proceso de paz y el apaciguamiento del ‘juzgado 21’ (como le decían al frente 21), las demás problemáticas empezaron a salir a flote. La comunidad chaparraluna denuncia que los robos a fincas, los homicidios y el consumo de drogas entre jóvenes han aumentado en las veredas. Medardo Saavedra, habitantes del sector de San Jorge, dice que los campesinos no pueden dejar sus casas solas por temor a que sean saqueadas.

Desde el primero de enero hasta el 20 de febrero de este año, la sede del CTI de la Fiscalía en Chaparral ha trabajado en 12 casos de homicidio, 12 de lesiones personales, 20 de acoso o abuso sexual y 12 de porte y tráfico de armas. Leonardo García, secretario de Gobierno del municipio, confirma que estos delitos sí han aumentado tanto en la zona rural como en la urbana tras la salida de las Farc de la región. “Se siente la ausencia de las autoridades en el campo. Además, varias unidades militares y policiales que estaban en el pueblo fueron trasladada a otros sitios, lo que debilita sus funciones”, explica.

EL COMÚN le preguntó a Rafael Pardo, alto consejero para el posconflicto, sobre este tema y asegura que en las poblaciones en donde la guerrilla hacía presencia han disminuido las muertes violentas. “Revisaré el caso del sur del Tolima”, añade.

 Pero además de la inseguridad, la falta de servicios públicos también aqueja a los campesinos. Aunque algunas veredas ya cuentan con lo básico, otras aún se encuentran en el olvido. Es el caso de Alemania, la zona más apartadas de Las Hermosas. Javier Suárez, líder de la comunidad, comenta que Isagen les donó computadores para la educación de los niños, pero no han podido aprovecharlos porque carecen de energía eléctrica.

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“Lo triste es que el río Amoyá nace en nuestra vereda. La hidroeléctrica utiliza el agua, pero nosotros no tenemos electricidad en pleno siglo XXI”, se lamenta Suárez. El alcalde Buenaventura afirmó recientemente que el 80 por ciento de la zona rural del municipio ya cuenta con el servicio.

Por otro lado, la vereda San José requiere con urgencia alcantarillado y acueducto. Las casas no cuentan con desagües, lo que provoca el estancamiento de aguas negras. Así mismo, los desechos terminan en las fuentes hídricas cercanas, las mismas que emplean los campesinos para regar los cultivos y cocinar. “La esperanza que tenemos con el posconflicto es que por fin entremos a la modernidad”, pide Fernando Suárez.