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Timo versus Iván: la historia que llevó a la ruptura en la Farc

La dura carta que Rodrigo Londoño le escribió a Iván Márquez es el último capítulo del fuerte pulso que los dos líderes de la Farc vienen librando desde que estaban en la guerrilla. Esta es la historia secreta y las intrigas de un hombre que le apostó a la paz y de otro que parece querer la guerra.

26 de mayo de 2019

Esta semana Iván Márquez recibió por escrito, en blanco y negro y con letra muy legible, la más clara notificación de sus antiguos compañeros de lucha de que sus días dentro del proyecto político de las Farc están contados. Así quedó claro tras la carta que Rodrigo Londoño, conocido como Timochenko, escribió en respuesta a quienes, como Márquez, creen que el regreso a la lucha armada, y no la paz, está en el futuro de esa organización.

El duro pronunciamiento, a decir verdad, tardó mucho tiempo si se sabe que tres meses después de la captura de Jesús Santrich, ocurrida el 9 de abril del año pasado, Márquez decidió huir de la zona de reintegración de Miravalle (Caquetá) y refugiarse en las selvas del sur del país. Lo hizo a la espera de lo que pudiera pasar; no solo con su amigo Jesús Santrich, sino con su propio sobrino, Marlon Marín, protagonistas de una supuesta operación de narcotráfico adelantada por Estados Unidos que hoy tiene dividido al país.

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Con su fuga, Márquez se desconectó de la dirección y del funcionamiento del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc). Lo más grave de su ausencia es que desde la clandestinidad empezó a enviar mensajes para criticar el rumbo que estaba tomando el acuerdo de paz. Eso a su vez ha ayudado a reforzar las tesis de una parte del uribismo y de la extrema derecha de que el proceso de paz de La Habana fue una farsa, y que los líderes y desmovilizados de ese grupo guerrillero no habían abandonado la opción de regresar al monte.

Timochenko insiste en construir la paz, así sea con los pedacitos que quedan del acuerdo.

La gota que rebosó la copa de las tensiones en el seno de la Farc llegó este lunes, cuando Márquez afirmó en un mensaje que haber entregado las armas había sido un error. Para Londoño, estas declaraciones volvieron insostenible el papel que desde la clandestinidad asumió el exjefe del equipo negociador, quien se ha resistido a presentarse a la Justicia Especial para la Paz (JEP). La revolución epistolar de Márquez se convirtió en una carga que le está haciendo mucho daño al naciente partido, y era necesario frenarla de raíz.

El pecado original

A decir verdad, las diferencias entre Londoño y Márquez no son nuevas. Algunos consideran que comenzaron hace unas dos décadas, cuando las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) empezaron a sufrir una silenciosa fractura entre dos bandos. En esa época, el liderazgo de Manuel Marulanda Vélez controlaba esa situación. Por un lado estaba el ala guerrerista militar, con el propio Tirofijo, Raúl Reyes, el Mono Jojoy y Márquez, a la cabeza. Por el otro, el ala más política y académica, liderada por Jacobo Arenas, Alfonso Cano y Timochenko.

Iván Márquez sigue convencido de la inminente llegada de una revolución anticapitalista.

Como se sabe, en los años ochenta se presentó un relevo en el secretariado de las Farc, la máxima instancia de poder de ese grupo guerrillero. Esto permitió el ingreso, primero de Cano y, luego, de Reyes. Sin embargo, Cano quedó como tercero en la línea de mando después de Tirofijo y Jacobo Arenas. Los críticos de Cano lo acusaban de no haber hecho una larga carrera guerrerista en ningún frente, también de no demostrar su talante en combates con la Fuerza Pública. Había llegado directamente de Bogotá a La Uribe (Meta), donde funcionaba la sede política de las Farc, conocida como Casa Verde. Reyes, que siempre creyó que él y no Cano debía ser el sucesor natural de los comandantes históricos, se alió con Márquez, quien había llegado al monte huyendo del exterminio de la UP. Los dos, con el tiempo, conspiraron para tratar de convencer a Marulanda de cambiar el orden de sucesión y dejar en claro quién lo iba a reemplazar, convencidos de que escogería a Reyes.

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En los años de Casa Verde, Timochenko, que ingresó de 17 años a las Farc en 1976, estaba a cargo de la seguridad de esa zona y empezó a tener afinidad con Arenas y Cano. Pronto se ganó la confianza del secretariado, al que ingresó diez años después. Sin importar que fuera el miembro más joven de la cúpula, le asignaron la misión de expandirse por el país por medio de bloques guerrilleros. Junto con el Mono Jojoy, creó el Bloque Oriental, considerada la máquina de guerra más poderosa de las Farc. Entretanto, Márquez reemplazó en el secretariado a Jacobo Arenas, tras su muerte en 1990, y entró con ganas de ascender rápido en la línea de mando.

Con la estructura de bloques lanzada a inicios de la década de los noventa en la VIII Conferencia Guerrillera, las dos alas de las Farc se fortalecieron. Cada bloque se convirtió en un feudo de los comandantes, pero rendían obediencia y cuentas al Estado Mayor. Esto funcionó, al punto de poner al país al borde del mito de ser un Estado fallido. Sin embargo, el Plan Colombia, la política de Seguridad Democrática de Álvaro Uribe y el Plan Patriota cortaron la comunicación entre los bloques. Esto, finalmente, acentuó las corrientes y personalismos que venían formándose en las Farc.

Márquez consolidó su poder en el Caribe y, con la muerte de Reyes, asumió su papel al frente de la Comisión Internacional de las Farc. En ese nuevo cargo conoció a reconocidas figuras de tendencia trotskista del continente como Jorge Berstein, Iñaki Gil de San Vicente y el dominicano Narciso Isa Conde, que radicalizaron su pensamiento. Rápidamente, él y quienes lo rodeaban como Santrich comenzaron a alejarse de las posturas tradicionales de las Farc. Desde ese momento, el ala encabezada por Iván Márquez quedó convencida de la llegada de una inminente revolución mundial anticapitalista y socialista, en la que las Farc estaban llamadas a participar como grupo armado.

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Iniciada la fase exploratoria de las negociaciones, un hecho bastante anecdótico evidenció el alejamiento de Márquez y su combo. Un charlatán les aseguró a Iván Márquez y a Santrich que los huesos de Simón Bolívar no estaban en Caracas, sino en Colombia. Ellos, convencidos de la información del supuesto médium, hicieron una expedición sin consultarle al Estado Mayor. La molestia de las Farc radicó en que le hubieran creído al espiritista semejante cuento, a pesar de que sí hallaron una osamenta que custodiaron celosamente.

Después de que Timochenko resistió en la década de 2000 la avanzada paramilitar en el sur de Bolívar, se convirtió por orden jerárquico en el máximo jefe de las Farc tras la muerte de Cano. El nuevo comandante tenía la difícil tarea de decidir si continuaba los acercamientos iniciados por su predecesor con el Gobierno, en busca de una salida negociada al conflicto. Dentro de las consultas, Márquez le envió una dura carta en la que le decía que tenía que ponerse los pantalones y tomar una decisión como máximo jefe, sin consultarlo tanto. Esto asunto generó fricciones entre ambos comandantes.

Finalmente, en contra de los guerreristas, Timochenko decidió continuar las exploraciones y en una medida estratégica, nombró a Márquez jefe del equipo negociador. Era una forma de poner a prueba la subordinación de este y evitar que quienes no creían en los diálogos se reorganizaran y fundaran una disidencia armada, lo que habría frustrado la firma de cualquier acuerdo.

Diferencias a flote

En las elecciones para la reelección de Santos en 2014, quedó en evidencia el pulso entre Márquez y Timochenko. El máximo comandante estaba dispuesto a emitir un comunicado que invitaba a la militancia a votar por el candidato del partido de La U para asegurar la continuidad de los diálogos. Sin embargo, la misiva nunca vio la luz porque el ala encabezada por Márquez no estuvo de acuerdo.

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La tensión entre las dos corrientes estalló en el pleno de las Farc de 2015, realizado en La Habana. Los máximos comandantes de la guerrilla se encontraron frente a frente después de 13 años de no haberse podido reunir por la ofensiva del Estado. Allí aprovecharon para sacarse los trapitos al sol y cobrarse las cuentas pendientes. No se guardaron nada: los golpes y reveses sufridos por los planes Patriota y Colombia, el encarcelamiento de muchos, la desaparición de unidades enteras y su desmantelamiento financiero y organizativo. Sobre el tapete quedó el gran impacto político sufrido por los secuestros, por la aparición del hijo de Clara Rojas y el asesinato de los diputados del Valle. Aunque a la luz quedaron las diferencias, aparentemente irreconciliables, sobre ellas mismas edificaron su tránsito a la vida civil.

Durante la posesión del partido de la Farc en el Congreso, Santrich y Márquez estuvieron ausentes. El Paisa es uno de los comandantes guerrilleros, de la escuela del Mono Jojoy, que le sigue los pasos al exjefe del equipo negociador.

Es claro que el proceso de paz no calmó los problemas, tanto que cuando lanzaron el partido político en 2017, Márquez y Londoño jalaron para su lado. Mientras el primero consiguió conservar las siglas de las Farc, el ala más progresista consiguió que se distanciaran de los postulados clásicos de los partidos comunistas. Al final se impuso la tesis de que hay muchas corrientes críticas y libertarias, y que todas ellas deben ser sus referentes, incluido el pensamiento bolivariano; tal como quedó consignado en el documento que Rodrigo Londoño divulgó esta semana.

La elección del Consejo Político Nacional del partido Farc, que reemplazaría el Estado Mayor Central, demostró que Márquez tenía un mayor eco en las bases. Si fuera por el número de votos, él habría sido el máximo jefe del recién creado partido, seguido de Catatumbo, Santrich y Joaquín Gómez, todos por encima de Timochenko, quien llevaba nueve años como máximo líder del movimiento. Al final, el respeto a la jerarquía permaneció en la vida civil del partido.

La gota que rebosó la copa

Todas estas diferencias, y muchas más, sirven de escenario de fondo de la histórica carta que esta semana Londoño le envió a Márquez, así algunos dentro del partido consideren que era un documento “pensado y dirigido a la tribuna pública” con el fin de alentar “aplausos efímeros de la derecha y socialdemocracia”. Lo cierto es que las misivas hicieron más evidente la fractura de la Farc. “Aunque las bases creen que Iván Márquez hizo un llamado epistolar a replantear la reincorporación”, como le dijo un excombatiente a SEMANA, otros dicen que la carta de Londoño invita a seguir trabajando por recuperar la confianza perdida cuando la guerra se degradó.

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La autocrítica es uno de los aspectos más valiosos de la carta de Timochenko. A pesar de que el partido mantiene su inamovible rechazo al proceso jurídico contra Jesús Santrich, es evidente el reclamo al excomandante del Bloque Caribe: “Nada de esto estuviera pasando si no existiera una extraña y peligrosa relación con su sobrino Marlon Marín (…), que terminó de enlodar al partido”. También le recuerda que los problemas por los que pasa la implementación serían menos duros de sortear si hubiese asumido su curul en el Congreso de la República. Finalmente, deja claro que al margen de los tiempos en que hayan pactado la dejación de armas, “no podemos sentarnos a lamentar con nostalgia los días de guerra”.

Para Márquez, solo podían asegurar los acuerdos si entregaban los fusiles a medida que avanzara el cumplimiento del Estado.

En diferentes escenarios, el ala de Iván Márquez ha dicho que su molestia se centra en la manera como Carlos Antonio Lozada negoció los tiempos de la dejación de armas. Para ellos, solo podían asegurar la implementación si entregaban los fusiles a medida que avanzara el cumplimiento de los puntos pactados. Márquez insistió muchas veces en esta propuesta sin mayor éxito. Era ridículo creer que el Estado accedería a tener unos hombres armados y otros de civil haciendo política.

En su carta, Timochenko también marcó la distancia con Iván Márquez y le reclamó haber dicho que fue un error dejar los fusiles.

Lo cierto es que Márquez nunca compró la idea de las bondades de la negociación, y ha creído en la necesidad de una revolución de corte comunista para solucionar los problemas del país. Aunque no estaba de acuerdo, se acogió a las mayorías e hizo parte de la mesa de negociación. Pero con el pasar del tiempo, ante el temor de una captura o de una sindicación contra su sobrino, dejó la vida pública para refugiarse en la clandestinidad y desde allí defender lo que él siempre ha creído. Una actitud a todas luces irresponsable con el proceso de paz.

En términos generales, muchos creen que Timochenko escribió su carta en un momento inoportuno, justo cuando los excombatientes están inconformes con el incumplimiento del Gobierno, llenos de rabia por los asesinatos, y temerosos por la captura de Santrich. Aun así, Timochenko y la dirección del partido se la jugaron por la paz y están dispuestos a reconstruir la confianza, así sea con los pedazos que quedan del acuerdo.