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Popeye para presidente

Para que alias Popeye se haya convertido en el fenómeno político del nuevo siglo, no bastaba con que la serie de televisión avalara su vida y normalizara su figura. Lo que disparó al joven presidente fue su preponderancia como líder de la marcha 2017.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
8 de abril de 2017

Suenan las notas del himno nacional y el nuevo presidente de la república se dirige al país:
–Colombianos: ¿creyeron que yo era un garbimba pirobo que no iba a hacer es nada mientras el corructo de Santos y Lafar quedaban lo más de lindos, sin nadies que les dijera nada? Ya voy, Toño: vea, acá tiene a su presidente… Ahora sí agarren pues ligero pa’l monte otra vez, y el señor Santos lo mismo, porque acá no queremos corrucción, o me dejo es de llamar Popeye.

En un primer momento, impresiona el tono, las maneras: el hecho de que muestre el tatuado antebrazo, con la leyenda de “El general de la mafia”, y lo bese instantes previos al juramento. Pero cuando los senadores de su partido del Centro Democrático lo felicitan, y cuando su propio mentor político, doctor Álvaro Uribe, lo abraza en la tarima, la gradería comienza a observar en él a un líder que, no por auténtico, es menos líder, si bien resulta extraño que tome posesión del cargo con la cachucha calada al revés y el grueso medallón de oro macizo que cae sobre la faja presidencial.

–¿Entonces qué, papá? ¿Bien o qué? –saluda a Juan Luis Londoño, alias Maluma: el orgulloso reguetonero que asumirá como ministro de Ambiente–: vamos a demostrarles a esas garzofias que vos sí sos de mucho ambiente, papá.

–Todo bien, presidente parcerito –le responde este, mientras exhibe en el pecho la reluciente medalla con que el gobernador Luis Pérez premió sus aportes a la cultura.

Se ven caras conocidas en la ceremonia: Rodrigo Obregón, Harold Bedoya, Pablo Victoria; alias Chochagringa, alias Quiquita, alias Padrenuestro. José Obdulio. El presidente luce exultante entre los suyos.

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–¿Entonces qué, socio? –saluda, jovial, al sagaz Daniel Cabrales, su ministro de Defensa, quien tendrá a su cargo, a la vez, la Oficina de Prevención de Desastres–: yo veré que la Far no te causen otro terremoto, pues gono#%&, como el de Mocoa –le dice, entre amenazante y divertido.

Para que alias Popeye se haya convertido en el fenómeno político de este nuevo siglo, no bastaba con que la serie de televisión del canal Caracol avalara su vida y normalizara su figura: lo que en verdad disparó al joven y excéntrico presidente colombiano fue su preponderancia como líder cívico en la marcha de 2017, convocada por el Centro Democrático.

Al respecto, dice Álvaro Uribe, su mentor: “Cuando yo vi la fuerza que tenía ese muchacho, y que hablaba recio contra la Far, yo dije: ve, este es el líder que yo no tengo. Porque hasta ahí yo tenía puro candidato chiquito, como ese muchacho Duque, que hasta santista sería, y otros que venían del interior. Y al toro no lo capan dos veces: cuando vi al doctor Popeye, allá, marchando conmigo, yo me conecté, yo dije: este es patriota, este es un buen muchacho”.

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–La bendición, pues, apá –dice ahora el presidente a su ministro del Interior, Alejandro Ordóñez, quien le sonríe. Y se la da.

“A algunos no les gusta que el presidente Popeye haya sido sicario, pero ¿qué querían? –explica el propio Ordóñez, mientras muerde una arepa de su collar–: ¿que en Colombia entonces nos gobernaran quienes promueven la ideología de género? ¿Que se perdieran los valores? ¿Que esto fuera otra Venezuela? Se diga lo que se diga del presidente Popeye, es un colombiano creyente, sí señor, creyente, que se encomienda a la Virgen como las personas de bien”.

Ahora el presidente choca las manos con su ministro de Comunicaciones, Pacho Santos, uno de los hombres que salió en su defensa cuando las críticas arreciaban: Pacho dijo que Popeye ya había pagado en la cárcel y que si hacían una serie sobre él no era por malo. Y que por eso tenía derecho a liderar marchas a favor de la moral.

“Maté entre 250 y 300 personas, pero ya pagué”, dijo el propio Popeye en el famoso debate contra Germán Vargas Lleras, en que lanzó la amenaza que, al decir de los analistas, le valió la victoria: “Y pegame un coscorrón y te pongo es a chupar gladiolos, gono #”*a”.

El sol cae sobre la plaza. El pastor Arrázola, nuevo ministro de la Fe –cargo creado por el nuevo presidente–, ofrece la Biblia al doctor Popeye para que haga juramento: “¡Juro por Dios y por el patroncito que me cuida desde el cielo, que haré bien esta vuelta!”. El jefe de ceremonias, Fernando Londoño, anuncia que don Popeye ya es el presidente de todos los colombianos: “La patria se ha salvado –grita–: ¡viva la patria!”.

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Y es entonces cuando algunos invitados lanzan disparos al aire en señal de júbilo, ante el desconcierto gracioso de invitados más ortodoxos, como Andrés Pastrana, recién nombrado embajador ante Estados Unidos, quien afirma: “Yo a los que no perdono es a los señores de las Farc, porque uno nunca deja plantado a Andrés Pastrana, pero a Popeye ya lo perdoné, y por eso Nora, los niños y yo votamos por él: porque el popeyepastranismo vive”.

El vicepresidente, Juan Pablo Urrego, protagonista de la serie de Popeye, felicita al titular. El rapero Wiz Khalifa inicia su concierto en honor al presidente. Arranca, pues, la nueva era de una Colombia uribista, segura y pujante que se salvará del conejo al No, de la mermelada de Santos y de una nueva dictadura castro-gay-chavista. Truenan nuevos disparos al aire.

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