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Yo también me acabo de enterar

Ni siquiera critiqué al gerente Roberto Prieto, cuando confesó en entrevista radial. Ya es castigo suficiente tener la voz idéntica a la de César Gaviria, pensé: pobre hombre.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
18 de marzo de 2017

Llámenlo dispersión o cinismo, pero el hecho es que, esta semana, mi sentido de la atención ha llegado a niveles tan deprimentes como los de Juan Manuel Santos: como si el mundo me rodara más; como si los problemas me importaran menos. Mi esposa me pregunta asuntos domésticos que debían ser de mi dominio, y le respondo como si el espíritu de Santos me poseyera:

–Supiste que la niña cumple años este fin de semana, ¿no?

–Me acabo de enterar…

–Y no le hemos comprado el regalo…

–El papá puede comprar el regalo que se le dé la gana… 

–Bueno, pero no me hables así: estás como el presidente…

–¡La niña come popó!

–¡No seas grosero!

–¡Popor-querías!

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La verdad es que el escándalo de Odebrecht me ha afectado de manera deprimente. Desde que el presidente Santos se excusó con la célebre frase de “Me acabo de enterar”, no hay día en que no recree situaciones en las que yo también la utilice. Le ayudo a hacer las tareas a mis hijas, y disculpo de ese modo mi ignorancia:

–Acá debes dividir por cero…

–Pero no se puede dividir por cero. 

–Me acabo de enterar.

Eliminan de Yo me llamo a los seis adultos –¡adultos, gente ya grande!– que imitaban a Menudo –¡a Menudo!– y muestro mi desconcierto:

–¿Ya cantaron los de Menudo?

–No: los eliminaron hace dos meses.

–Ah: me acabo de enterar.

Parece extraño, yo sé, pero vivo feliz: desde que somatizo el ambiente del país enfrentándolo con las mismas herramientas del desdén presidencial, nada me molesta: ya ni siquiera debato si Santos es peor que Uribe porque, por lo demás, la respuesta salta a la vista: Uribe es peor. Y por una sencilla razón: porque ya lleva dos candidatos propios cuestionados en el caso de Odebrecht: el Óscar Iván de 2014 y el Juan Manuel de 2010.

Todo me resbala, digo, y descubrí que imitar a Santos es la única manera de sobrevivir a Colombia. Por eso, ni siquiera critiqué al gerente de su campaña, Roberto Prieto, cuando confesó en entrevista radial que había recibido dineros de Odebrecht por fuera de la contabilidad. Ya es castigo suficiente tener la voz idéntica a la de César Gaviria, pensé: pobre hombre. Deberíamos fijarnos en lo bueno: en su talento para recuperar la memoria, por ejemplo, digno de un técnico de sistemas: ojalá utilicen el historial de sus declaraciones para hallar la cura contra el alzhéimer, por la forma progresiva en que comienza a recordarlo todo. 

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Tampoco me dolió darme cuenta de que la ola verde, de la que fui entusiasta seguidor, fue derrotada con trampa, como se desprende de esa misma confesión; ni enterarme de que quien merecía llevar las riendas del país era Mockus, a quien Uribe humillaba con el apelativo de “caballito discapacitado”, para que la gente saliera a votar berraca por Santos, su candidato.

Como hincha de Mockus, en un primer momento pensé que debíamos protestar: no podía ser justo que mientras Mockus cantaba, como zombi, que “No todo vale”, Santos y Zuluaga demostraran todo lo contrario: que en una campaña presidencial, todo vale: los afiches, ¡cuatrocientos mil dólares!; las encuestas ¡un millón de dólares!; las asesorías de Duda Mendonça: ¡un millón y medio de dólares!

 Pero no me molesté en indignarme: ya ni eso. Si el destino de Colombia es debatirse entre los afiches de Santos o el cartel de Uribe, que lo sea. Si se descubre que Odebrecht financió no solo unas pancartas, sino gastos verdaderamente serios en los que seguramente incurrieron (el rubro de tamales, por ejemplo, tuvo que ser multimillonario: y hablo únicamente de los asignados a las medias nueves de alias el Gordo Bautista), apenas me daré por enterado: me acabo de enterar. Y no me importará lo que suceda: llámenlo dispersión o cinismo, pero seré mi propio Santos, y su frase será mi mantra:

–¿Supiste que Vargas Lleras ganó las elecciones?

–Me acabo de enterar.

–¿Y que nombró a Mauricio Vargas como secretario general y al escolta Ahumada como secretario privado?

–Me acabo de enterar.  

–¿Y que suena Oneida Pinto como directora del ICBF?

–Me acabo de enterar.

Ni siquiera sentiré tristeza por haber perdido la oportunidad de la ola verde, cuyos representantes más destacados de todos modos ya hicieron agua: Peñalosa terminó aliado con el archirrival del movimiento, Álvaro Uribe, y se encuentra muy ocupado asfaltando una reserva forestal: así de verde resultó. Luchito Garzón aún sueña con reemplazar sus buzos de cuellos de tortuga, por una nueva corbata que le ofrezca Santos; Sergio Fajardo no ha superado su lugar en la historia, consistente en ser el único vicepresidente que se ha caído, así sea de una bicicleta. De modo que me acabo de enterar que la tal ola verde no existe.

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Sonará raro, sonará mal: pero así son las cosas. En esta simbiosis con Santos, me acabo de enterar de que nada me importa; de que soy como él. Y para no alterarme ante tanta epilepsia informativa, he decidido actuar como un popó: como un po-político colombiano. Desde que quienes canten sean los funcionarios de las campañas, y no los imitadores de Menudo, apenas me daré por enterado.

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