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Perder es cuestión de método

Al candidato Fajardo le está pasando lo mismo que a un rancio club de Londres que se fue quedando sin socios porque nadie tenía suficiente alcurnia para ser admitido.

Daniel Coronell, Revista Semana, Daniel Coronell
10 de marzo de 2018

Sergio Fajardo, que hace unas semanas encabezaba todas las encuestas, hoy está relegado al tercer lugar y con riesgo grande de convertirse en un elemento irrelevante en la carrera presidencial. El bajonazo se debe más a sus propios errores que a los aciertos de sus contendores. Fajardo no entendió a tiempo –y quizá no ha entendido todavía– que la eventual fuerza de su movimiento está en la posibilidad de ser incluyente y centrista. Las elecciones se ganan sumando gente, no rechazándola.

Al candidato Fajardo le está sucediendo lo mismo que a un rancio club social de Londres que se quedó sin socios porque nadie tenía suficiente alcurnia para ser admitido como miembro.

El primer síntoma de esta tendencia autodestructiva se dio dentro de su propia coalición con los verdes y el Polo. Sergio Fajardo, cabalgando en las encuestas de entonces, no aceptó medirse en una consulta contra sus propios aliados Claudia López y Jorge Enrique Robledo.

La absurda pretensión de que su candidatura no necesitaba de validación popular sino que debía ser aceptada como un mandato del cielo, no solo lesionó la coalición sino que los privó de la mayor oportunidad que podían haber tenido antes de las elecciones parlamentarias.

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No tuvieron posibilidad de emulación, y mucha menos exposición pública que los candidatos de otros partidos. Eso de por sí es grave, pero además Fajardo excluyó de manera temprana y ligera la posibilidad de integrar a personas como Humberto de la Calle –y aun Clara López– a su coalición.

Convencido de que los vientos favorables de la encuesta soplarían para siempre, Fajardo llegó a imaginarse que tenía escriturado el primer lugar con la simple labor mecánica de explicar lo que no era: “Ni uribista, ni antiuribista”, “Ni santista, ni antisatista”. De tanto ni-ni se le fue olvidando contarle a la gente por qué hacía falta votar por él.

Por no estar en una campaña de consulta, Sergio Fajardo terminó convertido en el más ni-ni de todos.

No tuvo ni la financiación, ni la publicidad, ni el interés mediático, ni la plataforma política que tuvieron en los últimos meses sus contendores Gustavo Petro y el que dijo Uribe. Mientras ellos fueron noticia cada día, y crecieron al calor de sus contiendas, los números de Fajardo primero se estancaron y luego se han ido erosionando progresivamente en beneficio de los extremos en los que se ha polarizado la campaña.

Como los barcos en problemas, Fajardo ha empezado a hacer agua a babor y a estribor.

Por la izquierda por cuenta de que muchos votantes de sus aliados no sienten en él a alguien suficientemente firme para enfrentar todo aquello que Uribe representa.

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Por la derecha, porque el crecimiento de Petro asusta a los que veían a Fajardo como una alternativa para acabar con la polarización pero que le temen más al fantasma del castrochavismo, figura hábilmente vendida por la extrema derecha.

Semejante seguidilla de errores, sumada a los modestos resultados que probablemente obtenga en las elecciones parlamentarias del domingo, debería sumir al candidato en el subsuelo de la intención de voto.

Sin embargo, Fajardo podría retomar un papel protagónico en la campaña por una simple razón: es la única –aunque frágil– esperanza de que el país no se vea obligado a escoger entre Petro y Uribe.

Hay millones de colombianos que no se sienten representados por ninguna de esas alternativas. Existe un enorme espacio para el centro que únicamente Fajardo puede recoger pero tiene solo unos días para hacerlo y volver nuevamente viable su candidatura.

La insoportable y peligrosa pugnacidad de la campaña  puede terminar abriéndole un espacio a la sensatez en el centro del espectro político.

Es una luz de esperanza que los colombianos están necesitando.

Fajardo tiene que conquistar los votos de centro derecha que no comulgan con los métodos de Uribe y recoger los de centro izquierda que no son afines a Petro.

Tiene que acercar a Humberto de la Calle y de la manera más imaginativa crear una especie de consulta que le permita establecer puntos en común y diferencias. De la Calle no es el santismo, ni el desueto Partido Liberal. Su candidatura no es viable por sí misma pero sí encarna una actitud decente para enfrentar el debate público.

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En la unión creativa de esas dos debilidades puede estar la salida que muchos ansían y el futuro de Colombia.

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