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¿Por qué hay tanto pesimismo en Colombia?

La caída en los índices de felicidad es una muestra del ánimo que reina en el país. El 70 por ciento cree que las cosas van por mal camino. Análisis de SEMANA.

25 de marzo de 2017

Colombia ya no es el país más feliz del mundo. Según el informe del reporte Mundial de Felicidad, que la ONU publica cada año el 20 de marzo, el país bajó al puesto 36. De América Latina están por encima Costa Rica, Chile, Brasil, Argentina y México. Se trata de una fotografía muy distinta a la que aparece en otras investigaciones, en las que Colombia ha llegado a puntear, o a ocupar un segundo lugar. Uno de ellos, la encuesta de la asociación mundial WIN, realizada por el Centro Nacional de Consultoría, a finales del año pasado le dio a Colombia el subcampeonato, con un índice de felicidad de 87 por ciento, detrás de la isla de Fidji, que obtuvo el primer lugar.

Cada vez que aparecen estos resultados se abre un debate sobre su alcance y significado. Pero en esta oportunidad más llama la atención la caída. Sobre todo porque coincide con otras mediciones internas que demuestran que los colombianos atraviesan por uno de los momentos de mayor pesimismo en muchos años. Según Invamer-Gallup, casi 70 por ciento de los ciudadanos opina que el país va por mal camino. Y otros indicadores apuntan en el mismo sentido. La reciente encuesta de opinión empresarial de Fedesarrollo, para el mes de febrero de este año, muestra una caída en el índice de confianza industrial de 10,5 puntos respecto al mismo mes de 2016.

Se podría decir que se están mezclando peras con manzanas. Una cosa es la felicidad, que tiene que ver con aspectos de la vida cotidiana, otra muy distinta la perspectiva sobre el país, una visión más general y abstracta, y otra la confianza de los empresarios, asociada con variables económicas y de los negocios como los pedidos, las tasas de interés, o la reforma tributaria. Pero no deja de llamar la atención que la visión negativa aparece en campos tan variados y en tantos estudios. En medio de una situación política crítica debido a la polarización, el desgaste de las instituciones y los escándalos de corrupción, es inevitable concluir que los colombianos están afectados por un estado de ánimo negativo. Casi depresivo.

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Mientras el negativismo se generaliza, muchas estadísticas sobre las condiciones de vida de los ciudadanos han mejorado. Los de violencia, que tanto han hecho sufrir a Colombia mejoran sustancialmente. La tasa de homicidios ha disminuido en casi dos terceras partes en los últimos 15 años. En los anteriores 12 meses el números de homicidios es igual al que había en 1974. Algo semejante ocurre con todas las actividades relacionadas con el conflicto interno. Desde que las Farc decretaron un cese al fuego unilateral, consolidado con el bilateral y definitivo, se han desplomado los secuestros, extorsiones, tomas de poblaciones. El cuadro actual, desde todo punto de vista, es mejor que el de 1990 cuando murieron asesinados tres candidatos presidenciales en la campaña electoral. O el de la ofensiva guerrillera con el secuestro, o el del terror paramilitar. El fin de los grandes carteles de la droga, la desmovilización de las autodefensas y el acuerdo con las Farc han producido resultados concretos.

También hay cambios en la situación social. La pobreza se ha reducido de 49 a 28 por ciento en este siglo. La educación primaria hoy llega al 92 por ciento y la cobertura de salud, al 95 por ciento. Las vías y carreteras se duplicaron desde 2009, en términos de kilómetros construidos. La esperanza de vida al nacer subió diez años y hoy llega a 74. La inflación, que alcanzó niveles superiores a 25 por ciento, hoy preocupa cuando se aproxima al 7. El turismo está disparado y Colombia hoy es un destino cada vez más relevante en el mundo.

Desde luego, estos indicadores, como muchos otros, solo muestran una parte de la realidad y no arrojarían resultados positivos. Faltan acueductos y alcantarillados en demasiados municipios, y los avances en educación, salud y pobreza todavía muestran muchas tareas pendientes. La brecha profunda entre el país urbano y el país rural, la captura del Estado por mafias políticas locales y la enorme corrupción que ha afectado al sistema político no son un problema menor. Pero la mayoría de los colombianos, que en las encuestas reflejan un estado de ánimo depresivo y propio de una crisis profunda, probablemente se sorprenderían ante un listado de los avances que ha tenido el país en 15 años.

¿Qué pasa?

¿Cómo se explica que la realidad sea mejor que la percepción? ¿Qué les impide a los colombianos apreciar –y gozar– sus propios logros? ¿Son pesimistas por naturaleza, al contrario de lo que dicen los estudios en los que aparecen como la población más feliz del mundo? Una posible respuesta tiene que ver con el ambiente político. Si en los años noventa el entonces presidente de la Andi, Fabio Echeverry, afirmaba que “la economía va bien pero el país va mal”, ahora se podría parafrasear que “el país avanza pero la política retrocede”. La radicalización en las relaciones entre el gobierno y la oposición es tan fuerte que antepone las simpatías hacia líderes políticos a cualquier apreciación sobre la marcha del país. Para no hablar de los escándalos como el de Odebrecht que indignan a la gente, o la rabia que prende como pólvora en las redes sociales.

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El clima de opinión en las regiones es muy distinto al que existe en los principales centros urbanos, y en especial en Bogotá. La disminución de la violencia se percibe –y se valora– más en los lugares que fueron afectados por el conflicto armado que en las ciudades. La agenda de los mandatarios locales empieza a diversificarse, dejando atrás la prioridad que durante años ha tenido el orden público. Y las tensiones políticas que copan los medios de comunicación en ocasiones son vistas como “líos de Bogotá”. El estado de ánimo es diferente en las regiones.

De hecho, las preocupaciones de los colombianos han cambiado de manera fundamental. En todas las encuestas la seguridad ha bajado en la lista, y aparecen otros problemas más cercanos a la vida cotidiana de la gente. Los trancones en las ciudades, la inoperancia de servicios como la salud y la justicia, son fuente cotidiana de frustraciones. Según César Caballero, de la firma Cifras y Conceptos, “los logros del proceso de paz ya están asimilados y pertenecen al pasado”. En cambio, según Caballero, “los problemas de la cotidianidad los exacerban e incluso eclipsan grandes asuntos de la agenda nacional, como el propio escándalo de Odebrecht”.

Incluso otras dimensiones de la inseguridad generan intolerancia como los hurtos, robos de celulares o saqueos en los sistemas de transporte masivo. Estos golpean e indignan a todas las personas. Y ocupan la mente de quienes responden en las encuestas en forma afirmativa cuando les preguntan si tienen problemas de seguridad. Nadie, en una fila para subirse a un TransMilenio, se pregunta si la amenaza de un atracador con cuchillo es menos grave que la de una bomba de Pablo Escobar hace 25 años.

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Y existe la célebre diferencia entre la mirada al vaso, medio lleno o medio vacío. Cuando hay necesidades tan apremiantes como las que sienten amplios sectores de la población, es poco realista esperar que la mayoría esté satisfecha por lo ya logrado en vez de preocuparse por lo que aún falta. Mirar el vaso medio vacío es casi inevitable.

Pero eso no significa que el país está atravesando una crisis histórica, como creen algunos. Por los logros obtenidos en varios gobiernos –incluidos los de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos– Colombia tiene importantes avances si se compara con su propia situación hace 25 años, o con la fotografía apocalíptica que hoy presentan vecinos como Venezuela. Eso puede no ser suficiente para ganar el campeonato mundial de felicidad, pero al menos debería ser un argumento para no tener que llevar la medalla de oro del pesimismo.