La historia, más que cíclica, pareciera pendular. Y como dice una canción del uruguayo Jorge Drexler: “El péndulo viene y va, y vuelve a venir e irse. Y al regresar, se vuelve. Y al volver, se distancia. Y cambia la itinerancia, los barcos van y vienen y quienes hoy todo tienen, mañana por todo imploran. Y la noria no demora en invertir los caminos, en refrescar la memoria”.
Pues bien, las discusiones actuales del trabajo parecieran reeditar viejos debates: la tecnología que amenaza las plazas de empleo; el desplazamiento de los seres humanos por las máquinas, la precariedad en el ingreso, las condiciones laborales inseguras, la estabilidad y la protección frente al desempleo. Sin embargo, poco se habla de una necesidad actual de los debates del trabajo y cuya importancia no suele ser suficientemente reconocida: la apropiación y gestión del trabajador de sus propias capacidades. Allí está la clave del futuro mediato e inmediato del trabajo.
En efecto, el auge de la inteligencia artificial y la incursión cada vez más contundente de la tecnología en varios sectores productivos ha generado pánico en miles de trabajadores que temen quedar cesantes. Estos mismos trabajadores son los que con frecuencia se aferran a sus amenazados puestos de trabajo forzando una estabilidad laboral muchas veces ajena a la productividad y la necesidad de las empresas.
Otros, por su parte, posan de nostálgicos del capitalismo industrial de mediados del siglo XX que afianzaba una relación vertical y desigual de relacionamiento pero que era cómoda para quien no tenía que hacerse cargo de su propia capacidad. Al final suele ser más fácil obedecer que mandar.
El trabajo de la actualidad no solo representa otros retos inmediatos sino que impone una concepción distinta de la actividad humana. El trabajo protegido por las constituciones occidentales y las normas internacionales apunta a todo acto humano generador de valor, que se irradia en una economía libre de mercado. Eso quiere decir que quien es protegido es el ser humano íntimamente atado al trabajo, quien es el verdadero generador de valor.
El problema realmente se encuentra en los trabajadores que no solo no son conscientes del valor que generan, sino que desconocen cómo gestionarlo. La existencia (y protección) del trabajo humano no está supeditada a la relación jerárquica y subordinante de quien lo remunera y lo aprovecha y menos aun su valor está definido por quien paga el salario.
El valor intrínseco del trabajo se encuentra en la potencialidad de su aporte colectivo y en la capacidad de suplir las necesidades sociales. Otra cosa es que el mercado sea el que le ponga precio.
Entender, entonces, que el trabajo tiene un valor esencial inseparable de la persona humana pero disociable de la subordinación hace que el trabajador mismo sea el responsable de su aporte y beneficiario de su valor. Pero para ello hace falta que se gestione a sí mismo. Y es allí donde culturalmente existe una barrera aparentemente insalvable. ¿Por qué la concepción del trabajo sigue dependiendo del arcaico esquema de quien manda y quien obedece?
Si los trabajadores se apropian de su propia capacidad de creación y la gestionan técnicamente en función de las necesidades de la sociedad podrán estar en una mejor posición para enfrentar los retos del mercado de trabajo sin depender del paternalismo del Estado ni de las limitadas capacidades del sector productivo.
Dicho de otra forma: la apropiación de los trabajadores del valor de su propio trabajo permitirá avanzar en mejores mecanismos de aseguramiento y protección que no dependen de una relación subordinada.
El futuro del trabajo (y del desarrollo del país) no está precisamente en la añoranza de la concepción clásica del servicio subordinado sino en la autogestión de las capacidades en condiciones de paridad. El avance progresivo en el reconocimiento de derechos humanos, participación ciudadana y educación formal conduce a una necesaria recomposición de las seculares relaciones de producción, escenario en el que los trabajadores compitan más igualitariamente en un mercado común de servicios en el que son mejor retribuidos los más innovadores y eficientes.
La nostalgia por la subordinación y el miedo a la autogestión es un camino contrario al desarrollo. Hoy en día lo que emancipa a los trabajadores ya no es rebelarse contra el empresario: es convertirse en uno.
Carlos Arturo Barco Alzate
Socio Director de Litigios y Formación
Álvarez Liévano Laserna