El imparable proceso de irrupción de la tecnología en el sector empresarial, sumado a los avances en innovación, gobierno corporativo, cuidado del entorno y responsabilidad social, cambió para siempre la dinámica de hacer negocios y, por supuesto, de generación y medición de valor. Estos asuntos se han convertido en materia de discusión, investigación y análisis dentro de la academia, especialmente por parte de instituciones como el Colegio de Estudios Superiores de Administración (CESA), que durante cinco décadas ha formado a casi 10.000 líderes empresariales y emprendedores.
Aunque para medir el valor las compañías se remiten al Return of Equity (ROE) -que se resume como el beneficio neto dividido sobre el patrimonio de una organización-, parece que este indicador ya no presenta una foto completa del panorama.
Según Federico Molina, profesor del CESA y experto en project finance, el ROE “no necesariamente le sirve al inversor, pues en los números de la contabilidad no se están capturando, por ejemplo, las mejoras en el valor de una compañía por un motivo de mercado. El inversor lo que quiere es conocer cuánto vale la empresa ahora y cuánto valdrá en un año”.
Actualmente, como lo explicó el profesor Molina en un foro virtual realizado hace pocos días por el CESA, se presentan casos como el de las firmas que cotizan en el mercado de valores, las cuales reflejan acciones que suben y un ROE que cae. O, incluso, puede suceder al revés. “En empresas públicas, que son menos del 1 % del total, puede hacerse un cálculo del valor. Pero son pocas. En las privadas, como no se tiene el valor, se mira el ROE porque no hay otras herramientas para estimar cálculos de valor”, apuntó.
¿Normas obsoletas?
El impacto de la tecnología y el surgimiento de nuevas compañías como las fintech ha puesto sobre la mesa de la academia (y del mismo CESA) un hecho que, a simple vista, no representa una mayor complejidad: las compañías tienen cada vez más activos que no son tangibles. Y las marcas hoy por hoy valen porque tienen datos y conocimiento sobre los hábitos de los clientes. “El panorama muestra que las empresas han creado valor y esto no necesariamente está reflejado en su contabilidad”, advirtió Molina.
Sin embargo, en las organizaciones todavía se siguen tomando decisiones usando estados financieros armados con normas contables que “no están viajando a la velocidad descomunal de la tecnología”, aseguró Molina. Esto conlleva a tener información que está generada por indicadores que, en realidad, no reflejan qué es lo que está pasando con una empresa.
Rentabilidad razonable
Los inversionistas buscan, además de claridad sobre el valor de una compañía, establecer una rentabilidad razonable al invertir en un negocio. Pero, como reiteró Molina, llegar a ese número es complicado. Actualmente, el modelo CAPM, uno de los más utilizados, que busca fijar los precios de los activos de capital, es solo una respuesta parcial.
“El modelo CAPM está montado sobre supuestos y no responde a la pregunta de cuánta es la rentabilidad razonable. La realidad es que nunca se podrá hablar de un modelo perfecto, pues una de las bases del parámetro es que lo que ocurrió en la historia es un buen predictor de lo que pasará en el futuro”, detalló el profesor.
A estos desafíos se suma otro requisito: cumplir con los criterios ESG que, en pocas palabras, hacen referencia a factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo, aspectos que los inversores tienen en cuenta a la hora de hacer negocios. “En el ámbito de las finanzas, muchos proveedores de financiamiento dicen: ‘si la empresa no está alineada con ESG, no entro”, concluyó el profesor Molina.
*Colegio de Estudios Superiores de Administración (CESA)