Juan Manuel Santos y María Ángela Holguín deberán responder. Ahora que el Estado colombiano acaba de reconocer que envió a Lorent Saleh al matadero chavista, el siguiente paso será que los máximos responsables de la vileza expliquen las razones de su actuación.
Porque sabemos que será imposible ver en un juzgado al expresidente Santos por los casos del venezolano Saleh y del ecuatoriano Fernando Balda. Con el paso de los años, ha evidenciado una habilidad asombrosa para que otros expíen sus culpas o el mundo las ignore.
Ahora que el tirano Maduro y su rastrero espolique, Tarek William Saab, solicitan la detención de varios disidentes, como Tamara Sujú, por acciones terroristas que solo existen en la calenturienta y vacía mente de ambos criminales, vale recordar los dos episodios que protagonizó Santos.
Lorent Saleh, que había sido varias veces detenido y torturado por defender los derechos humanos en la dictadura venezolana, cruzó la frontera para denunciar los atropellos de Hugo Chávez, que aún vivía. En nuestro país se acercó al uribismo, algo que durante los gobiernos del exfuribista y luego converso Juan Manuel Santos lo consideraban poco menos que delito de lesa humanidad.
El venezolano, aún biche en las lides políticas de aquel momento, cometió en suelo colombiano errores de escasa o nula importancia. Pero el santismo los agigantó hasta transformarlos en una suerte de conspiraciones y paramilitarismo, inventos que deleitaron a su extenso comité de aplausos. Sabían que eran señalamientos falsos, pero todo valía con tal de golpear al uribismo y agradar a la satrapía de la nación vecina.
Como era de esperar, llegó el día en que el socialista Chávez pidió la cabeza del joven. No tenía suficiente con los presos políticos que atiborraban Ramo Verde. Sediento de sufrimiento ajeno y sangre, quería más víctimas para saciar su voraz apetito tiránico.
Corría el año 2014 y el ladino Santos no dudó un instante. Se aprestó a servir la cabeza de Saleh en bandeja de plata. Aunque nunca se ensucia las manos, esa vez firmó su expulsión, rúbrica que servirá para demandar penalmente su alevosa acción, aunque ya conocemos que saldrá de rositas. Es la viva encarnación de un paraguas por el que toda basura resbala.
Adujo el entonces presidente, presto siempre a aumentar su caudal de mentiras, que el joven suponía una amenaza para la seguridad nacional colombiana, a pesar del informe de la CIDH que señalaba a Saleh como perseguido por la tiranía chavista.
Como Santos es todo menos bruto, fue plenamente consciente del futuro siniestro que aguardaba al valiente activista, nacido en San Cristóbal, Táchira, en 1988. Pero ni la compasión por el prójimo ni el espíritu fraternal anidan en el pétreo corazón del marqués de Anapoima.
No podía extraditarlo porque no había cometido delito alguno y ni siquiera había un pedido de Venezuela. Así que debían tomar un atajo, tan propio de Juan Manuel Santos.
Tras una detención arbitraria, ilegal, el 4 de septiembre de 2014, la Cancillería, vía Migración Colombia, entregó a Lorent Saleh al siniestro Sebin, ideado por los represores cubanos, para que lo encarcelaran y torturaran a su gusto.
El jefe de Estado colombiano, que gobernaba con el exclusivo fin de conseguir un premio internacional que anhelaba por encima de todo, necesitaba complacer al atroz y cleptómano sátrapa, su nuevo mejor amigo.
¿Qué diría Santos si la República Checa, donde está exiliada Tamara Sujú, la arrestara sin más y la mandara con un lacito de regalo a Nicolás Maduro para que la pusieran tras las rejas y la maltrataran?
Eso hizo él y no creo que muestre ni asomo de arrepentimiento.
Tampoco por la infamia cometida contra Fernando Balda, igual de repudiable. El exasambleísta, fiero opositor del despótico Rafael Correa, debió buscar refugio en Bogotá, sabedor de que su presidente quería apresarlo sin causa. La Justicia ecuatoriana confirmó este 22 de enero la sentencia de nueve años de cárcel para el exsecretario de Inteligencia (Senain) de Correa, Pablo Romero, por el secuestro de Balda en Colombia.
Contrataron a una banda de Puerto Tejada para cometer el crimen, el 13 de agosto de 2012. Pero la policía, alertada por taxistas, logró liberarlo y detener a los secuestradores, que con el tiempo serían condenados.
Sin olvidar que, al igual que Saleh, Balda encontró apoyos y amigos en el uribismo, condición que el santismo deploraba.
Dos meses después de los hechos, Santos, a petición de Correa y a sabiendas de la injusticia que cometía, hizo que las autoridades migratorias mandaran en avión privado a Balda a su país natal para que lo encarcelaran. Pesaba contra él una supuesta orden de deportación y una demanda por calumnia, porque el correísmo castigaba a quienes destapaban la corrupción de su Gobierno.
Pero Santos es un intocable, como lo fue Piedad. Si tiene conciencia, que lo dudo, al menos debería pedirles perdón.