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Rubén Mendoza, director de la cinta, celebra a través de ella la inutilidad de el Cucho y su imposibilidad de conservar un trabajo y mantener un ritmo de vida normal. Para él ser un vago es un acto de valentía que merece ser contado.

CINE

Memorias del calavero

Este aparente documental de Rubén Mendoza sigue a un antiguo habitante de la calle que promete contar un grave secreto si lo acompañan a su tierra natal. **

Manuel Kalmanovitz G.
1 de noviembre de 2014

País: Colombia
Año: 2014
Director: Rubén Mendoza
Guion: Rubén Mendoza
Actores: Antonio Reyes, Edson Velandia
Duración: 93 min

La segunda película de Rubén Mendoza del año tiene en común varios elementos con la primera, Tierra en la lengua: ambas son películas energéticas y retadoras, protagonizadas por hombres mayores y carismáticos que han pasado por la vida dejando mujeres e hijos regados por ahí. Son también películas que se descosen al final, como si el punto no fuera contar una historia coherente o lograr entender cómo estos personajes afectan su entorno sino exhibir estos ejemplares magníficos de masculinidades arrasadoras.

Memorias del calavero tiene como protagonista a un señor con una barba larguísima y blanca apodado, simplemente, el Cucho, que anuncia tener un gran secreto que compartirle a Mendoza. Tan grande es el secreto para no cabe por teléfono ni por correo ni siquiera en Bogotá. Entonces le propone al director que lo acompañe con su equipo de rodaje en un viaje a su tierra natal, en Santander, compremetiéndose a revelar el misterio cuando alcancen su destino.

Inicialmente la película se presenta como un documental y el Cucho resulta ser un tipo anonadante. Mendoza lo incluyó en su primer largometraje, La sociedad del semáforo, y acá le da rienda suelta para volverlo la clase de personaje con la que sueña cualquier documentalista: dramático (está enfermo y guarda un misterio), simpático, muy articulado, divertido (juega con su caja de dientes) y con una vida riquísima en eventos y situaciones.

Al comienzo de la película, Mendoza reconstruye de forma espeluznante el periodo que el Cucho pasó en el Cartucho. Mientras su personaje narra, con voz carrasposa, eventos de su vida, imágenes de video granuloso del barrio y su destrucción ofrecen un vívido eco visual del infierno de donde salió. Se trata de un mundo alucinante, febril y angustioso, de mujeres castigadas por manadas de perros bravos y niños asesinados por cualquier razón.

Buena parte de la película sigue la relación de este hombretón carismático con el director del documental que lo acompaña sin respiro. “Deje al Cucho sano”, le dice uno de los participantes en el rodaje y dan ganas de asentir vigorosamente. Que lo deje en paz un rato, por favor.

Pero a partir de un momento, el tono documental se esfuma, menoscabando todo lo que vimos. ¿Eran inventadas estas postales del infierno? ¿Lo que quería Mendoza era primero conmovernos con este testimonio dantesco para luego burlarse de nosotros por haber caído, por haberle creído?

Es como si el director se hubiera contagiado fílmicamente de esos grandes hombres encantadores y atropelladores, tan concentrados en sus deseos y necesidades que no logran ver el daño que causan en su entorno. Porque esta película, a su manera, encanta y atropella.

Y si bien la falta de claridad a la hora de examinar estas figuras magnéticas tiene algo decepcionante también resulta interesante en tanto hace evidente que estos grandes hombres con exceso de carisma tienden a bloquear o a hacer muy difícil un entendimiento más frío y reposado del efecto que tienen sobre el mundo.

Cartelera **** Excelente  ***½ Muy buena   *** Buena   **½ Aceptable  ** Regular  * Mala

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