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Estadio Arena Ekaterimburgo. | Foto: Rodrigo Urrego B./SEMANA

MUNDIAL RUSIA 2018

Perú: se apaga el sol que calentó los corazones de Ekaterinburgo

Los aficionados peruanos conquistaron a Rusia en cuestión de ocho días. Casi 36 años les costó volver a un Mundial y el día del solsticio de verano se convirtieron en el primer eliminado de los equipos suramericanos. SEMANA  estuvo en Ekaterinburgo, en una de las jornadas más dolorosas del campeonato.

Rodrigo Urrego Bautista Enviado SEMANA Ekaterinburgo/Rusia
21 de junio de 2018

Es 21 de junio en Ekaterinburgo, la llamada puerta al territorio siberiano. Como en casi todo el hemisferio norte, es el día más largo del año, y la noche, la más corta. Pero en la única sede del Mundial de fútbol de Rusia que se ubica en suelo asiático, sucede lo contrario. El solsticio de junio, con el que oficialmente comienza el verano, parece la puerta de entrada al invierno. El frío caló los huesos desde temprano, la lluvia se precipitó casi que toda la tarde y en forma de vendaval, y por si fuera poco, la noche pareció caer más pronto que de costumbre. Es el día en que el Polo Norte se encuentra más cerca del Sol. En muchos países se celebra con música, festivales y hogueras. En la llamada ciudad de la sangre, en cambio, los motivos para festejar no son muchos, y eso que por estos días albergan la fiesta que pone a todo el planeta a girar, como un balón de fútbol.

Pasadas las 10 de la noche, el cielo de Ekaterinburgo parecía no controlar las lágrimas. Las mismas que a esa misma hora corrían por las mejillas de miles de hombres y mujeres peruanos a los que en 90 minutos se les había arrugado el corazón. Perú, las Selección que llevaba 36 años sin participar en Mundial, y la afición que se había ganado el corazón de los rusos, decía adiós de manera anticipada. Apenas ocho días después de que se habían encargado de prender la llama de la fiesta, al apoderarse de una esquina de la calle Nikólskaya, en Moscú. Francia, el país cuya capital mundialmente se conoce como la ciudad luz (París), dejó a los incas en tinieblas, y le clavó una daga al que sin duda era un pedazo grande del corazón de la Copa Mundial de Fútbol. Derrotó por la mínima diferencia a Perú, y puso a su gente a pensar en latitudes más calurosas, como Catar, donde en cuatro años se disputará un nuevo Mundial.

El Sol, la moneda peruana, fue lanzada al aire, pero esta vez no cayó en cara. El país suramericano, como se encuentra en el Hemisferio Sur, no celebra la llegada del verano. En Chankillo (o el Templo de las 13 torres), considerado el observatorio solar más antiguo de América, y ubicado en Casma, Áncash, a unos 365 kilómetros al norte de Lima, el solsticio de junio no es que signifique luz y calor.

El día había comenzado en Ekaterinburgo pasadas las 4 de la mañana, cuando comenzaron a llegar los trenes por el ferrocarril siberiano. Miles de camisetas blancas con una banda cruzada roja salían de las puertas de la Estación. Era la piel de los peruanos que se jugarían la vida en la noche, llegaban con la ilusión de que no caerían en la lona. La fiesta se tomaba las calles, no solo del centro de la ciudad, sino por la autopista a Siberia hasta el monumento que señala la frontera. Con un pie en Europa y otro en Asia se advertía que el día sería largo, como lo señalaba el calendario. La alegría de los peruanos, que contagió con facilidad a rusos y extraños, parecía prolongarse, pero en realidad solo duró 33 minutos desde que el balón comenzó a rodar en el Arena siberiano. En ese momento pareció caer la noche sobre el día que los peruanos esperaban que no tuviera fin.

A diferencia de Francia, no había mañana para Perú en el Mundial de Fútbol. La derrota del pasado sábado ante Dinamarca, en su estreno en Rusia, los había dejado con el sol a la espalda. Solo les servía la victoria para enderezar el trayecto a la estación de los octavos de final. Tres minutos antes, el más querido de sus guerreros, Paolo, había tenido la oportunidad de abrir el marcador. Tras un pase sin destinatario claro de Cueva, Guerrero se anticipó a la defensa azul y en milésimas de segundo no solo dominó la pelota y se auto habilitó sino que la disparó con toda la potencia de su pies izquierdo, pero el esférico encontró la espinilla del arquero galo Lloris. Pero fue ese mismo guererro el que se equivocó en una zona donde no se perdonan los errores. Perdió una pelota frente a Giroud que lo anticipó, y tendido en el suelo vio como lo que podía ser el inicio de un nuevo ataque, terminó en una letal embestida que Mbappe terminó por mandar la pelota al fondo de la red del arquero Gallese. 1-0 para los blues.

La afición peruana no había parado de cantar por las calles y aledaños del Arena Ekaterimburgo. Y la olla a presión en la que habían convertido las tribunas del estadio no dejaba de pitar a pesar del revés. A la mayoría no les importaba haber recorrido 36 horas en tren desde Moscú, o 25 desde Saransk, donde jugaron contra Dinamarca.  “Vaaaamos, vamos peruaaaanos, que esta noooooche, tenemos que ganaaaar” retumbaba el estadio.

A la selección peruana, dirigida por el argentino Ricardo Gareca, ex jugador del América de Cali, le agarró la noche. Pasaron los minutos hasta el 94, sin siquiera anotar el tanto del empate, que tampoco es que les sirviera de a mucho, pero que los dejaba con vida artificial. Solo hasta el momento en que el árbitro decretó el final del duelo, y los franceses se abrazaron en la mitad del campo para celebrar su clasificación, el estadio enmudeció y los que antes cantaban sin parar, en un espectáculo conmovedor, lloraban de tristeza. Perú se despedía del Mundial.

La noche más corta se volvió la más larga. La salida del estadio parecía una extraña mezcla de sepelio y catarsis, expresadas en esas canciones que conmovieron al país más extenso del mundo, pero que ya no volverán a escucharse por lo menos en los en los 24 días que aún le restan a la fiesta del fútbol. Rusos y franceses corrían para salir del estadio y encontrar a los peruanos, pedirles las camisetas como regalo, o simplemente una foto como para recordarlos para siempre.

La estación del tren de Ekaterinburgo volvía a abrir las puertas a las camisetas blanquirrojas, que esta vez yacían derrotadas en el piso, a la espera del tren de regreso, entregadas a los brazos del cansancio y de Morfeo, como quien no quiere despertar de un sueño profundo.

Ese que empezó a coger forma la noche  del 10 de octubre del año pasado, en la cancha del Estadio Nacional de Lima, cuando el colombiano Falcao García y el peruano Paolo Guerrero, que había marcado un gol de tiro libre para empatar a uno el último juego de la eliminatoria suramericana ante Colombia, acordaron no hacerse daño en los minutos finales para poner los pies en el Mundial europeo. Este 21 de junio, cuando muchos aficionados aprovecharon para poner un pie en Asia y otro en Europa, terminaba con los dos pies por fuera del Mundial. Rusia no olvidará a la afición que más los conmovió. La misma que volvió a pasar un solsticio de verano en tierras del viejo continente, como hace 36 años en España 82, lejos de Chankillo, donde el Sol parecía haberse despedido del Mundial de Fútbol. Aún falta la última parada, en el Mar Negro, el próximo martes, que solo servirá para que los peruanos superen la resaca de la eliminación. La ventaja para ellos es que en Rusia, el sol se asoma más temprano.