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Generación ‘D’

Los jóvenes viven una situación dramática por la falta de empleo. Y el futuro próximo no es muy alentador.

14 de agosto de 2000

Arley Martínez tiene 18 años. Desde hace dos terminó el bachillerato y busca un empleo estable. Lo único que encontró fue un trabajo como mensajero en una oficina de abogados, que le duró apenas tres meses. Sin darse por vencido, y para mejorar las posibilidades de volverse a emplear, decidió capacitarse en el Sena. De nada le ha servido hasta ahora. En vano ha tocado las puertas de todas las empresas.

Casos como el de Arley se ven hoy en día en el país con una frecuencia alarmante. No sólo porque Colombia tiene una de las tasas de desempleo más altas del mundo sino porque el problema de la desocupación es especialmente grave entre los jóvenes. Son estos últimos los que explican la mayor parte del desempleo que hay en el país. Actualmente la tasa de desocupación para menores de 20 años es de 43 por ciento y para los menores de 30 de 25 por ciento. Y el problema es aún más crítico cuando se trata de mujeres o de jóvenes de bajos ingresos. Para estos últimos, el desempleo alcanza 63 por ciento.

Sin duda el país está en presencia de un problema social muy delicado. Al empobrecimiento que resulta del desempleo se suma la frustración de los jóvenes, quienes no ven un futuro claro. En el caso de los estratos más desfavorecidos la falta de empleo implica que los jóvenes no tienen cómo subsistir y son más propensos a ser reclutados por la delincuencia. Por eso la creación de opciones económicas legales es uno de los ingredientes necesarios para la convivencia pacífica de los colombianos.

Pero la crisis económica aumentó el desempleo en todos los sectores y para todas las edades. Y hay otras razones que hicieron más grave la situación de los jóvenes. Una de ellas es la deserción escolar que trajo consigo la recesión. Ante la imposibilidad de pagar su educación y la necesidad de generar ingresos para la familia muchos jóvenes abandonaron el estudio. Incluso algunos estimativos indican que podrían ser hasta 300.000 los estudiantes que se vieron obligados a salir a buscar trabajo. Así, precisamente en momentos en que los puestos de trabajo estaban escasos, aumentó el número de personas que buscan empleo y las tasas de desocupación juvenil se dispararon.

Varios analistas coinciden en señalar que la deserción escolar genera un daño permanente para la sociedad. “El estudiante que se retira de la secundaria o de la universidad probablemente no vuelve a estudiar nunca. Así queda con una menor capacitación para toda la vida”, señala Santiago Montenegro, decano de economía de la Universidad de los Andes. Y dado que la productividad y el salario están asociados al nivel educativo de los trabajadores, los colombianos que dejaron de estudiar quedarán con una menor capacidad de generación de ingresos en el futuro.

De otro lado el desempleo juvenil tiene otra causa más compleja: la falta de sintonía entre las destrezas y capacidades laborales que buscan los empresarios y la formación para el trabajo de los aspirantes a los empleos. Muchos empresarios afirman que hay grandes carencias en la calidad y la pertinencia de la capacitación de quienes buscan trabajo. Normalmente las empresas requieren personas con una experiencia y unos conocimientos muy precisos y los jóvenes rara vez los tienen.



Las salidas

Ultimamente se han presentado propuestas interesantes para contribuir a solucionar el problema. Algunas están orientadas a desestimular la deserción escolar. El gobierno ha lanzado un programa de subsidios familiares para evitar que los niños de las familias más pobres salgan de la escuela. En el contexto de las mesas de concertación sobre el empleo que sesionan actualmente el movimiento Sí Colombia ha propuesto un seguro educativo para proteger a los estudiantes en caso de no poder pagar la matrícula.

Otras propuestas van en la dirección de mejorar la capacitación para el trabajo. Para Patricia Buriticá, integrante del comité ejecutivo de la CUT, “es fundamental que los empresarios contribuyan ubicando puestos de trabajo para los jóvenes en entrenamiento”. Entre las sugerencias de los empleadores, de otro lado, está un régimen especial de formación y contratación de jóvenes para ofrecerles entrenamiento sin tener que incurrir en la totalidad de los costos laborales de los trasbajadores que ya están entrenados.

Un entendimiento en torno a este tipo de medidas estructurales es importante y contribuiría a aliviar la situación de los jóvenes en el largo plazo. Pero desafortunadamente hay obstáculos inmediatos que pesan más.

Una disminución importante del desempleo —de jóvenes y viejos— exige que la economía crezca a unas tasas mucho mayores a las que se observan en la actualidad. Según cálculos del gobierno, cada año ingresan 330.000 personas a la fuerza laboral. Para poder absorberlas y mantener constante la tasa de desempleo la economía tiene que crecer 3,9 por ciento. Y para poder bajar el desempleo el crecimiento tendría que ser aún mayor.

Con unas perspectivas económicas aún inciertas y una reactivación esquiva es probable que el problema del desempleo continúe agobiando a los colombianos por un tiempo. No hay una fórmula mágica para crear empleo y no será fácil encontrarle salidas a este flagelo. En todo caso la urgencia del tema se impone y explica la respuesta del nuevo ministro de Hacienda, Juan Manuel Santos, cuando le preguntaron cuál era su prioridad: “Empleo, empleo, empleo”.