Especiales Semana

El café

Este grano no sólo es el producto estrella de exportación, pues alrededor de él también surgió toda una cultura que habla de la labranza campesina y del 'empuje' del colombiano.

Armando Silva*
24 de junio de 2006

Apenas inicia el día en las ciudades colombianas, hombres y mujeres se sirven un tinto. Cuando los campesinos colombianos se levantan también los despierta el aroma de café. Este ritual matutino se ha seguido por muchos años y en todas las regiones del país. Quizá se trata de la mayor experiencia nacional practicada sin recelo alguno, sin distingos de clases sociales, género, etnias ni razas.

La única distinción que pudo haber era el hecho de que el café en el siglo XIX era todavía una bebida del campo, pero, entrado el siglo XX, fue llegando a las ciudades hasta imponerse sobre otras como el chocolate, en Bogotá; la aguapanela, en Santander, o bien llegó a mezclarse con otras como el café endulzado con panela, en Tolima.

El café entró al país proveniente de Arabia y llegó a la vez con fabulosas leyendas nacidas en la antigua Etiopía, donde se supone se produjo el descubrimiento "que iba a cambiar el mundo". En los colegios los niños colombianos aprenden la leyenda de un pastor que se dio cuenta del extraño comportamiento de sus cabras luego de que habían comido los frutos de un arbusto silvestre: los animalitos saltaban muy excitados y llenos de energía. Lo mismo le pasó al pastor cuando los probó. Luego, al cocinarlos, descubrió algo aún superior: un delicioso aroma del cual no se podía despegar.

La historia del pastor se fue urbanizando lentamente hasta cuando en el siglo XVII, en ciudades como Viena y París, se abren los primeros cafés para entenderlo ahora como un lugar citadino donde se toma la bebida. Se dice que la escritura de novelas, un género de vocación urbana, está ligada a los cafés, pues mientras se bebía el energizante se discutían los temas que atraían a los escritores para hacer de la ciudad el lugar de libertad anhelada, sobre los significados del naciente espacio público, sobre los servicios o acerca del poder del pueblo recién conquistado.

Y en Colombia, años después, en 1835, cuando se produjo la primera exportación del grano, los cafés también empezarían lentamente a representar lo más exquisito de la vida urbana, unida luego al periodismo, la política, la literatura, a la bohemia y también a la vida en familia cuando se empezó a reunir en la tarde a tomar un café para calentar los cuerpos en las ciudades frías o para enfriarlos en el Caribe y en las tierras cálidas del interior.

Así que el café no sólo es un producto agrícola de exportación y un sinónimo de ciudad, sino que en Colombia representa el producto que mejor hacemos. Las condiciones del clima, la selección del grano, el extremo cuidado de su cultivo, la atenta recolección manual, han hecho que se le asigne el epíteto del "mejor del mundo" con el plus internacional de que al mencionar la palabra "café" muchas personas lo asocian a Colombia y se crea una curiosa y amable asociación metafórica que suaviza la imagen del país.

Quizá no hay ninguna otra nación como Colombia que haya hecho de este fabuloso grano parte determinante de su cultura nacional, la cual va desde su cultivo por parte de campesinos entregados que cantan mientras lo siembran y lo recogen, vestidos con prendas, pantalones, machetes y gorros que los caracterizan, hasta la creación de un tipo de arquitectura llamada cafetera, en el centro mismo de la geografía nacional, en los departamentos de Caldas, Risaralda, Antioquia y Quindío, basada en especial en el uso de guadua y con vista hacia los terrenos montañosos y agrestes.

Y, por último, la creación de las tiendas Juan Valdez, que han ideado un nuevo tipo de sitio urbano, las cuales no sólo están en Colombia, sino que compiten con grandes cadenas internacionales que han descubierto la necesidad de crear sitios en plenas calles, en instalaciones ligeras y diseños atractivos y ágiles para que los ciudadanos de paso los visiten para tomarse un café mientras piensan en su trabajo, descanso o departen con amigos.

Así que el café de Colombia ha vuelto a comienzos del siglo XXI a ser de nuevo protagonista del mejor símbolo nacional. La mula de Juan Valdez se mantiene, pero incorporada a las tiendas de marketing urbano, demostrando que se trata de un producto capaz de evolucionar en su uso y de un país capaz también de modernizar una imagen, manteniendo lo viejo, pero dotando lo nuevo de un fuerte sentimiento de futuro.

Esta misma actitud de renovación viene sucediendo en el turismo nacional hasta el punto de que en los últimos años, la llamada zona cafetera se ha convertido, junto con Cartagena, en uno de los sitios preferidos por los colombianos para vacaciones. Lo mismo pasa en la industria, y de ser una nación que sólo exportaba el grano, se ha generado una explosión de nuevos productos basados en el café, licores, dulces o bizcochos o elaboración de ropa y manufacturas a las que se les imprime el lema de "café de Colombia"

Debo reconocer que al meditar en la búsqueda de símbolo nacional fue el café lo primero que se me ocurrió. Pronto lo descarté por obvio y gastado. Pero su figura regresó muchas veces a mi cabeza cargada con las nuevas y magníficas imágenes urbanas que asocian hoy al café y pude descubrir que en este fruto, un tanto prohibido por sus poderes estimulantes, estaba en mucho la clave del país, como nación asociada mundialmente a lo peligroso y audaz, a música de cumbias y vallenatos calientes y hasta a escritura y arte de insólitos realismos mágicos. Y así vi que el café, con todas sus propiedades, es la cara que huele bien de Colombia y en esta imagen el país sigue siendo mágico y energizante. Heredero del osado navegante que un día zarpó a descubrir otro mundo y le dio el nombre a nuestra nación.

* Docente Universidad Externado de Colombia