Especiales Semana

El tabaco

Era el símbolo económico del siglo XIX. De su historia se desprende gran parte del desarrollo del país

Juliana Bedoya*
24 de junio de 2006

En cada bocanada de humo el pasado indígena se une con el español y llega hasta hoy convertido en cigarrillo, puro o chicote. Todos están formados por hojas de la milenaria nicotina tabacum, que crece en varias zonas secas y cálidas de Colombia, como los Santanderes.

Todo lo que rodea a esta planta se convierte en rito, ya sea como parte de alguna antigua celebración indígena o envuelta en la solemnidad con la que el amante del cigarro lo enciende, le da la combustión justa y disfruta de cada fumada.

Incluso los procesos de siembra, recolección y secado del tabaco tienen un halo ceremonioso, que se refleja en el cuidado y la parsimonia con la que los campesinos se dedican a esta labor y de las torcedoras, aquellas mujeres que arman los puros, escogen y envuelven cada hoja con delicadeza.

En Piedecuesta, Santander, un municipio que depende de la mata de tabaco, Leonidas Castro decidió transformar una pequeña empresa de chicotes en una de cigarros de alta calidad. "La necesidad me llevó a ser más creativo y a buscar un mercado nuevo, algo que hasta ahora no había sido muy explorado en el país". Hoy produce 10.000 puros al mes, exporta la mitad y cumple con los estándares internacionales. Por eso, si se quiere fumar un buen Churchill, Corona o Julieta, no hay que recurrir a los cigarros cubanos o dominicanos.

De tierras cálidas, semidesérticas, entre los 25 y 30 grados centígrados, proviene la hoja sagrada. Los indios la utilizaban en sus ceremonias religiosas para entrar en contacto con los dioses y como medicina, ya fuera como antídoto para el veneno de las serpientes, antitetánico o narcótico.

A la llegada de los españoles, el producto ritual se convirtió en negocio y en 1776 la Corona monopolizó el comercio de la hoja. Así comenzó la economía del tabaco: los altos impuestos que exigía el gobierno hicieron que Manuela Beltrán -una tabacalera- diera el famoso grito comunero en 1781: "Viva el Rey y muera el mal gobierno".

En el siglo XIX se abolió el monopolio estatal y las empresas privadas comenzaron a producirlo a gran escala, tanto, que llegó a ser la base de la economía en esta época. La bonanza finalizó con el siglo, los impuestos aumentaron, el contrabando se convirtió en sinónimo de tabaco, los terratenientes abandonaron la hoja y el cultivo quedó en manos de pequeños agricultores.

La crisis se agudizó con el paso del siglo XX. Desde los 90, la zona del país cultivada de tabaco se ha reducido y los precios ya no son tan favorables. Sin embargo, según el Observatorio Agrocadenas del Ministerio de Agricultura, sólo en Santander, unas 20.000 personas viven de la industria. Las plantas crecen en fincas familiares. Allí mismo están los caneyes, especies de bodegas en donde las hojas se ponen a curar. El campesino aprieta el tabaco entre sus dedos y siente que es el momento. La hoja verde y fresca que entró al caney sale café y llena de aromas que harán las delicias de los fumadores.

De aquí en adelante los procedimientos varían. El producto para las grandes cigarrilleras se muele, otro se exporta, y sólo el 1 por ciento termina convertido en cigarro o chicote. Por eso la tarea de Leonidas no es fácil, el 5 por ciento de la hoja que se produce en la zona es apta para fabricar los cigarros, y el resto es importado. Su nuevo objetivo es lograr perfeccionar genéticamente la semilla que se cultiva en el país, adecuar las tierras y capacitar a los agricultores para que el arbusto alcance la mejor calidad y las áreas cultivadas no disminuyan en extensión. Pero lo más importante es que en unos años, el puro santandereano podrá estar al nivel del de cualquier otro lugar del mundo. Algo que servirá para superar la crisis del tabaco, y para que en el suelo colombiano siga creciendo esta planta ancestral.

* Periodista de SEMANA .