Integrantes del Colectivo de Mujeres Eumara, con algunos de sus hijos.
Especiales Semana

La fuerza de la unión

Con estrategias de un innovador trabajo colectivo apoyado en el rescate de tradiciones ancestrales, un grupo de mujeres indígenas que vive en Medellín genera encuentro ante el desencuentro e inclusión ante la exclusión.

22 de diciembre de 2020
Bendita pandemia

Del desarraigo al reencuentro

Con estrategias de un innovador trabajo colectivo apoyado en el rescate de tradiciones ancestrales, un grupo de mujeres indígenas que vive en Medellín genera encuentro ante el desencuentro e inclusión ante la exclusión.

Ponothuma, que significa ‘Olor a flor’ es el nombre tradicional de Hilda Domicó, una mujer embera eyabída que nació en Aguas Claras, corregimiento de Mutatá, Antioquia, región del Urabá.

Pero aunque ella es una mujer dueña de la misma piel canela de sus antepasados, su lugar de nacimiento ya no existe: desapareció en 1997 porque, por la violencia, las familias que lo habitaban –la mayoría indígenas–, tuvieron que desplazarse hacia Medellín y otros municipios.

Hoy, Ponothuma vive en la capital de Antioquia desde hace más de una década, pero recuerda todo sobre los bosques, los ríos, la Luna, las plantas y los demás saberes de los abuelos y abuelas embera. Y rememora los días en que, junto con sus cuatro hermanas, acompañaba a su padre a ‘conectar’ todas las familias de la comunidad embera que podían vivir, incluso, a cinco días de recorrido a pie. Así mismo, asistía con su madre a todos los rituales de armonización que, en sus palabras, “es un espacio de fortalecimiento espiritual y de conexión con los seres que nos rodean, para equilibrar nuestros pensamientos para el vivir bien”. Recuerda despertarse a las 2 de la mañana para bañarse en el río, bajo la luna llena, y aprender para qué servía cada planta del bosque.

Gracias a esos recorridos, su padre, apoyado por otros líderes y lideresas, logró el reconocimiento de las 18 comunidades embera eyabída, pero hoy ya no existen todas esas comunidades. “Ha habido muchos asesinatos”, advierte Ponothuma o, simplemente, Hilda.

Es este recuerdo y su fiel compromiso con su comunidad lo que ha llevado a que, en Medellín –en medio de la guerra y la continuidad de la presencia de grupos armados– exista el Colectivo de Mujeres Eumara. Fue fundado en 2014, inicialmente con mujeres desplazadas que residían en Medellín en distintos rincones de una ciudad grande, con lo que lograron crear un punto de encuentro para superar sus dolores y emprender juntas, sin olvidar lo esencial de sus tradiciones. Según los años que lleven viviendo en esa capital, las indígenas de Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela de esa tribu aportan conocimientos ancestrales que permiten que, así hoy no tengan un territorio, puedan armonizarse como comunidad.

El Colectivo Eumara lleva ya seis años y congrega a 1.100 personas, a partir del esfuerzo de 158 mujeres, sus familias y más de 400 niños, niñas y jóvenes. Hoy, en el contexto de una pandemia mundial, Hilda Domicó y las mujeres del Colectivo luchan día a día porque todas las familias accedan a alimentos, asistan a talleres de manera virtual y no dejen atrás la costura, el tejido, la danza, el arte, el canto, el conocimiento de plantas y las demás tradiciones, que es lo que mantiene viva la esperanza.

“Queremos que nuestros hijos e hijas no vivan lo que nosotros vivimos. El destierro, la persecución, la desintegración de nuestras familias, la pérdida del territorio, las desarmonías entre nuestros abuelos y nuevas generaciones y la pérdida de la identidad cultural. Esto nos motiva como mujeres indígenas a que todos los días nos pensemos cómo enfrentar sobretodo la vida de nuestra niñez, de nuestra familia, de nuestros hijos e hijas en esta situación en la que vivimos. Porque aquí en la ciudad cambia totalmente nuestra forma de vida”, señala Hilda.

Arte y cultura

Hilda Domicó (derecha) y otros miembros del Colectivo Mujeres Eumara.

Impacto positivo

La conexión entre madre e hijos e hijas cambia en una ciudad. En este territorio colectivo hay época de siembra, época de cosecha y, así, el tiempo con la familia se organiza alrededor de la comunidad. En una ciudad como Medellín esto ya no es posible. Hilda Domicó trabaja como apoyo social y de intérprete y de traducción en la Gerencia Indígena, dependencia de la Gobernación de Antioquia. Desde ese cargo, está encargada de contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida y el desarrollo integral de las comunidades indígenas de Antioquia, a través de la implementación de políticas y programas. Así mismo, las mujeres del Colectivo Eumara adelantan diversos trabajos, además de los proyectos productivos que desarrollan en paralelo para poder contar con recursos materiales.

Un día en la vida de Hilda implica no parar, contestar llamados de ayuda urgentes, atender a familias en crisis, traducir para familias y mujeres que no hablan el español, entre otras necesidades.

Los encuentros semanales del Colectivo de Mujeres Eumara son parte esencial de la educación de niños, niñas y jóvenes indígenas en Medellín. Si bien la mayoría asisten a escuelas y aprenden a leer y escribir, este conocimiento no suple el que viene de las armonizaciones ancestrales y del legado de los abuelos y abuelas. Los niños y niñas, entonces, tienen doble jornada: la escolar y la de los fines de semana, cuando asisten a talleres de arte, canto, conocimiento de plantas y de historia de abuelos y abuelas, entre otros.

“Es muy satisfactorio saber que en estos tiempos muchos niños y niñas dicen con orgullo: ‘yo soy embera’. Eso nos llena de motivaciones, nos llena de esperanza”, concluye Hilda. O, mejor, Ponothuma.

Aprendizajes en clave de convivencia y no repetición

En Medellín, adonde tuvieron que desplazarse por la violencia –pero donde también se vive la presencia de grupos en el contexto urbano–, pareciera que las mujeres y familias indígenas estuvieran llamadas al desarraigo, a separarse de sus saberes y a buscar solas cómo mantener a sus familias en la gran ciudad. No poseer un territorio, ser excluidas de espacios de participación ciudadana, sufrir trabajos de tiempo completo y tener que criar a sus hijos, son actividades que coparían las 24 horas del día de las mujeres aborígenes. Sin embargo, el colectivo Eumara genera encuentro ante el desencuentro: ante la exclusión busca inclusión y ante el riesgo inminente busca medidas de prevención.

“Es por ello que encontramos la esencia de poder seguir fortaleciéndonos, porque se hace necesario. Pensamos que si solo nos quedamos esperando a que nos inviten, nuestros jóvenes y niños pierden identidad y las mujeres sus valores culturales. Por eso estamos caminando”, destaca Hilda.

Varios jóvenes indígenas, a punto de ser reclutados por grupos armados, siguen entonces estudiando y viviendo una vida en paz gracias a las alertas que esta red de mujeres implementa y responde en tiempo real.

Es la vida de sus hijos y sus hijas y el miedo a que vivan el sufrimiento que ellas vivieron en el pasado con el desplazamiento lo que las motiva a seguir adelante, incluso cuando la preocupación principal es acceder a alimentos en medio de una pandemia.