Especiales Semana

ARQUITECTURA Y URBANISMO

19 de abril de 1993

De barro y bahareque...
Un espacio, un arquitecto
CUANDO HOY SE HABLA DE ARQUITECTUra, lo último que viene a la mente es una casa sin puerta ni ventanas. Pero fue eso, precisamente, lo que encontraron los conquistadores cuando llegaron a Colombia. La hoja de madera que cubre los accesos no existía en esta tierra y, por lo demás, los espacios estaban cerrados.
Estas características de la vivienda eran adecuadas y totalmente funcionales a las necesidades de los indígenas y, aunque con muy pocos vestigios, su arquitectura se considera actualmente curiosa e interesante.
Dentro de los elementos arquitectónicos más sobresalientes de las antiguas culturas aborígenes del país están las figuras que nacen de la piedra sosteniendo máscaras, aves y hasta seres en gestación. Estas estatuas dejadas por las sucesivas culturas de la zona de San Agustín a la curiosidad futura, han sobrevivido dignamente tras siglos y siglos de aire, lluvia, cambios de temperatura y paciente espera.
La arquitectura precolombina definitivamente nace de la tierra y esto queda demostrado por los hipogeos, templos funerarios al interior de las montañas, con escaleras rectas y techos a dos aguas finamente tallados, que fueron descubiertos en la zona de Tierradentro, en el departamento del Cauca. En ningún otro lugar de América se han encontrado cementerios más elaborados. Es que los accesos a las tumbas están decorados con motivos geométricos dibujados en blanco, rojo, negro y también presentan relieves con figuras antropomorfas.
¿Cómo era el pueblo que edificó tanta magnificencia? De ellos se sabe muy poco. Tan solo que vivieron hace aproximadamente 11 siglos y que, a juzgar por la distribución interna de los hypogeums, ya tenían una organización con diferentes clases sociales.
Por otro lado, los cronistas hablaban de las barbacoas o construcciones sobre pilotes utilizadas en Tumaco. También dan cuenta de los bohíos circulares de los muiscas y quimbayas, así como de las viviendas masculinas y femeninas de los habitantes de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Muchas de las figuras encontradas en diversas excavaciones arqueológicas tienen la forma correspondiente al tipo de habitación usada en ese entonces, lo que resulta una importante ayuda para los investigadores que han encontrado pocas ruinas de construcciones ya que los materiales que usaban -barro, bahareque, madera y paja, por ejemplo- son de origen perecedero.

Habitación y universo
El estudio de la arquitectura precolombina es relativamente reciente y falta mucho por conocer aún . Tarea difícil, ya que la influencia destructiva del blanco no ha terminado y las huellas de ese pasado orgulloso son símbolos a punto de desaparecer.
La maloca -una construcción que ha sido muy importante entre las culturas de la región amazónica porque sirve de espacio habitacional y al mismo tiempo de representación del universo social y natural dentro del cual se vive es una de las más significativas edificaciones que se están abandonando.
Horacio Calle, director del departamento de Antropología de la Pontifica Universidad Javeriana en Bogotá, explicó a SEMANA las funciones tradicionales de este tipo de construcción en las comunidades aborigenes de la zona.
De acuerdo con lo dicho por el experto, una de las ocupaciones de este espacio es residencial . Cada una de las familias que allí convive cuelga sus hamacas y posee su propio fogón en "territorio" respetado por los demás. Hay una función ceremonial:
"La maloca es la representación arquitectónica y plástica del universo precisa Horacio Calle-. Todo un personaje mítico". Y, finalmente, también una social, cuando los hombres se sientan alrededor del "coqueadero" a comentar problemas urgentes y temas de interés general.
En la maloca se baila, se reza, se preparan los alimentos, se habla de ancestros y generaciones futuras y se duerme. Pero nunca se procrea. Para este acto, asociado en las culturas amazónicas como en muchas otras con la fertilidad de la tierra, el mejor lugar es la "chagra", o campo de cultivo.

¿En extinción?
La maloca tiene dos puertas. La principal mira al oriente, es masculina y a través de ella se entra a las ceremonias y a las reuniones importantes de la comunidad. Ejemplifica la boca sagrada del espíritu ancestral.
La puerta trasera es femenina y doméstica. Se usa para botar los desperdicios y entrar el agua limpia. Significa el año de ese sermítico.
El caballete o parte alta del techo (siguiendo la explicación de Horacio Calle) por estar ubicado de oriente a occidente, es el camino del sol. Y los bordes de la maloca, los límites del universo. Las vigas, curvaturas anteriores y posteriores del techo, representan el arco iris, y los cuatro postes centrales son los fundadores más antiguos del pueblo.
Esos cuatro postes forman un rectángulo en el centro de la maloca. Aquí se prepara la coca todas las noches mientras se entonan cantos y se ejecutan bailes que tienen que ver con los origenes de la comunidad.
El tejido del techo es elaborado con hojas de palma, llamadas por los indígenas erere, y es diferente dependiendo de lo que se quiera significar: unas veces representa al animal que se desea alejar de la comunidad y otras, por ejemplo, senos femeninos formados con pequeñas salientes abultadas de las que cuelgan figuras de diversos animales.
Ni la humedad ni la lluvia o el sol traspasan el espeso entramado que se logra con el erere y que oscurece casi por completo la maloca, evitando la entrada de insectos. Los fogones que se encienden en el interior alquitranan la palma, volviéndola impermeable. Pero, al mismo tiempo, los pequeños agujeros que deja el tejido permiten que el aire circule hacia adentro.
Todos los factores expuestos hacen de esta una excelente construcción arquitectónica y conocerlos ha servido para entender no sólo la estructura física de las viviendas indígenas, también su importancia cultural.
Antiguamente la maloca era habitada por todos los míembros de una familia. Hoy, en cambio, viven alrededor de ella. Incluso, a veces, en casas prefabricadas que ya no tienen ningún sentido simbólico. Las pocas viviendas de este tipo que aún se construyen son simplemente una atracción turística y verdaderamente poco tienen que ver con las nuevas generaciones indígenas.
Conocer la arquitectura de los antepasados que poblaron estas tierras no sólo es interesante. Resulta necesario cuando en las facultades de arquitectura y otros círculos se habla de edificar pensando en el entorno natural y la felicidad de los pueblos colombianos.

Un espacio, un arquitecto
A MUESTRA DE LA OBRA ARQUITECTONIca de Fernando Martínez Sanabria y sus escasas pinturas no podían tener un escenario más apropiado. La galería bogotana Deimos, en donde está la exposición hasta final de mes, fue diseñada por él mismo en 1976 bautizada en esa entonces como Esede.
Sobre la carrera séptima con calle 84, en el costado oriental, aparece esta fachada, plana, casi imperceptible: el nombre en letras plateadas y una pequeña puerta negra metálica. Adentro están las sorpresas.
La primera planta -llena en este momento de planos, fotografías de edificaciones y contadas cartas de otros ilustres arquitectos como Le Corbusier- es un espacio en forma pentagonal, con poca luz día, piso en cemento con aplicaciones en madera, detalles en yeso, manijas Art Deco para las puertas y paredes blancas, completamente blancas, como le gustaban al arquitecto.
La planta superior está pintada de gris (el tono de los óleos que más admiró en su amigo Alejandro Obregón). Y de nuevo, iluminada con poquísima luz naturnal. El visitante desprevenido, el que entra a mirar los cuadros y recorre el espacio buscando de nuevo el acceso, queda sorprendido después de medio camino por una pared que lo envuelve. Allí, el muro apenas parece cóncavo, pero visto desde el primer peldaño de la escalera es realmente delirante. Más aún si se tiene en cuenta que el techo también posee su curvatura y coordinar lo uno con lo otro requiere mucho cálculo. Sin embargo el efecto de conjunto es bastante expresivo en medio de la sencillez. Como lo es en toda la obra arquitectónica de Fernando Martínez. Incluso en la remodelación de la Plaza de Bolívar, "la sala de Colombia", que fue pensada por él en 1959.
Para ese espacio, lo más rutinario habría sido un diseño escultural, como el de cualquier plaza frente a cualquier basílica alrededor del mundo. Pero no. ¿Si los gatos de Obregón se llamaron "Gato" y, para ser un poco menos obvios, "Miau", por qué el terreno frente al Capitolio no podría sencillamente desocuparse para que la gente pase?

La pintura: un divertimento
Destapar el ladrillo, defender el espacio contra "cuarticos" o rincones, y renunciar toda Ia vida a convertirse en un constructor de grandes y populosos conjuntos residenciales, son algunas de las opciones más definidas y conocidas de este arquitecto.
Pero él, como cualquiera, sabía también abandonarse a juegos sin reglas y de aquí los casi 15 cuadros colgados en el segundo nivel de la Galería Deimos. Hay uno profundamente cubista, "Quinteto", y en los otros la única evolución se da a nivel del color que es menos europeo y más tropical a medida que pasa el tiempo.
"A Femando Martínez no le preocupa matricularse de pintor ni entrar en ninguna competencia -comentó alguna vez Marta Traba. La creación artística es, ante todo, un placer personal y una larga felicidad, pero en la mayoría de los artistas profesionales se mezcla, voluntariamente o no, con las ambiciones de triunfo, dinero y renombre que derivan del ejercicio de dicha profesión. En este caso, al no intervenir esos factores, el placer de crear está intacto, con una fuerza alegre y una inteligencia desinteresada que alcanzan al espectador".
El curador de esta exposición, que próximamente estará en otras capitales colombianas, es Alberto Zalamea, cliente y amigo del arquitecto. Enrique Moreno del Banco de la República la montó y cabe decir, que viró las fotos y las puso en paneles de cartón con bastidores de madera muy apropiados al carácter de la obra arquitectónica.