Especiales Semana

El general civilista

Aunque polémico, Francisco de Paula Santander, el Hombre de las Leyes, advirtió pronto lo que debía hacer para manejar el Estado.

David Bushnell*
26 de septiembre de 2009

Francisco de Paula Santander fue presidente dos períodos no consecutivos, primero como vicepresidente de la Gran Colombia, encargado del Ejecutivo en ausencia de Bolívar, y después como presidente de la Nueva Granada, a su regreso del exilio. Hubo diferencias de un período a otro, en los programas de gobierno y en el tamaño de la nación gobernada, pero los rasgos que demostró como conductor político en la Gran Colombia marcarían también su conducta posterior.

La trayectoria de Santander fue un factor positivo de preparación para el mando. Acumuló derrotas y triunfos militares durante la primera década de la revolución, que culminó en la campaña de Boyacá. Por otro lado, antes de la carrera de armas había sido estudiante de derecho. En todo caso, podía moverse tanto en la milicia como en la vida civil. Después de la batalla de Boyacá vestía uniforme de gala en ocasiones protocolarias y no subestimó el papel de los militares en la nueva Nación. Al final de su presidencia neogranadina se convenció de que el país no estaba preparado para un mandatario civil, por lo cual apoyó infructuosamente al general Obando como sucesor. Pero Santander era un militar de mentalidad cada vez más civilista.

Su civilismo se manifestó sobre todo en su obra de administrador que para él era más una pasión que un simple deber. No lo amedrentaba el trabajo de oficina y también era capaz de responder pronto a una crisis, como en 1833 en la conspiración de Sardá. Santander llegó de noche al mismo cuartel de húsares para recabar la obediencia militar y perseguir a los culpables.

Para mantenerse al corriente de lo que pasaba en el país tenía una extensa red de corresponsales oficiales y particulares, y en la capital se rodeaba de un círculo de amigos y consejeros, en su mayoría letrados de ideología liberal un tanto doctrinaria. Uno de estos, Vicente Azuero, lo arrastraría a extremos lamentables en su rompimiento con Bolívar en 1827. Pero por lo general, Santander a fuerza del puro sentido común adoptaba políticas más moderadas que las favorecidas por sus contertulianos, sobre todo en las relaciones con la Iglesia, el tema más espinoso de política doméstica tanto de la Gran Colombia como de la posterior Nueva Granada. Las excepciones más notorias tenían que ver con la educación y en especial su apoyo al Plan de Estudios de 1826, después derogado por Bolívar pero restablecido en la Nueva Granada y que en concepto de católicos tradicionalistas propalaba herejías.

La relación de Santander con el Congreso conllevaba unos serios desafíos que supo manejar con relativo éxito. Se trataba de una corporación sin antecedentes en Hispanoamérica pero con ideas exaltadas de su propia importancia y dentro de la cual coexistían fuerzas diversas. Sin embargo, su relativa moderación programática lo ayudó a sacar adelante su agenda. También lo ayudaba la distribución de favores entre legisladores y sus allegados, aun cuando la cantidad de favores disponibles no era muy extensa y faltan pruebas contundentes

Santander no desdeñaba las minucias de política electoral. Se dio cuenta de que para obtener y conservar el poder en Nueva Granada, a diferencia de algunos países hermanos, lo importante era la construcción de una maquinaria electoralista y la diseminación de propaganda a través de la prensa. No siempre ganó. En la primera prueba importante, su reelección como vicepresidente de la Gran Colombia en 1826, le resultó esquivo el voto de opinión, pues perdió en Bogotá y Antioquia, aunque ganó en la periferia. Tras volver del exilio casi no tuvo oposición al ser elegido primer presidente constitucional de la Nueva Granada. Reanudó su maquinaria clientelista y afición de articulista, aunque sufrió una derrota cuando el candidato que prefería como sucesor, el general Obando, perdió frente al doctor Márquez. Santander aceptó el revés pero no abandonó la política. Llegó a la Cámara de Representantes y coronó debidamente su papel de Fundador Civil de la República.
 
* Doctor en historia, Universidad de Harvard