Especiales Semana

EL MUNDO ESTA QUEBRADO

Un largo proceso de recesión iniciado en los años setentas con el problema energético desemboca ahora en la más grande crisis económica mundial desde los años treinta.

18 de octubre de 1982

"Si debes a tu banquero un millón de dólares, estás en problemas. Si le debes un billón de dólares, tu banco está en problemas. Si debes a tu banco 100 billones de dólares el mundo entero está en problemas". Cuando John Maynard Keynes escribió esta frase, en la década del 30, probablemente no se imaginó que medio siglo después de su muerte se ajustara tan fielmente a la realidad. Pero lo cierto es que el mundo capitalista occidental en los actuales momentos se ve abocado a enfrentar una década la de los ochenta, que se archivará en el recuerdo de la literatura económica en un lugar muy cercano a la de los 30. Los dos son períodos durante los cuales frases como la de Keynes y palabras como recesión y crisis describen el momento económico.
El nombre de Keynes está muy asociado al rápido desarrollo de las economías occidentales en los años de la posguerra. Se consideró, por mucho tiempo, que las políticas inspiradas en sus teorías eran causa de la prosperidad que se vivió durante ese período cuando existían altas tasas de crecimiento del producto y la inflación no desvelaba a nadie. Ello permitió a los gobiernos manejar sus economías con políticas expansivas: el fomento de la demanda era el instrumento idóneo para lograr altas tasas de crecimiento y la intervención del Estado, a su vez, se encargaba de que el reparto de ese crecimiento, mediante políticas fiscales progresivas, fuera justo y equitativo.

SE VIENE EL MONSTRUO
Sin embargo, al comenzar los años 70, aparecieron juntos, dos fenómenos indeseables que antes se consideraban excluyentes: estancamiento e inflación. En efecto, antes de estos años, los gobiernos planeaban con base en un supuesto "trade off" entre ambos.
Se habló de la "Curva de Phillips". una relación inversa entre desempleo e inflación que, en términos de política económica, significaba la reducción de la innación, sacrificando mayores tasas de crecimiento y viceversa. Con esa idea, al llegar la década del 70 se mantuvieron, ante las amenazas del monstruo inflacionario las políticas contraccionistas. Frenar la expansión de los medios de pago, o contraer la demanda del sector gobierno, contribuiría a controlar la inflación. Con los controles, se pagó lo que se estaba dispuesto a pagar, en términos de menores tasas de crecimiento, pero no se obtuvo lo que se estaba "comprando". No amainó la inflación. Por el contrario, esta última se disparó a niveles que no se conocían antes. Los efectos secundarios de la medicina se produjeron, pero no la cura del enfermo.
El proceso hizo que se revaluaran las tesis keynesianas, consideradas hasta entonces como la verdad revelada. El pensamiento económico buscó nuevos rumbos como el monetarismo de Friedman; las políticas de estímulo a la demanda se consideraron una especie de suicidio ,era como cortarse las venas con el filo de la inflación.
La década de los 70 estaba marcada por la angustia de la crisis energética. Las economías capitalistas de Occidente habían basado su estructura de desarrollo y de crecimiento sobre la premisa de una energía barata, despreocupándose de la miseria en que vivían los países proveedores de petróleo. Al reclamar éstos un precio justo, se produjo el descalabro energético hasta el punto de llegar a cuestionarse las bases mismas de la civilización industrial.
Los precios del petróleo, en elevación constante, llegaron a los países petroleros en montos no imaginados pocos años antes y se distribuyeron por el mundo a través, principalmente, de la banca comercial internacional. Fue la época de los créditos fáciles, los banqueros satisfechos y la inflación galopante.

PANORAMA NUBLADO
Se cumplió entonces la máxima ley del pesimismo: toda mala situación es susceptible de empeorarse. A principios de la década de los ochenta se intensificó la recesión, mientras el mundo en vías de desarrollo se vio cubierto por el nivel de endeudamiento más alto de la historia. Era apenas una consecuencia inevitable de los desequilibrios que, en las balanzas comerciales, habían ocasionado los altos precios de la energía: el pago de esa deuda les erosionó porcentajes crecientes del producto de las exportaciones que, a su vez, como resultado de la recesión, disminuyeron considerablemente sus valores.
Los años del dinero fácil y los "milagritos económicos" quedaron atrás. El superávit de balanza de pagos de los países petroleros se redujo de 103.000 millones de dólares en 1980 a 76.000 en 1981, y la tendencia hacia abajo de las tasas de crecimiento del PIB se mantuvo en 1981 y en los comienzos de 1982. Para Estados Unidos, se calcula una disminución en el PIB al terminar el presente año. Entre junio del 81 y febrero del 82, la Industria norteamericana cayo en un 10%. En el Japón y en los prósperos países de la CEE si acaso habrá una leve recuperación en 1982. Se vive el período de desaceleración más largo desde la crisis del año 29.
Todo esto se manifiesta, en las actuales circunstancias, en una búsqueda, por parte de los países avanzados de "mercados sustitutos" en donde puedan vender sus mercancías como fórmula de alivio para las dolencias de sus economías. Para estos propósitos podrían ser útiles los países de la OPEP, los países socialistas y los del Tercer Mundo, pero tienen intereses que van en sentido contrario: aumentar el proteccionismo y el control de cambios para que no se despilfarren las divisas. El laberinto, entonces, tiende a complicarse.

ILIQUIDEZ EN EL MUNDO
El proteccionismo, esa tentación tan atractiva para los países, puede tener efectos peligrosos porque, al obstaculizar el comercio, la pérdida de dinamismo en las actividades comerciales impide la venta de productos, lo cual desincentiva la producción. Se vuelve nuevamente a la recesión que se pretende combatir. Por esta razón, un informe reciente del Banco Mundial hace un llamado para que los países desarrollados combatan la tentación del proteccionismo y permitan un mayor acceso a los mercados de capital y a sus corrientes de recursos, como ayuda para los países con bajos ingresos.
Esto último, para colmo de males, tampoco parece una alternativa viable. Lo que nunca se pensó que puediera suceder, sucedió: los grandes deudores del mundo tienen que renegociar sus deudas en forma simultánea.
A finales de 1982 cerca de 20 países estarán imposibilitados de pagar el servicio de la deuda y deberán iniciar la renegociación de la misma. Cuando los mercados de crédito se cierran, porque así lo obligan las circunstancias económicas de los demandantes y porque éstos descubren su debilidad que pone en entredicho la capacidad para respaldar los créditos, los países se comportan como corporaciones: prestan a corto plazo. Esto es lo que ha venido ocurriendo, especialmente en países latinoamericanos y del Tercer Mundo que salieron en busca de los mercados de divisas europeas y se endeudaron con altas tasas de interés. En este año los países menos desarrollados tendrán que pagar préstamos por un total de 140.000 millones de dólares.
Igual que en un mercado financiero local, las naciones, comprometidas con vencimientos que no pueden cumplir por escasez de divisas, salen en busca de nuevos créditos, esta vez a corto plazo y tasas de interés aún mayores. Luego, cuando vienen los vencimientos de estas últimas y tampoco hay con qué pagar, es necesario renegociar la deuda.
Latinoamérica, por ejemplo, en préstamos de corto plazo tuvo, en el primer semestre del 81, el 41%, del total de su crédito y en el segundo semestre tal proporción aumentó hasta 75%. Naturalmente, la enfermedad no solamente es grave para los países latinoamericanos. Aunque ellos la padecen con mayor intensidad, también es dolorosa para los bancos, pues se han conocido casos de bancos quebrados como resultado de la falta de capacidad de pago de los países pobres. Al respecto, la revista "Euromoney", en su entrega de agosto, hace una análisis de flujo de caja de las naciones menos desarrolladas y sus conclusiones son verdaderamente alarmantes. Al mismo tiempo que han disminuído los préstamos a mediano y largo plazo en favor de los países en desarrollo, la deuda total sigue creciendo, lo mismo que los requerimientos de estos últimos para pagar los intereses de esas deudas.

AIRE DE CRISIS
Todo esto ha llevado a que algunos cataloguen a la actual crisis, que no sólo es de producción sino también de inflación y de liquidez, de las mismas consecuencias que el "crash" del año 30. Quienes así argumentan recuerdan que, igual que entonces, en la actualidad se está dando un sorpresivo repunte en las bolsas de valores que sólo puede explicarse por altos grados de endeudamiento de las personas para comprar acciones. Esto es muy peligroso, y en un momento determinado puede llevar a la ruina de muchos agentes, tanto del mercado de valores como del mercado financiero, que son apenas dos caras de la misma moneda, precipitando así el colapso total.
La revista "Time" registró hace dos semanas el inusitado dinamismo de las negociaciones de Wall Street (ver recuadro). Fue ese exactamente el desarrollo de los hechos que antecedieron a la crisis de 1929, según cronistas e historiadores de la época, como John Kenneth Galbraith.
Con todo, las perspectivas hacia el futuro no son, ni mucho menos, las mejores. Hay unanimidad de criterios en cuanto a que la producción mundial de petróleo tenderá a estabilizarse o disminuir hacia finales del siglo, por causa del agotamiento rápido del recurso, a menos que se hagan nuevos descubrimientos de extraordinaria importancia en países que estén dispuestos a aumentar la producción y la exportación de ese combustible.
Los precios del petróleo seguirán constituyendo una variable crítica en la demanda y la oferta de ese producto en los mercados mundiales. De todas maneras, el mundo del año 2000 debe pensar en fuentes energéticas ajenas al petróleo. No existiendo dudas de que las mismas se desarrollarán, lo que no se puede predecir es cómo será el enlace entre la época actual de crisis energética y la nueva era de otros tipos de energía.
Sin embargo, se puede estimar que el peso de la deuda externa llevará a los países productores de petróleo a la necesidad de aumentar su producción, lo cual ya se está viendo en algunos miembrós de la OPEP que no están respetando las cuotas pactadas. El enfrentamiento de intereses entre ellos puede reflejarse en aumentos en la oferta mundial y por consiguiente, en disminución de los precios en el corto plazo lo cual, finalmente, se reflejará en desincentivos para explorar otras fuentes. Estarían creadas las condiciones para una nueva, y tal vez más grave, crisis energética, cuando se superen los problemas nacidos de la actual situación de endeudamiento.
No hay que perder de vista, además, que el estado actual de empobrecimiento y desempleo de los países de América Latina, posiblemente agravado por las políticas restrictivas que se verán obligados a adoptar en el corto plazo, hace prever difíciles situaciones políticas y sociales en el continente, derivadas de la agitación social que necesariamente deberá ocurrir.
No se ve, entonces, una salida fácil, a la crisis que afecta a la economía mundial y que golpea con mayor fuerza a los más débiles. Las circunstancias que precipitaron la situación no sólo permanecen sino que tienden a agravarse. Sólo si desaparecen en el largo plazo, gracias a la acción de mecanismos que no están muy claros, puede llegarse a una nueva etapa de prosperidad. Lo grave, según otra frase de Keynes, es que "en el largo plazo todos estaremos muertos".

LA RESURRECCION DE WALL STREET
El resurgimiento del mercado de acciones en el panorama del ahorrador y el inversionista norteamericano ha sido, sin duda una de las noticias más destacadas en lo que va corrido del presente año. Para la mayoría de los analistas, la bolsa de valores de Nueva York se había convertido en un lugar digno de mención para quienes quisieran mirar los acontecimientos de tiempos pasados. En los noticieros televisados se citaban algunos indicadores sin prestar, realmente, atención a lo que habían sido las operaciones durante ese día. En realidad, la falta de atención al mercado de valores en los Estados Unidos no estaba desprovista de razón; la mayoría de las empresas azotadas por la recesión no tenía base cierta para ofrecer al público rendimientos atractivos y confiables que pudieran superar con holgura la tasa de captación de los bancos y por ello los volúmenes negociados se concretaban, en su mayoría, a compras o fusiones entre las industrias de mayor tamaño.
Fue en la tercera semana de agosto cuando en los círculos de los corredores de bolsa se empezaba a comentar la posible mejoro del mercado. La discusión en el Congreso sobre el presupuesto para 1983 y el nuevo acuerdo sobre impuestos en el que se desfavorece a quienes reciben intereses bancarios, fue complementada por una súbita caída del "prime rate" a niveles logrados dos años antes, cuando la economía estaba mejor que ahora. El repentino cambio de circunstancias movilizó en cuestión de horas a las personas que tenían facilidades de liquidez hacia las oficinas dedicadas a la compra y venta de acciones. De tal modo, en un sólo día se rompieron los récords de negociación de estos papeles. 132 millones fueron intercambiados en una corta ronda. Con la propagación de la noticia, los más prudentes decidieron no obstante la euforia del momentó, aplazar sus inversiones hasta que el panorama se hubiera demarcado un poco más son millares las historias sobre aparéntes recuperaciones que a la hora de la verdad no pasan de ser una corta tormenta dentro de un largo período de calma.
Sin embargo, los días siguientes acabaron por convencer a cualquier escéptico. Al cabo de la tercera semana de febriles y millonarias negociaciones, uno de los más grandes inversionistas expresó su satisfacción porque este mercado que otrora fuera parte importante en la vida de cualquier estadinense de clase media, haya vuelto a su lugar de privilegio "con el ánimo de quedarse allí por largo rato".
Como es de suponer, no todo tipo de acciones son las de mayor demanda. Confirmando la hipótesis de que la economía de los Estados Unidos está altamente segmentada y que por lo tanto algunos sectores tienen una impresionante dinámica dentro de un marco general ampliamente recesivo. La principal expectativa se ha centrado en las actividades nuevas: productoras de sistemas de cómputo, comunicaciones y, en general, fabricantes de equipos electrónicos han salido favorecidos al lograr financiar parte importante de sus operaciones, mediante la colocación de nuevas emisiones con relativa facilidad.
La otra cara de la moneda la conforman los sectores más tradicionales. Los ramos metalmecánico y siderúrgico, la industria automotriz y las empresas dedicadas a la construcción, han sido dejados de lado hasta que demuestren que han logrado alguna recuperación efectiva que pueda sustentar en un futuro la confianza de los inversionistas.
¿Hasta cuándo durará esta bonanza?, es la pregunta que se hacen ahora las personas interesadas en la situación. Casi la totalidad de los conocedores plantea que por lo menos hasta final de año, cuando se conozcan los estados financieros de las empresas. Si estos no revelan mejoría, hay total seguridad de que Wall Street pasará de nuevo al ostracismo. Empero, si la rebaja en las tasas de interés y las políticas de Reagan tienen algún efecto que aliente las esperanzas de tiempos mejores, nuevamente la gente estará prestando atención al mercado de acciones, reeditando esa curiosa comunión entre el pequeño ahorrador y la gran empresa, que en años pasados le dio tan excelentes resultados al capitalismo norteamericano.