Especiales Semana

NUEVO EN ESTA PLAZA

El portugués Víctor Mendes cambió los tribunales y la trompeta por las banderillas.

4 de marzo de 1985

Que un matador de toros se llame Víctor no es normal. Victoriano sí, pero no Víctor. Y Mendes no es un apellido que suene muy taurino, ni siquiera con esa ese final que revela su origen portugués. Tampoco es que haya muchos toreros portugueses, si a eso vamos. Rejoneadores sí, y también forcados: esos gordos vestidos de portugueses que se abrazan en fila india para recibir el topetazo de un toro en la barriga. Pero toreros de verdad hay pocos en un país donde la ley prohibe que en las corridas se pique y se mate al toro. Y tampoco es corriente que se haga torero un muchacho que no tuvo que esquivar las "cornadas del hambre" de que hablaba El Gallo, sino que tuvo una infancia protegida de clase media en Vilafranca de Xira, empezó a estudiar música a los diez años, habla portugués, español, francés, inglés y algo de italiano, hizo dos años de Derecho y trabajó de escribiente en el Tribunal de su ciudad natal. Nada de eso es normal, y sin embargo Víctor Mendes, trompetista portugués de veinticinco años, va camino de convertirse en uno de los mejores toreros de esta década. Y no contento con eso, se da el lujo -insólito en el mundo de los toros- de llamar a su apoderado con el diminutivo familiar de "Gonzalito"
Un torero fuera de lo común, pues. Pero es que, para comenzar, Mendes no había pensado ser torero, sino banderillero. "Yo llevaba el gusanillo dentro" -dice- y empecé a los dieciocho años: pero mi meta era ser banderillero profesional". Y hace ya medio siglo que los matadores no empiezan, como en los tiempos trabajosos de Lagartijo y Frascuelo, como banderilleros en cuadrillas ajenas. "Desde el año 77 hasta el 80 fui banderillero en las cuadrillas de Palomo Linares y José Mari Manzanares" cuenta Mendes. "Y un día Gonzalito (Gonzalo Sánchez Conde) me vio poner banderillas y dar lances de capote y pensó: "este chico se está desperdiciando". Me apoderó, y así empezó mi carrera novilleril, que sólo duró un año". El novillero Mendes tomó la alternativa de matador de toros en Barcelona, el 13 de septiembre de 1981, con toros de Carlos Núñez, y en presencia de sus antiguos patrones: su padrino fue Palomo, y Manzanares actuó de testigo. Cortó una oreja a su primero, y las dos a su segundo -"Juguetón"-, un toro de 553 kilos. Lo sacaron en hombros hasta el cuarto del hotel.
Su gran destape, sin embargo, no vendría sino tres años más tarde, en la plaza de Las Ventas de Madrid, durante la Feria de Otoño con que se cierra la temporada española. Hasta entonces se había mostrado como un gran banderillero, pero un torero del montón. Esa tarde mostró que además podía ser un torero serio: fino y lento con el capote, deslumbrante con las banderillas, inteligente y dominador con la muleta, certero con el estoque. Convenció a la afición más exigente del mundo, que es la madrileña. Y de ahí saltó a América.
La afición colombiana todavía no sale de su asombro. Resignada al desgano de Manzanares, a los caprichos de Palomo, a las payasadas de El Soro, acaba de descubrir en el desconocido portugués a un torero de verdad, con ganas, y que no viene a las plazas americanas simplemente por redondear su año sino porque quiere triunfar. Variado con el capote, toreando con las manos bajas y cargando la suerte. Espectacular en el tercio de banderillas, que sale a clavar con la montera puesta, a la antigua: "uno de los mejores rehileteros de la época actual", afirma el veterano cronista taurino RoZeta, de El Espectador. Menos bueno con la muleta, pero muy seguro, y aprendiendo rápido:
"Todavía tiene que aprender a mandar, porque recorta la embestida", opina Guillermo Rodríguez, cronista de Caracol. ("Mandar" consiste en hacer que el toro vaya a donde el torero quiere, y no donde quiere él, para poder así ligar el pase siguiente: algo así como "recoger" en billar). "Como se trata de un muchacho muy inteligente, dentro de tres o cinco años tendremos un excelente torero", vaticina Eduardo de Vengoechea. Y por añadidura, Mendes comunica: es decir, sabe llegarle al público. Lo demás son orejas: en Cali, en Manizales, en la desabrida corrida de Icuasuco que se toreó en Bogotá el 27 de enero donde cortó una a cada uno de sus toros después de haber hecho lo mejor de la tarde. Mendes está contento, aunque todavía no se acopla demasiado bien al ganado colombiano ("más lento y con menos fuerza que el de la Península"), y la afición le gusta: "La más seleccionada es la de Bogotá", dice. "En Cali, Manizales Armenia y Medellín a la gente le gusta los toros, pero no todos son entendidos".
Está contento, pero es modesto y lúcido y reconoce sus limitaciones: "Todavía me falta torear mucho para aprender la técnica de la muleta. Mi meta es el clasicismo. Toda la vida admiré y sigo admirando a El Viti: la ortodoxia y la ciencia en el ruedo".
Si sigue como hasta ahora, Víctor Mendes va por ese camino: llegará a ser un torero clásico. Un ganadero comentaba que todavía le parece un poco "amexicanado", quizás por su espectacularidad con las banderillas, que es muy propia de torero americano, y que hace que se desdibuje un poco su mérito en el toreo de verdad, con la capa y la muleta. Pero eso es cuestión de tiempo -y también de suerte, como todo en los toros- y Víctor Mendes no tiene prisa. Además, le queda la música. En Cali, después de la corrida, se fue a terminar la tarde tocando la trompeta en casa de un aficionado a los toros que es además coleccionista de instrumentos de viento.