Pero ahora está llegando al hemisferio norte y hay voces que proponen hablar de la epidemia del Mal de Chagas. La malaria es otro ejemplo. La gente vivía con malaria y lo aceptaba, "bueno es así", hasta que el poder político, por los motivos que fueren, empezó a tomar nota de "eso".
Cada epidemia es única, resultante de un microorganismo y del modo en que una sociedad lo confronta, reacciona e interpreta.
Además, el presente no es un buen alumno del pasado. La historia puede señalar una hoja de ruta, pero nada más.
Articular una respuesta política, de salud pública, en medio de la incertidumbre que trae una epidemia nueva como el covid-19, es un desafío brutal.
Además de la incertidumbre, otro patrón que caracteriza a las epidemias es que no afectan a todos por igual.
Las epidemias no son democráticas. Pueden afectar a todos, pero los que más mueren son los pobres, los más vulnerables. No hay epidemia que haya afectado más a los ricos que a los pobres.
Un caso característico en América Latina es la epidemia de cólera ocurrida en Perú en los 90. Entonces, murieron 2.909 personas y las poblaciones más golpeadas fueron las zonas rurales y del Amazonas, por su falta de acceso a agua potable y una adecuada red de alcantarillados.
Este caso demuestra lo poco que algunos países aprenden de sus crisis sanitarias.
Si sigues las noticias sobre el covid-19, parece ser que no se entendió nada de la epidemia del cólera, porque la red de infraestructura de agua potable sigue siendo tan precaria como en los años 90 en Perú.
¿Qué estrategia se debe seguir para combatir la covid-19 en América Latina?
Esa perspectiva puede funcionar -y solo hasta cierto punto- en Buenos Aires. En el Gran Buenos Aires la situación es otra y es horrorosa, con casi 50% de la población debajo del nivel de pobreza. Entonces, la agenda antiepidémica para mitigar el contagio necesita localizarse.
Las ciudades de Sierra Leona no son ciudades de clase media, las de Liberia tampoco; en Vietnam, en Ho Chi Min City, el hacinamiento no es una excepción.
Pero en esos países la vigilancia epidemiológica, por ahora, ha dado buenos resultados. Me parece que hay algo en América Latina que no funciona bien, y no me pida una explicación muy convincente porque no la tengo.
A mediados de septiembre, Martha Lincoln, antropóloga de la salud, se preguntaba por el rol de la "arrogancia" a la hora de combatir el covid-19.
El Estado que logra desarrollar en la sociedad una consciencia de civilidad sanitaria ya ganó una primer batalla. Nueva Zelanda lo está haciendo a su modo. Y Vietnam, donde según las noticias la civilidad sanitaria es notable. La realidad es que en esta coyuntura están mucho mejor.
Y pareciera ser que estos logros tienen que ver con otro asunto: una epidemia es una maratón, no una carrera de 100 metros. Para correrla es necesario una buena dosis de confianza para navegar colectivamente en medio de una neblina que afecta a todos.
Si se asume la incertidumbre, si la sociedad y el gobierno entienden que no se podrá dar vuelta la página tan rápido, entonces construir confianza en lo que puede hacer la salud pública y la ciencia se vuelve una prioridad de la política.
Todo indica que en extremo Oriente en parte lo han logrado.
BBC