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¿Adiós al espacio?

La catástrofe del transbordador Columbia arroja interrogantes sobre el programa espacial y revive el debate acerca de si vale la pena mandar personas al espacio.

9 de febrero de 2003

El simbolo del conocimiento y la aventura quedó hecho trizas. Miles de policías, militares, agentes federales e investigadores de la Nasa iniciaron desde la semana pasada la titánica tarea de recoger los innumerables pedazos del transbordador Columbia y sus siete tripulantes en el estado de Texas, donde la nave se desintegró el sábado pasado cuando reingresaba a la atmósfera. En todo el mundo lloraron a los aventureros que tras 16 días en el espacio murieron 15 minutos antes de aterrizar. En medio de la tristeza el presidente George W. Bush asumió un espíritu optimista al anunciar que el programa continuaría, aunque ordenó que los tres transbordadores restantes permanecieran en tierra hasta que la investigación de la tragedia concluyera. Pero tal investigación puede ser más complicada de lo que se espera, y, sobre todo, puede revelar problemas estructurales que comprometerían el futuro del programa espacial.

Inicialmente las noticias de las investigaciones independientes a cargo de la Nasa y la Cámara de Representantes de Estados Unidos, hablaban de que el accidente se debió a una falla en el aislamiento de calor a la entrada de la nave en la atmósfera. Con anterioridad los científicos del centro espacial Johnson habían anunciado que al momento de despegar un pedazo de la capa de espuma protectora del tanque de combustible se desprendió y golpeó el flanco izquierdo. Los expertos imaginaron que el impacto podría haber desprendido algunas de las 24.000 losas de silicio que protegen del calor a la panza de la nave, pero consideraron que el daño sería inofensivo.

En efecto, según dijo a SEMANA Steven Schneider, experto en retorno a la atmósfera de la Universidad Aerospacial y Astronómica de Purdue, el problema del desprendimiento de losas es bastante común y en todas las misiones de transbordadores suele ocurrir que la basura espacial o cualquier tipo de residuo de la nave daña algunas de ellas. "El daño de las losas siempre ha sido una preocupación, pero se creía que el riesgo de una falla catastrófica era pequeño", aseguró.

Sin embargo los computadores de la Nasa registraron un calentamiento súbito en la misma ala izquierda de la nave justo antes de perder la comunicación, lo que ha hecho que los expertos reevalúen su concepto inicial y que ahora estén estudiando cuadro a cuadro el video del lanzamiento.

Pero aunque los expertos hubieran estimado que el daño era más grave de lo que creyeron, de ser cierta la hipótesis de las losas, lo más seguro es que no se hubiera podido hacer nada para solucionar el problema. Las placas se hacen individualmente y tienen formas únicas, por lo que la nave no carga con repuestos. En otras palabras, se trataría de una tragedia condenada a suceder desde que la nave despegó. Al final de la semana, sin que se descartara la tesis inicial, comenzaron a barajarse otras, como el choque con un meteorito o con chatarra espacial.

Problemas de siempre

Todavía en plena carrera espacial con la Unión Soviética y después del exitoso paseo por la Luna, Estados Unidos y la Urss se plantearon la necesidad de inventar un transporte espacial reutilizable y, por lo tanto, más eficiente económicamente. Las naves fueron desarrolladas durante la década del 70 y en 1981 despegó la primera. Sin embargo, muy pronto fue evidente que las promesas iniciales no se cumplirían. El presupuesto del programa, originariamente de 25.000 millones de dólares se disparó 16 veces. Cada vuelo terminó costando alrededor de 250 millones de dólares. Además, el tiempo de preparación para cada misión acabó siendo muy largo. Por todo ello los transbordadores no cumplieron la expectativa de volar una vez a la semana, sino cinco veces por año.

Tampoco resultaron más seguros. De los cientos de viajes al espacio con tripulación que se han realizado sólo tres terminaron en accidentes fatales y dos eran de transbordadores. La investigación del accidente del Challenger en 1986 reveló varias fallas de diseño, retrasos y errores administrativos. Por esa época también empezó a hablarse del problema de las frágiles losas de silicio, inventadas antes de que se descubrieran nuevos materiales. Para completar, el programa se ideó en un momento de expansión económica sin precedentes y poco a poco, las recesiones, unidas al cambio en la agenda internacional de la posguerra fría, generaron recortes presupuestales en el programa espacial. En 2001 un panel investigativo del Congreso descubrió que la fuerza de trabajo de la Nasa muchas veces no estaba lo suficientemente calificada y laboraba más de lo deseable.

Tantos inconvenientes habían generado desde antes del accidente un debate acerca de la pertinencia de continuar con el programa de transbordadores. Para muchos, mandar hombres al espacio no era más que circo y las pocas aplicaciones prácticas de las misiones no justifican la inversión y el riesgo. Por eso, concluían, sería mejor acabar con el programa o utilizar robots en lugar de hombres. Lloyd Dumas, profesor de economía en la Universidad de Texas dice en su libro Arrogancia letal: falibilidad humana y tecnologías peligrosas que "cuando los seres humanos, por naturaleza sujetos al error, interactúan con tecnologías poderosas, las equivocaciones son inevitables".

En efecto, la Nasa también ha considerado desarrollar un sistema de transporte que reemplace a los transbordadores, quizás uno que no requiera de tripulación. Sin embargo este programa no ha recibido fondos suficientes porque existen fuertes intereses económicos en juego de personas que se benefician con la permanencia del programa de transbordadores. Los mayores lobbyistas contra estas iniciativas son empresas privadas como Boeing que ganan jugosos contratos.

¿Terminar con el programa?

Quizás en parte para evitar una pelea con ellos el presidente anunció tan pronto como le fue posible que a pesar del accidente, no acabaría con el programa de transbordadores y que incluso le destinaría más dinero a la Nasa. Según él, es lo mínimo que se puede hacer "por nuestros hijos y Estados Unidos". No obstante, para muchos es claro que las razones para mantener el programa no sólo son altruistas. Así, Karl Grossman, de la organización Fair, dice que la defensa de los transbordadores tendría que ver con la posibilidad de aplicar los descubrimientos de la Nasa a la fabricación de armas nucleares, lo que sería bastante polémico. Grossman es además un apasionado crítico de los experimentos espaciales con tecnología nuclear: "La tragedia del Columbia llega cuando la Nasa estaba impulsando un programa para usar energía nuclear en el espacio. El llamado 'Proyecto Prometeo' busca expandir la iniciativa nuclear de 1.000 millones de dólares que incluye la creación de un cohete impulsado por energía nuclear. ¡Imaginen las consecuencias de que este cohete cayera hecho pedazos en Texas!", dijo.

Pero hay otra cara del asunto. Tal vez es cierto que los transbordadores son costosos y peligrosos y que su defensa obedece a intereses oscuros. Quizá también es que haya que pensar en reemplazar la flota espacial. No obstante, acabar con la exploración del espacio realizada por humanos no es tal vez la mejor solución. Los robots tienen limitaciones y no son siempre apropiados. "La robótica sólo puede llevar a la exploración espacial hasta el punto en que se necesita la flexibilidad y el juicio humanos. Los robots pueden traer un conocimiento invaluable y preparar el terreno para mandar una tripulación a Marte, único planeta del sistema solar donde podríamos aterrizar y hacer algo importante, como extender la presencia en el universo", explicó a SEMANA George Diller, experto de la Nasa en lanzamiento de transbordadores en el centro espacial Kennedy.

Las exploraciones espaciales con humanos también tienen sus defensores filantrópicos. SEMANA habló con la doctora en geología Cassandra Runyon, quien dirige el programa de alcance educativo de la Nasa. Ella ha coordinado varios experimentos para promover el uso de las matemáticas, la ciencia y la educación tecnológica en los estudiantes de secundaria. Actualmente los niños monitorean el crecimiento de cristales de proteínas que causan cáncer en condiciones de microgravedad y está planeado que para marzo sus experimentos sean llevados al espacio en el laboratorio portátil de uno de los transbordadores restantes. "Pensar en ese día ha estimulado a estudiantes de todas partes del país y del mundo para que se interesen en la ciencia". En efecto, los viajes al espacio con humanos tienen un componente pasional capaz de inspirar a millones de personas. Un editorial de la revista Time argumentaba que "sería más barato y seguro explorar el espacio con cámaras y computadores en lugar de hombres y mujeres. Pero también se perdería algo. Algo del orgullo y apasionamiento que fue transmitido por los mensajes en vivo de la tripulación".

Runyon cuenta que el primer experimento educativo que realizó con niños les permitía tomar fotografías de la Tierra desde el espacio por medio de computadores en línea con la Nasa y un satélite. "Los estudiantes que participaron conmigo en este programa ahora están terminando doctorados en ciencia e ingeniería", dice la doctora sin ocultar su emoción. Y agrega: "¿Que si creo que el programa espacial de vuelos con humanos debe continuar? Sí, definitivamente".