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América Latina: panorama incierto

Las elecciones de mandatarios independientes y con corte populista en varios países de la región, como 'Lula', Gutiérrez o Chávez, no indican que la democracia como sistema haya fallado sino que le falta mucho por consolidarse.

Alvaro Tirado Mejía
23 de diciembre de 2002

Hace 10 años, durante la conmemoración del quinto centenario del Descubrimiento, existían elementos para ser optimista sobre el futuro de Latinoamérica. La guerra en Centroamérica había terminado y por primera vez en los dos siglos de vida independiente la región estaba regida por gobiernos civiles elegidos por voto popular. En lo económico, se iniciaba un período de crecimiento signado por grandes acuerdos de integración: Nafta en el norte y Mercosur en el otro extremo. En la llamada Cumbre de las Américas, celebrada en Miami bajo el patrocinio del presidente Clinton, se insistía en la defensa de la democracia y se proyectaba el Alca para 2005, como un acuerdo de libre comercio de alcance continental.

Se vivía la euforia producida por la caída del muro de Berlín y el derrumbe del sistema soviético. Publicistas con manto académico vendían para el mundo la imagen del fin de la historia, entendido éste como el reino universal de la democracia occidental y la omnipotencia del mercado libre y de la libre empresa. Diez años después, las ilusiones se han disipado. Gran parte del planeta se niega a uniformizar sus valores de acuerdo con los patrones occidentales, se practican políticas proteccionistas aun en los países desarrollados que predican el libre cambio, y hasta entidades como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que impusieron un libreto férreo para manejar la economía, tratan de revisar o suavizar su catecismo al contemplar los efectos producidos por su aplicación textual en Rusia, Asia, Africa y América Latina.

En cuanto al reino de la democracia, en gran parte del planeta subsisten regímenes dictatoriales, el integrismo con sus secuelas de intolerancia se manifiesta en diferentes versiones, y los acontecimientos de septiembre de 2001 han permitido que al amparo de la lucha contra el terrorismo se imponga la real politik, y no se repare en cuanto a títulos democráticos de los aliados, así tengan estos catadura dictatorial.

Si bien es cierto que en América Latina no se han vuelto a producir golpes militares, nadie podría pregonar estabilidad frente a lo sucedido en Ecuador, con cinco presidentes en cuatro años, o tres en Perú y Argentina. Ni tampoco frente al deterioro de los partidos políticos y el éxito de los candidatos de la antipolítica que llegan al poder con coaliciones precarias.



Los años dorados

En América Latina se esperaban grandes resultados de las democracias representativas en términos de crecimiento económico y de bienestar social. Hasta finales de la década de los 90, las democracias gozaban de estabilidad política, muchos no dudaban de la existencia de partidos representativos y mayoritarios, había alianzas de gobierno perdurables que producían alternancia política y, de alguna manera, las relaciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo eran constructivas. Incluso, la presencia de los militares que tanto marcó los procesos políticos en la región se había venido desvaneciendo, llegando a estar dentro de la esfera constitucional y legal y bajo la autoridad de los gobiernos civiles.

Esta ola democratizadora, que en sus inicios ondeaba las banderas de los derechos humanos y el respeto por las libertades, vino acompañada por la economía de mercado como modelo económico, lo que produjo un mayor acercamiento ideológico entre América Latina y Estados Unidos.

Del otro lado, por la misma época, el país del norte dejó de distinguir entre dictaduras buenas o malas. Todas pasaron a ser reprochadas y atacadas con la convicción de que la democracia y los valores inherentes a ella eran el mejor o el único sistema político aceptable. En desarrollo de esta política se crearon mecanismos hemisféricos de defensa de la democracia, se actuó colectivamente en Haití para restablecer al gobernante legítimo y se obró de consuno para impedir golpes de Estado en países como Paraguay.

Así, los sentimientos antinorteamericanos que habían brotado durante muchos años en la región, sobre todo en algunos importantes sectores, fueron diluyéndose, al punto de empezar a hablarse de un proceso de integración que incluía a la potencia del norte. Sin embargo, también en este campo las cosas han cambiado. Si la caída del muro de Berlín fue desastrosa para Africa en la medida en que ya no existían dos superpotencias que necesitaban cortejar a sus estados clientes, los acontecimientos de septiembre, en Nueva York, lo fueron para América Latina.

Desde antes de su posesión, el segundo presidente Bush manifestó la importancia que iba a conceder a la región pero, al quedar en el centro de las preocupaciones la lucha contra el terrorismo internacional, la invasión a Afganistán, la guerra de Irak y, de producirse ésta, los costos de la reconstrucción, Latinoamérica quedó en la esfera de las regiones olvidadas y de las promesas incumplidas. Por otra parte, en América Latina como en general en el resto del mundo, cada vez es más profundo el clamor y el rechazo a las políticas de los organismos internacionales de crédito, los cuales son asociados a Estados Unidos. De allí la aparición de un nuevo nacionalismo que ha servido de caldo de cultivo a la victoria de candidatos como Chávez en Venezuela, 'Lula' en Brasil y Gutiérrez en Ecuador.

A principios de los 90, Latinoamérica presenció un crecimiento económico y mejora en los índices sociales. El acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá alentó la economía mexicana. Mercosur era la zona de integración con los más altos índices de crecimiento en el mundo. Bajo el signo de la prosperidad y tras haber dejado atrás el fantasma de la hiperinflación, en el primer gobierno de Menem, Argentina dolarizó su economía y se hizo la ilusión de que pertenecía al Primer Mundo, tras desafiliarse de los Noal y ser admitido como correspondiente de la Otan. Inclusive Colombia, que padecía un prolongado conflicto interno y elevados índices de violencia, mantuvo un crecimiento sostenido y presentaba índices bastante positivos en lo social.

Pero en la segunda parte del período todo cambió. Los precios internacionales de las materias primas se derrumbaron y se presentó una sensible reducción de las exportaciones de la región. La economía argentina colapsó, Mercosur y los países que lo constituyen vieron sus economías golpeadas y, en consecuencia, sus índices de protección social. Lo propio sucedió con los países andinos y en general con Centroamérica. El receso de la economía de Estados Unidos repercutió negativamente en la de México. Lo que al presente, en general, vive Latinoamérica, es aumento del desempleo, retroceso en educación y en salud y auge de la criminalidad y la inseguridad, especialmente en el sector urbano. De acuerdo con la Cepal, en 2001, 214 millones de personas, casi el 43 por ciento de la población latinoamericana, vivía en la pobreza y de estos, 92,8 millones, 18,6 por ciento, en la indigencia. Las proyecciones para el año 2002 apuntan a un aumento de la pobreza en siete millones de personas, de las cuales seis millones corresponden a indigentes.



Ilusiones perdidas

El rápido estancamiento y descenso en las cifras de crecimiento y desarrollo humano sostenible se están llevando consigo la estabilidad política. Lo que se percibe al finalizar el segundo año del presente siglo es que el principal riesgo de las democracias se encuentra en los problemas económicos y sociales, lo cual es evidente si se miran los insuficientes índices de crecimiento económico, el aumento desmesurado de los índices de desempleo y subempleo, las cifras increíbles que indican los millones de pobres e indigentes, el aumento de la brecha entre los ricos y los pobres, así como los datos sobre el deterioro de los servicios públicos de salud y educación.

En este contexto y bajo estas premisas, los ciudadanos empiezan a evaluar el desempeño de los gobiernos de cada país. Ya no se cuestiona el tipo de régimen, sino la buena o la mala gestión de los gobernantes y se les reconoce o castiga por sus resultados económicos y sociales.

Hoy, los pueblos latinoamericanos asocian este deterioro en su calidad de vida con el sistema político que los rige, es decir con la forma como se ejerce la democracia. Los últimos datos de la encuesta realizada por Latinobarómetro este año son concluyentes: el 52 por ciento de los latinoamericanos consideran que el desarrollo es más importante que la democracia, mientras que sólo un 24 por ciento opina lo contrario.

De hecho, en la misma encuesta es claro ver cómo algunos países consideran irrelevante tener un gobierno no democrático siempre y cuando mejoren sus niveles de desarrollo y se superen las desigualdades. Los países de la Región Andina son un claro ejemplo de tal circunstancia. Colombia, a diferencia de lo que acontecía hasta hace poco, es el más representativo de esta situación con un 57 por ciento. Le siguen Ecuador con un 53 por ciento, Perú y Bolivia con el 43 por ciento y finalmente Venezuela con el 38 por ciento.



Política contra la política

Las últimas elecciones de Suramérica muestran que la gente quiere cambios respecto del manejo político. Hay una falta de credibilidad y desprestigio de los partidos políticos y de las instituciones en general, así como respecto del modelo económico que se identifica con las instituciones financieras internacionales. Y es evidente que una población a la que dicen darle democracia pero no bienestar, reacciona contra el modelo, tanto político como económico. En Venezuela, el pueblo apoyó mayoritariamente a Chávez en las elecciones presidenciales como protesta contra un sistema de partidos anquilosado, signado por la corrupción y el despilfarro. Pero Chávez ha sido pródigo en promesas y corto en realizaciones y la economía del país, pese a los buenos precios del petróleo, se ha deteriorado notoriamente. La disminución de su popularidad demuestra que también el modelo caudillista se resiente por la falta de realizaciones económicas y sociales. Venezuela se encuentra polarizada, en una encrucijada política que tampoco se resuelve a favor de una oposición que presenta un rostro antipático para la población y ve en ella la personificación de las antiguas prácticas.

En Ecuador nos encontramos, también, con una situación confusa. Aunque su economía ha logrado ciertos niveles de recuperación, el sistema de dolarización adoptado parece generar cada vez más dificultades y se teme que corra la misma suerte de Argentina. El que ninguno de los varios candidatos a la presidencia haya logrado una votación superior al 21 por ciento en la primera vuelta, indica la crisis política en la que se encuentra sumergida esa nación. Y el triunfo de Lucio Gutiérrez en la segunda vuelta nos muestra los resultados exitosos de hacer política contra los políticos y de criticar el modelo económico imperante.

Estos dos casos indican, además, que los vacíos democráticos se llenan de alguna manera y que si bien los militares como institución han desaparecido de los cuadros y han dejado de ser una opción, sí siguen apareciendo en escena. Por otra parte, es difícil pensar que sea posible resolver la crisis venozolana dejando de lado a las fuerzas armadas.

El caso del Perú es paradójico. El país logra superar el régimen autoritario de Alberto Fujimori eligiendo con mayorías importantes al presidente Toledo y sin embargo éste, al llegar apenas a su primer año de gobierno, cuenta con unos mínimos niveles de respaldo popular, lo que indica claramente que la crisis no se ha sobrepasado.

En efecto, la institución más desprestigiada en la región son los partidos políticos; sólo menos del 15 por ciento de la gente tiene confianza en ellos; cada vez son menos los que los consideran esenciales a la democracia. La aprobación de los Congresos también va en descenso. Hoy sólo el 22 por ciento tiene confianza en ellos. La gente que conduce los destinos de los países recibe unos niveles de confianza de tan sólo el 28 por ciento mientras que únicamente el 36 por ciento aprueba la gestión de sus gobiernos, de acuerdo con cifras de Latinobarómetro de 2002.

Estas cifras lo que indican no es que la democracia como sistema de gobierno haya fallado; lo que parecería es que a nuestras democracias les falta mucho por consolidarse en el sentido en que sus instituciones no han ejercido el rol que les corresponde dentro del contexto regional e incluso mundial del presente siglo. Es precisamente el Estado, a través de sus instituciones, el que se debe encargar de determinar las reglas de juego claras y transparentes para todos. De lo contrario, si lo que se pretende es hacer desaparecer el Estado, so pretexto de reducirlo en tamaño, lo que se terminará logrando no es más que la anarquía y el caos, que traen como consecuencia la pobreza, las desigualdades, en fin, la ley de la selva, del más fuerte.

Y es que más que de achicamiento del Estado, como muchos lo han venido entendiendo y aplicando, de lo que se trata es de la función o el rol de ese Estado y sus instituciones. No puede olvidarse que "la fortaleza de los pueblos depende de la calidad de sus instituciones y que la verdadera tarea de los ciudadanos como tales es la preservación y el mejoramiento permanente del orden institucional", como lo plantea Prast Joan en Instituciones y Desarrollo en América Latina y en Perspectiva: revista latinoamericana de política, economía y sociedad.

Todo esto demuestra que la política y la economía están íntimamente relacionadas y que los discursos de la primera deben pasar, necesariamente, por la segunda. Esto es lo que aparentemente se espera ahora de Brasil y de su nuevo gobierno. El sistema político brasileño acaba de dar muestra de estabilidad al permitir un proceso de alternación en el poder, con un presidente con propuestas diferenciadoras de lo existente. Lo que suceda en la novena economía del mundo, que a su vez representa algo más de la mitad de los habitantes y de toda la economía de Suramérica, será determinante para la región.

El pueblo brasileño tuvo muchas razones para votar mayoritariamente por 'Lula', pero entre ellas contaron claramente el rechazo a un régimen profundamente inequitativo y la necesidad de buscar en democracia, soluciones alternativas. La propuesta de 'Lula', basada en un ajuste social y en incentivar la producción nacional, para insertarse de manera gradual en los procesos de integración y globalización, podría ser el nuevo esquema en que se finquen las esperanzas de la región. El otro modelo, que una vez probado ha fracasado, es el que nos presentan los caudillos neopopulistas, personificados en el presidente Chávez.