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PUNTO DE VISTA

Es tiempo de hablarle al mundo

Fareed Zacharia
1 de marzo de 2003

Aumentan las probabilidades de guerra, al igual que la oposición a ella. El presidente norteamericano y el primer ministro británico se mantienen firmes pero en todos los demás países reina el nerviosismo. En Francia, por ejemplo, casi dos tercios de las personas encuestadas se oponen a la guerra. En Turquía, la mayoría del público está en desacuerdo con el apoyo que le da su gobierno a Estados Unidos.

¿Se trata acaso de la situación actual? No. En realidad las líneas anteriores contienen una descripción de lo que ocurría en 1991 en vísperas de la Guerra del Golfo. Es una época que recuerdan claramente los funcionarios de más alto rango del gobierno de Bush puesto que ellos mismos dirigieron dicha guerra. Aquel conflicto tuvo un final feliz. En Francia, por ejemplo, tan pronto se inició la guerra los resultados de las encuestas se voltearon y las dos terceras partes del público apoyaron la acción militar. Moraleja: salga adelante con tesón y sus aliados lo seguirán.

Sin embargo, aunque la victoria en una segunda guerra del golfo hará cambiar de opinión a muchos, el actual clima político es fundamentalmente distinto de aquel que reinaba en 1991. Por una parte, las cifras son realmente abrumadoras. En Alemania 81 por ciento se oponen a la guerra y en Francia alcanza 82 por ciento. En Turquía la semana pasada los opositores sumaron el 87 por ciento. El gobierno Bush se ha ufanado mucho del apoyo recibido de Vaclav Havel pero casi dos tercios del pueblo checo se oponen a participar en la guerra. Inclusive Polonia, que es probablemente el país más pronorteamericano del mundo (junto con Israel), el apoyo a la guerra es bajo. Solamente 6 por ciento de los polacos apoyan la guerra independientemente de lo que ocurra con las inspecciones. Incluso si los inspectores demuestran "que Irak posee armas de destrucción masiva" el guarismo sube apenas a 24 por ciento. Por otra parte, 34 por ciento de los polacos se oponen a una guerra independientemente de las circunstancias.

"Es un ambiente muy distinto al de 1991", dice Josef Joffe, editor del semanario alemán Die Zeit. En 1991 los aliados aún pensaban que necesitaban a Estados Unidos para que los protegiera. La Guerra Fría podía estar finalizando pero el marco de la política internacional no había variado aún realmente. Josef explica: "Aunque había una izquierda antinorteamericana siempre estaba el centro-derecha pronorteamericano que dominaba la política europea. Ahora se vive una prevención bipartidista contra Estados Unidos".

En la actualidad los aliados de Estados Unidos están preocupados por una nueva amenaza: Estados Unidos de Norteamérica. Por supuesto que no están pensando que los norteamericanos van a invadirlos y a conquistarlos pero sí les preocupa la vida en un mundo dominado por Estados Unidos, en el cual los destinos nacionales estén trazados por Washington.

El poderío norteamericano ha traído consigo la paz y la libertad para incontables áreas del mundo, especialmente para Europa Oriental. El ayudó a crear un mundo más civilizado en los Balcanes. A pesar del enfoque tentativo adoptado para la reconstrucción la guerra en Afganistán ha mejorado enormemente las vidas de los afganos. Igualmente una guerra en Irak -siempre y cuando sea seguida por la ejecución de un proyecto de reconstrucción muy ambicioso- podría transformar a Irak y alentar la reforma en el Oriente Medio. Sin embargo es fácil comprender que para la mayoría de los países -aunque todo lo anterior sea cierto- estos argumentos no hacen más que limitar su sensación de impotencia en este nuevo mundo.

"No es que no los queramos a 'ustedes', dice Simon Atkinson, un encuestador británico, refiriéndose a los norteamericanos, es que no lo queremos a 'él", añade refiriéndose a George W. Bush. El gobierno Bush ha hecho muchas cosas, tanto en acciones como en el tono en que habla, que le han granjeado la antipatía del mundo. "Cuando uno se fija en la forma en que estos tipos hablan, en sus gestos, en su lenguaje corporal, es como si estuviera presenciando pruebas para seleccionar al hombre Marlboro", dice Rami Khouri, un columnista jordano.

Pero, de hecho, este no es un problema generado por George W. Bush, es un efecto producido por el poderío norteamericano. El ministro de Relaciones Exteriores de Francia acuñó el término "hiperpotencia" para referirse, no al gobierno actual de Estados Unidos, sino a Estados Unidos de la época de Bill Clinton. Sin embargo, aunque Bush no ha creado el problema, es difícil que pueda ayudar a resolverlo.

No se trata simplemente de buscar ser popular. El creciente empuje del antinorteamericanismo hace que sea cada vez más difícil que los políticos respalden a Estados Unidos aunque estén de acuerdo con las actuaciones de éstos. Es por eso que el gobierno turco ha tenido que reducir su apoyo. Ahora Washington podría tener que ir a la guerra sin que medie un ataque importante desde el norte. Para cualquier líder no estadounidense se está convirtiendo en un acto de suicidio político el adoptar posiciones abiertamente pronorteamericanas. En estas circunstancias resultará difícil para Estados Unidos darle mayor alcance a sus metas más amplias o, inclusive, lograr su seguridad en el sentido más estrecho.

El poderío norteamericano se torna mucho más aceptable para los demás si se presenta empacado en los colores de la comunidad internacional. Ello significa que Washington debe esforzarse por obtener una segunda resolución de Naciones Unidas que lo autorice para actuar militarmente. Al igual que con la anterior resolución, un verdadero esfuerzo podría tener éxito. También significa que debe demostrar la necesidad de la guerra, no sólo para convencer al público norteamericano sino también al mundo. 'Debe' enviar una señal clara de que le importa lo que piense el resto del mundo. George Bush tiene que explicarle convincentemente al mundo: "No es que no los queramos a 'ustedes'. Es que no lo queremos a 'él", refiriéndose a Saddam Hussein.