MORIR DE HAMBRE Y SOLEDAD

Sólo 10 meses después de morir de inanición, se descubre el cadáver de una famosa ex modelo.

30 de septiembre de 1985

Esta es una historia de soledad y egoismo, de indiferencia y aislamiento. Es la historia de Marcelle Pichon. Alta y morena, ella había sido una mujer elegante, bella y cortesana en los años 50, cuando era modelo de la casa de Jacques Fath, un sastre chic de la época. Dos matrimonios, dos divorcios, dos hijos, gente toda que si la rodeó un día, sólo fue para irla olvidando con el correr de los años, especialmente cuando comenzó a envejecer.
Poco antes de cumplir sus 64 años, sin amigos o parientes, ella compró un pequeño estudio en un elegante edificio de la rue Championnet, del barrio 18, a espaldas del cerro de Montmartre. Solitaria, silenciosa como la mayoría de los ancianos de París, no recibía visitas y sus vecinos tampoco la frecuentaban. Sólo recuerdan haberla visto algúnas veces cuando salía a hacer compras.
Un día, Marcelle rompió su silencio al participar en un programa televisivo de Anne Gaillard, dedicado al tema de la soledad, difundido el 27 de enero de 1984. "Lo más terrible -había dicho la anciana ante las cámaras- es llegar a casa y no tener a nadie que te diga: buenas tardes, querida, ¿cómo te fue hoy?..."
Pero ese mensaje, con el que ella intentaba sacudir la indiferencia general, destruir la creencia de que los viejos adoran estar solos, no sería recogido por nadie. Marcelle Pichon continuaría su vida de exilio interior atrapada cada vez más por las dificultades materiales. Sin suficiente dinero, sin víveres, con las cuentas de cobro acumulándose bajo el dintel de su puerta, con el gas y el teléfono cortados, con un invierno que empezaba a avisar su llegada, la desolada señora toma una decisión: va a dejarse morir de hambre. El gusto por la vida había sido minado por los problemas y la falta total de perspectivas. La embarga un abandono total.
Sobre un cuaderno de escolar empieza entonces a anotar sus impresiones sobre el proceso de consunción que ella, al parecer, inicia el 23 de septiembre de 1984. "Tengo graves problemas financieros. Estoy cansada de la vida", escribe en un primer momento. Desde esa fecha hasta el 6 de noviembre, la dama registrará cada fase de su agonía, con escalofriante meticulosidad clínica. "9 de octubre. Décimo séptimo día de ayuno. Medio litro de agua por día. Toilette sentado. El corazón se agota. 45 kilos...". "Miércoles 24. Crisis espantosa del hígado. Por un tazón de caldo, un trozo de melón, una naranja, vendería mi alma". Una vecina, una sola vez, llama a su puerta. Ella responde: "Déjeme en paz".
Las anotaciones se van haciendo más escasas a medida que avanza el tormento, hasta llegar al 6 de noviembre, día en que hace el último apunte: "El hambre es la muerte más horrible que hay... Ya no me puedo levantar. Mi orina está roja de sangre. Estoy mal de los riñones".
El deceso probablemente sobrevino durante la noche siguiente.
Como perseguida, aún más allá de la muerte, por un designio maldito, la fallecida señora Pichon tuvo que esperar diez meses para ser descubierta por alguien. Fue la policía quien, alertada por los vecinos unos días antes, descubre el cadáver semimomificado de Marcelle. Durante esos largos meses nadie se había inquietado ni preguntado por la suerte de la dama discreta del sexto piso.
La portera del edificio, inmutable en su desinterés profesional, deslizaba una y otra vez bajo la puerta el correo de la anciana. Hasta que un día, alguien creyó sentir un olor desagradable cerca de aquel impenetrable estudio. Fue quizás eso lo que los movió a indagar qué pasaba allí dentro. El viernes 23 de agosto los de Medicina Legal recogerían el cadáver, de por sí ligero, de la solitaria señora.
Interrogados por los periodistas, los vecinos se mostraron huraños después de descubierto el asunto. Apenas abrían unos centímetros sus puertas a los investigadores. "Creíamos que estaba de vacaciones", dijo alguien. La prensa parisina, de todas formas, no hizo gran despliegue del caso. La historia de Marcelle no tenía quizás la resonancia de otros temas, dado el gélido temperamento de las gentes hacia los ancianos. No hubo el esperado concierto de notas editoriales sobre el trágico aislamiento de los viejos en una sociedad opulenta, incapaz de garantizarles atención y afecto. Un diario llegó a preguntarse si Marcelle había sufrido o creado su soledad. "Creado y sufrido probablemente" fue la respuesta, "pues ella no había dejado nada al azar: su número de apartamento no estaba en los buzones de cartas del edificio... ", fue su análisis.