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POSESION AL BORDE DEL ABISMO

El presidente Miguel De la Madrid afronta problemas económicos sin precedentes en la historia del país.

3 de enero de 1983

Nunca en la historia de México un presidente se había posesionado en medio de tantos problemas económicos. Tal fue el mensaje central que el nuevo mandatario Miguel De la Madrid plasmó en su discurso al asumir el mando el primero de diciembre. Y no es para menos. El acelerado crecimiento económico que conociera México entre 1977 y 1980, pese a la recesión mundial, y que alcanzó el nada despreciable índice del 8%, se vino abajo en 1981 gracias al desplome de los precios internacionales de las materias primas y a las altas tasas de interés que el sistema financiero internacional impusiera en forma inapelable en la misma epoca.
Este factor desató una masiva fuga de divisas y engendró el elevado déficit de la balanza comercial con la cual tuvo que bregar tan arduamente el ya expresidente López Portillo en los últimos largos meses de su gobierno. A eso hay que sumarle la reducción de las exportaciones petroleras y un acelerada inflación que superó el astronómico 70% en octubre pasado.
Pero todo esto no sería catastrófico si a la larga lista de tropiezos no se sumara uno más: una deuda externa--pública y privada-de 82 mil millones de dólares y un millón de trabajadores desempleados.
Comentado por algunos observadores como "cataclismico", el tono del primer discurso del presidente De la Madrid se justificaba, pues, plenamente.
¿Cómo encarará esta situación el nuevo mandatario mexicano?
Su primera preocupación será renegociar con el Fondo Monetario Internacional la deuda externa y obtener nuevos préstamos de la banca mundial, así como vigilar que se cumplan estrictamente las medidas monetarias de su antecesor para detener la fuga de divisas. Las medidas de septiembre pasado de López Portillo, en especial la nacionalización de la banca privada y el control de cambios, serán valiosos instrumentos para dicha gestión económica.
Aunque intrincado, el plan de recuperación economico encontrara en el nuevo presidente un funcionario con la suficiente experiencia administrativa para encarar los desafíos y riesgos de esa estrategia económica.
Muy similar al estilo de su antecesor, por haber sido desde 1975 colaborador de López Portillo en asuntos económicos, Miguel De la Madrid conoce muy bien el instrumental financiero de que dispone su país para hacer frente a la crisis. Asumió en 1976 la jefatura de Programación y Presupuesto, cargo en el cual él fue el principal autor y ejecutor de un importante plan global de desarrollo. Esta gestión constituyó la primera experiencia mexicana en fijar metas económicas para el sexenio y establecer proyecciones hasta el año dos mil.
Hijo de una familia de clase media profesional, De la Madrid se tituló de abogado con una tesis sobre "El pensamiento económico de la Constitución mexicana de 1857". Hizo cursos de economía y es autor de varios libros de ensayos jurídicos, políticos y económicos, entre ellos "Estudios de derecho constitucional", "El reto del futuro" y "Cien tesis sobre México".
El mismo define su pensamiento político e ideológico diciendo que es un liberal en filosofía y en política. Se proclama admirador de la obra de tres filósofos alemanes: Kant, Hegel y Marx. Su larga carrera como funcionario público lo ha llevado a instituciones como el Banco de Comercio Exterior, el Banco Central y la empresa estatal Petróleos Mexicanos (PEMEX) y particularmente se dice que jamás ocupó cargo alguno en la empresa privada, ni fue socio o accionista de ningún gremio de dicho sector.
Su política exterior seguirá al parecer los lineamientos que han caracterizado a la diplomacia mexicana. "No hay ni puede haber rectificaciones en la tradición revolucionaria y liberal de nuestra política exterior y particularmente en las posiciones progresistas que México ha sostenido en los tiempos recientes", declaró De la Madrid en julio pasado.
Este aspecto del gobierno mexicano no es de segunda importancia, dado el protagonismo notable que López Portillo le dio a ese campo desde la ruptura en 1979, con la dictadura de Somoza en Nicaragua y ante el invariable apoyo político y económico que brindara al posterior gobierno sandinista.
Dentro del mismo marco centroamericano, la política exterior mexicana alcanzó significativos niveles tras la tan comentada declaración conjunta con el gobierno socialista francés en 1981, donde se reconoció la representatividad política de los insurgentes salvadoreños. A mediados de 1982, el canciller Jorge Castañeda pactó con Venezuela una iniciativa de paz para la misma región, que diferenció la diplomacia de México de la de Estados Unidos, respecto de esa región.