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La crisis diplomática con Rusia desató una guerra fría 2.0

La tormenta con Moscú por el envenenamiento del exespía no para de crecer. La expulsión de un total de 139 funcionarios rusos, ordenada por 24 países de tres continentes, llevó la tensión a cotas desconocidas desde que cayó la Unión Soviética.

1 de abril de 2018

“Considerando que el ataque de Salisbury supone una amenaza grave para nuestra seguridad colectiva y para el derecho internacional, el Consejo Europeo está de acuerdo con que la única explicación plausible es la de la responsabilidad de la Federación Rusa. Y en solidaridad con nuestros socios británicos, hemos notificado nuestra decisión de expulsar del territorio francés a cuatro empleados rusos con estatuto diplomático en un plazo de una semana”.

Como este comunicado del Quai d’Orsay, el Ministerio de Exteriores de París, aparecieron muchos otros a inicios de semana cuando la noticia inundó los medios: las principales potencias europeas junto con Estados Unidos, Canadá, Australia e incluso la Otan decidieron expulsar, en simultáneo, a parte de la representación diplomática rusa en respuesta al ataque con un agente nervioso al exespía ruso Serguéi Skripal y a su hija en suelo británico.

La estrategia se consolidó en una reunión del Consejo Europeo llevada a cabo entre el 22 y el 23 de marzo, en la que, según Donald Tusk, su presidente, los presentes estuvieron de acuerdo en actuar en conjunto frente a la amenaza que suponen las acciones rusas. “No se deben excluir medidas adicionales, incluidas nuevas expulsiones dentro de este marco común de la Unión Europea en los próximos días y semanas”, dijo.

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Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, el Departamento de Estado de Estados Unidos hablaba de que el ataque al Reino Unido “puso en peligro innumerables vidas inocentes y resultó en heridas graves a tres personas, incluido un oficial de Policía. Es una violación escandalosa de la convención sobre armas químicas y violación de la ley internacional”. Razones suficientes para expulsar a 48 funcionarios de la embajada rusa en Washington y a 12 más de la representación diplomática ante las Naciones Unidas de Nueva York. De todos modos, no faltaron los críticos que consideraron la decisión una cortina de humo ante los escándalos sexuales que afectan a Donald Trump. Al fin y al cabo, este muy rara vez eleva la menor crítica contra su aparente mentor, el presidente ruso, Vladimir Putin.

El hecho de cerrar el consulado ruso en Seattle, argumentando que estaba muy cerca de una base naval, llamó la atención sobre la estrategia conjunta. De hecho, altos funcionarios de la administración estadounidense afirmaron que las tres semanas que transcurrieron entre el ataque y la acción de la Casa Blanca se debieron a la estrecha coordinación entre una docena de aliados.

Uno de ellos es Polonia, país que asumió el liderazgo de la respuesta a Rusia entre las naciones de Europa del Este. Su ministro de Relaciones Exteriores, Jacek Czaputowicz, dijo que Rusia quiere “alterar el orden internacional y crear una sensación de peligro”. Acto seguido, expulsó a cuatro diplomáticos de esa nacionalidad y agregó que un ataque como este no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. A tal punto que naciones como Alemania, Italia, Noruega, Macedonia y Albania se sumaron a la respuesta enérgica ante Rusia.

Como si fuera poco, a mediados de la semana la Otan se sumó al castigo, al eliminar la presencia de diez oficiales rusos como observadores en el organismo. “Es un mensaje claro para Rusia porque refleja el costo y las consecuencias ante su comportamiento inaceptable y peligroso”, dijo el secretario general de ese organismo, Jens Stoltenberg.

El asunto alcanzó tal dimensión, que para muchos observadores el mundo está ad portas de una nueva guerra fría. El ataque en un parque de Salisbury es uno más de varios que los rusos han lanzado, aunque normalmente niegan estar involucrados. Desde la invasión a Ucrania a cargo de soldados sin insignias y la anexión de Crimea en 2014, el gobierno de Vladimir Putin se ha salido con la suya sin aceptar una responsabilidad directa en los hechos.

Como le explicó a SEMANA Peter Dickinson, investigador del Atlantic Council para asuntos de Eurasia, “creo que Occidente está enfrentando lentamente la realidad y reconociendo que todos las agresiones rusas son parte de una campaña coordinada. Existe una gran resistencia a cualquier confrontación con Rusia; es demasiado costosa y peligrosa. Pero el uso de armas químicas en el Reino Unido obligó a todo el mundo occidental a tomar posición. Putin tratará ahora de recompensar a los pocos Estados miembro de la Unión Europea que no se unieron a las expulsiones, para tratar de profundizar las divisiones y debilitar la unidad de Occidente”.

Rusia, por su parte, fiel a sus procedimientos, negó tener algo que ver con el envenenamiento e insistió en que Estados Unidos obliga a sus socios a seguir sus pasos. “Algunos países expulsan a uno o dos diplomáticos mientras nos susurran disculpas a nuestros oídos. Sabemos que es el resultado de una presión colosal, de un chantaje que lamentablemente es la herramienta de Washington en el ámbito internacional”, aseguró Serguéi Lavrov, el ministro ruso de Exteriores.

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Puede que Vladimir Putin no sufra directamente el impacto del aislamiento, pero no pasará lo mismo con los ciudadanos rusos en Estados Unidos, por ejemplo. Además de la Embajada en Washington, Rusia cuenta con tres consulados: uno en Houston, otro en Nueva York y el que decidieron cerrar en Seattle. Es decir que los rusos residentes se quedaron sin servicios consulares en la costa oeste de ese país. Pedir protección, solicitar una visa o incluso votar serán tareas más difíciles para los rusos que viven allí.

Por otro lado, la opinión pública estadounidense respaldó la acción del gobierno. Periódicos como The Washington Post y The New York Times publicaron editoriales para pedir más sanciones a Rusia, sobre todo a los multimillonarios provenientes de ese país, e incluyeron congelarles las cuentas, impedirles la entrada al país e incluso evitar que sus hijos puedan estudiar en prestigiosas universidades estadounidenses.

Aparentemente, Rusia no esperaba una reacción en bloque, o por lo menos no una que involucrara de manera tan radical a otras potencias mundiales. Menos cuando apenas unos días atrás, Donald Trump había llamado al Kremlin para felicitar a Putin por su reelección y había evitado hablar del ataque químico en Salisbury.

Pero es que la creciente influencia rusa en Estados Unidos resulta cada vez más evidente. Además de interferir en las elecciones a favor de Trump, las evidencias apuntan a que el Kremlin lanzó ataques cibernéticos contra varias entidades estadounidenses. El cierre del consulado ruso en Seattle prueba ese temor, pues en esa ciudad funciona el Comando Naval del Pacífico y las instalaciones de la empresa Boeing, productora de aviones y componentes estratégicos.

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Otros analistas consideran que la llegada de John Bolton al cargo de asesor de Seguridad Nacional podría extremar las actitudes agresivas de la Casa Blanca. El frustrado embajador ante la ONU del gobierno de George W. Bush es el mayor halcón de Estados Unidos, y ya, en 2016, había cuestionado a Trump por temblarle la mano a la hora de pedir ayuda a los miembros de la Otan en caso de un eventual ataque ruso (ver recuadro).

Por su parte, el Kremlin anunció que la ofensiva coordinada de Estados Unidos y de la Unión Europea generará una respuesta tipo ‘espejo’ que hará desfilar a diplomáticos de todos los países involucrados fuera de Moscú. Casi de inmediato a las expulsiones, los rusos usaron las redes sociales como aviso de que la represalia diplomática es inevitable. “La administración estadounidense ordenó el cierre del consulado ruso en Seattle. ¿Qué consulado general de Estados Unidos en Rusia cerraría usted?”, preguntó la Embajada de Rusia en una encuesta de Twitter a sus seguidores. El 47 por ciento de las 57.526 personas que votaron pidieron cerrar el consulado de San Petersburgo. Los otros dos están ubicados en Ekaterimburgo y Vladivostok.

La crisis diplomática tomó a Putin por sorpresa, ocupado en viajar a Kémerovo, la ciudad siberiana en la que un incendio de un centro comercial mató a 64 personas. Desde Uzbekistán, el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, solo atinó a decir que Rusia respondería de manera recíproca.

Al cierre de esta edición (miércoles) Putin permanecía impasible ante los ataques y las sanciones de Occidente. De acuerdo con Dickinson, “es probable que ahora él sea un poco más cauteloso, pero la confrontación con el mundo occidental tendrá que continuar porque esta es la base de la existencia política de Putin. Sin ella, ya no puede justificar al pueblo ruso la naturaleza de su gobierno”.

Efectivamente, Putin ha estructurado su figura pública a partir de exacerbar el nacionalismo ruso. Nada indicaría que vaya a cambiar esa estrategia, que resulta coherente si se tiene en cuenta que para el Kremlin, Rusia está bajo una fuerte presión de Occidente. Putin no olvida las humillaciones de los primeros años postsoviéticos, cuando el gobierno de su antecesor Boris Yeltsin era un títere de sus adversarios. Ni cuando Estados Unidos y la Unión Europea alentaron las revoluciones de colores en países que considera de su órbita natural, como Ucrania, Georgia y Kirguistán. De ahí que muchos observadores hablen de la posibilidad de que el mundo pueda vivir una nueva guerra fría, de características muy distintas a la anterior, pero inquietante de todas maneras. 

John Bolton, un personaje peligroso

El nuevo consejero de Seguridad Nacional de Trump es el responsable de la desastrosa invasión a Irak en 2003. Un loco asesorará a otro.

De criminal de guerra califican múltiples observadores a John Bolton, el nuevo asesor de seguridad nacional de Donald Trump. Su nombramiento causó tal preocupación en Washington, que hasta el expresidente Jimmy Carter escribió que su llegada constituía un enorme peligro para la paz mundial.

Bolton, un viejo conocido en el círculo belicista gringo, ha trabajado en la Casa Blanca en tres oportunidades, y carga con la acusación de haber organizado el complot para invadir en 2003 a Irak con base en argumentos falsos. Esa acción militar desestabilizó irremediablemente al Oriente Medio, causó la muerte a 1,2 millones de personas, y al día de hoy sigue derramando sangre en ese país. En efecto, según documentos del Departamento de Estado, Bolton inventó la versión de que el régimen de Sadam Huseín buscaba obtener uranio de Níger, de modo que era urgente atacar Irak para evitar que tuviera armas nucleares, todo lo cual resultó absolutamente falso.

Ya en 1994 Bolton había dicho que “las Naciones Unidas no existen. Cuando Estados Unidos lidera, las Naciones Unidas lo siguen. Si algo se adapta a nuestros intereses, lo haremos. Si no nos conviene, no lo haremos”. Hace poco escribió en The Wall Street Journal que Estados Unidos no tiene la obligación legal de cumplir los tratados que ha firmado y ratificado. Muchos temen por el peligro de que un personaje como Bolton asuma el puesto de enorme responsabilidad en el que su antecesor, el general H. R. McMaster, aportaba la sensatez y la prudencia necesarias ante una personalidad volátil e infantil como la de Trump. Por todo lo anterior, Bolton tiene con los pelos de punta a medio mundo. Está a favor de romper los acuerdos con Irán que han permitido evitar que este país siga con su programa nuclear. Esa medida, a la que se oponen todos los aliados, podría desestabilizar la relación con Israel y conducir a una guerra. Y en cuanto a Corea del Norte, no ha dudado en aconsejar medidas militares de consecuencias imprevisibles y muy sangrientas. Si antes Trump dudaba en oprimir el botón de los misiles y las bombas nucleares, ahora tiene al lado a alguien al que no le tiembla tanto la mano.