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TETE A TETE EN HELSINKI

El "zorro" Shultz y el "novato" Shevardnadze miden fuerzas y preparan el encuentro Reagan - Gorbachev.

2 de septiembre de 1985

Un reportero que cubrió la ceremonia de conmemoración del décimo aniversario de la firma del Acta Final de la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea (CSCE), celebrada en la Casa de Finlandia, describió el salón donde fueron acomodados los 35 cancilleres y sus asesores como un "hospital metafísico" con blancos tubos de órgano (se trataba en realidad de una sala de conciertos) como único recurso arquitectónico para romper la monotonía de los altos y pelados muros del lugar. Justificó su comparación diciendo que, de todas maneras, los funcionarios llegaron allá "como en plan de examinar un enfermo": la seguridad y la cooperación internacionales.
Como quiera que sea, mucha gente importante, mucho protocolo, muchos guardias, mucha televisión extranjera concurrieron a ese teatro conscientes de que de todo ese desfile de figuras solo dos cancilleres atraerían la atención mundial: los de las superpotencias, EE.UU y URSS. Lo que sucedió en la práctica fue un tanto inesperado: de los dos, uno se robó el show.
De cabeza plateada, vestido oscuro, elegante corbata, Eduardo Shevardnadze, nuevo ministro de Relaciones Exteriores soviético, que en las biografías de Occidente aparece como funcionario de modales duros y hasta brutales, se instaló en las primeras páginas de la prensa europea dejando eclipsado a su homólogo Shultz. Sonrisas y gestos de distensión no faltaron -como eso de conceder cortas ruedas de prensa a la nube de periodistas que lo esperaban en el aeropuerto- para sepultar la imagen de impenetrable seriedad que por tantos años vendió Andrei Gromiko. Esta aparición de Shevardnadze (quien estrenaba así su nuevo cargo en la arena internacional), el mano a mano entre él y George Shultz en la sesión plenaria, y finalmente la reunión entre los cancilleres norteamericano y soviético con sus respectivos equipos de asesores, fueron las notas que le dieron color a esta "cumbre", evento cuyo objetivo formal no era otro que rendir tributo al Acta Final de Helsinki, un texto que no obliga ciertamente a nadie, por ser sólo una declaración de buenas intenciones y no un tratado. Sin embargo tal pacto, después de 10 años de votado, sigue siendo acatado por los gobiernos más importantes del globo: Estados Unidos, la URSS, Canadá y Europa Occidental, excepto Albania. El Acta Final es importante para Moscú en tanto que equivale a un reconocimiento tácito de las fronteras de Europa Oriental emanadas de la Segunda Guerra Mundial. Para Washington tal documento es clave, pues le provee una vía para exigir al bloque soviético el respeto de los derechos humanos.
Pero la actuación del enviado de Gorbachev no consistió únicamente en repartir sonrisas. Hizo una apología de la distensión y del diálogo Este-Oeste, señal que fue ratificada desde Moscú con la declaración de Gorbachev sobre la moratoria unilateral de ensayos nucleares durante cinco meses a partir de agosto próximo. Llegar a esa cita de Helsinki con esa carta bajo la manga fue una jugada perfecta, pues obligó a Shultz a hacer el papel de "doctor no" en el evento pues sólo una negativa fue lo que emitió el gobierno norteamericano ante la invitación rusa de que se sumara a esta moratoria. El único gesto "de distensión" que salió de Washington fue la invitación de Ronald Reagan a la URSS de enviar un equipo para observar "una de nuestras pruebas nucleares en Nevada".
El cobro de esa torpeza lo hizo Vladimiro Lomeiko, vocero soviético en Helsinki, al decir con ironía: "nosotros hablamos de parar las pruebas y ellos nos invitan a observar las suyas".
El rechazo formulado por Shultz sobre la moratoria no impidió que la URSS apareciera ante el mundo dando pasos concretos hacia una disminución de los arsenales nucleares, iniciativa que vino a sumarse a otra adoptada por Gorbachev semanas atrás sobre instalación de misiles nucleares SS-20 en Europa Oriental.
Como si eso no bastara, el secretario de Estado norteamericano dejó que Shevardnadze mantuviera la iniciativa durante la plenaria. Shultz hizo un discurso monotemático que giró sobre un tema secundario en relación con los planteados por su rival y demás asistentes a la "cumbre". Dirigiéndose más a la opinión pública de Estados Unidos que a su interlocutor soviético, George Shultz habló de derechos humanos en los países del Este cuando el debate estaba centrado en otras cosas, como la mejora de las relaciones políticas globales, la carrera armamentista, etc. Hubiera valido la pena que el diplomática norteamericano respondiera al memorial de agravios leído por Shevardnadze quien, contundente, acusó a los norteamericanos de desplegar misiles de primer golpe en Europa Occidental, de violar los tratados que limitan tanto las armas estratégicas ofensivas como el sistema balístico antimisiles, y de haber emprendido un programa para el desarrollo de armas químicas complejas. Importantes frases fueron dedicadas en esa intervención a condenar el proyecto de "guerra de las galaxias" el cual fue presentado como un plan que pone en peligro la seguridad mundial.
Shultz no respondió a nada de esto -sólo hizo un llamado contra la proliferación de las armas químicas- empeñado en desgranar un rosario de quejas sobre el tratamiento de los disidentes en la URSS, acusación que Shevardnadze, anticipandose, habia contestado.
La otra parte "importante" de la cumbre fue la reunión entre los dos cancilleres, Shultz y Shevardnadze y asesores. Allí tampoco negociaron sino que simplemente escogieron los puntos que constituirán la agenda de la "cumbre" de noviembre próximo en Ginebra entre Reagan y Gorbachev. Según la parte norteamericana estos temas serán: control de armas, cuestiones regionales, derechos humanos y asuntos bilaterales. Para Shultz, la reunion -que duró tres horas y contó con servicios de traducción simultánea- fue "importante y productiva". Voceros del mismo bando señalaron que este primer encuentro de los dos cancilleres pretendía establecer contactos personales, más que buscar acuerdos.
Mucho más locuaces fueron los soviéticos. Interrogado al respecto Anatoli F. Dobrynin, el embajador soviético en Washington, quien también participó en la reunión, declaró que "ésta será una de las más complejas si se tiene en cuenta que en los años recientes la estructura de las relaciones entre nuestros dos países ha sido destruida. Destruir es más fácil que crear. Nos agradaría ver la restauración de esa estructura que existió en los períodos anteriores".
¿Qué sensacion dejó Shevardnadze tras el encuentro con George Shultz? Un miembro de la delegación norteamericana reflejó lo que pensaban sus compañeros al declarar que él había quedado impresionado con la "competencia" del interlocutor soviético.
Frase de cortesía o no, lo cierto es que el desempeño del nuevo canciller soviético refleja no sólo las capacidades de Shevardnadze sino el vigor que Mikhail Gorbachev esta imprimiéndole a la diplomacia de su país para expandir sus aperturas hacia la Comunidad Europea, China, Japón, etc. y hacer de éstas una palanca más de presión sobre Reagan. La reunión del Canciller ruso con su homólogo francés, donde el primero hizo saber a Roland Dumas que el próximo viaje de Mikhail Gorbachev a Francia -el primero al extranjero despues de su posesión y poco antes de su cita con Reagan- no era fortuito, alimentó la teoría según la cual la política exterior de la URSS está siendo reorientada hacia otro modelo, en el cual la relación con EE.UU. no es la clave de todo. La nueva doctrina, en caso de ser cierta, supondría el tejido de una serie de relaciones multipolares con gobiernos de distinto signo, para balancear la relación de fuerzas con Estados Unidos. En Helsinki algo de ese juego se vio.