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AL QUE MADRUGA...

El reto del nuevo candidato, Rodrigo Lloreda, no es tanto llegar a la Presidencia como restablecer la credibilidad del Partido Social Conservador.

11 de diciembre de 1989

"Los muertos que vos matáis, gozan de cabal salud". Con esta frase, el Belisario Betancur de siempre trató de poner de presente que su partido, el Social Conservador, estaba vivito y coleando. Buena parte de los más de 700 delegados que habían contestado a lista al comenzar el jueves 9 la Con vención Nacional de esa colectividad, se pusieron de pie para aplaudirlo. A pesar de ello, cuando el ex presidente habló con franqueza del período de las vacas flacas que vive su partido, fue difícil para muchos ocultar el aire de melancolía que, por momentos, dominó la convención.
Antes de Betancur habían hablado el ex presidente Misael Pastrana y el presidente del Directorio, Guillermo Angulo Gómez. Y luego hablaron los precandidatos Rodrigo Lloreda, Alvaro Leyva y Carlos Holguín. Todos,sin excepción, le dieron duro al gobierno. Pero Pastrana no sólo enfiló baterías contra la administración del presidente Virgilio Barco, sino que también la emprendió contra lo que él llamó "los sepultureros del Partido Social Conservador",compuestos por "medios de comunicación, amanuenses, escritores, encuestas amanadas". Tampoco faltaron alusiones a Alvaro Gómez,disfrazadas en el rechazo tajante a las coaliciones:
"Nosotros no necesitamos de coaliciones, porque solos podemos definir el poder".
Pero más allá de los discursos, lo que la convención tenía que definir era si elegía o no candidato del partido. Ninguna de las intervenciones había permitido zanjar la discusión y fue con esa duda con la que los convencionistas se retiraron a almorzar, pasadas las tres de la tarde. Con el estómago lleno, pero el corazón preocupado, los convencionistas se dispusieron a escuchar al senador Roberto Gerlein,uno de los pocos alvaristas presentes en la convención. Gerlein planteó sin tapujos el dilema que tenían que resolver. Pidió que la decisión de designar candidato fuera aplazada hasta cuando existieran condiciones que permitieran allanar el camino hacia la unidad del partido. La respuesta de algunos convencionistas fue agria y no faltaron las rechiflas y los abucheos."Lo que ha de ser que sea", le gritó uno de los delegados, insinuando que lo mejor era votar y no aplazar más las decisiones."Esa es una política de muerte y destrucción", respondió Gerlein. El precandidato Carlos Holguín volvió a tomar la palabra y pidió entonces un segundo receso.
Este permitió que durante media hora y en uno de los salones adjuntos del Centro de Convenciones, los ex presidentes Pastrana y Betancur y los tres precandidatos se reunieran para intentar buscar una salida al impasse. La posición más vertical fue la de Lloreda, quien argumentó una y otra vez que más unión que la que podría lograrse en esa convención era difícil de conseguir y, que por tanto, lo mejor era elegir el candidato para tratar de ganarle tiempo al Partido Liberal, que elegirá el suyo después de la consulta popular de marzo. Pero sus interlocutores seguían dudando. Fue entonces cuando Lloreda sacó su as de la manga y propuso que se le preguntara a la convención si quería declarar la reunión en receso o elegir el candidato. El ex canciller, famoso por su habilidad matemática en estas lides, sabía que, aunque las opiniones estaban polarizadas en este punto, una apretada mayoría apoyaba la tesis de salir del problema de una vez y elegir candidato. Al regreso del receso, la votación que se hizo en este sentido así lo confirmó: 287 delegados votaron por no aplazar, mientras 221 se pronunciaron en sentido contrario.
Pero a pesar de que Lloreda sabía que con esto ya había recorrido la mitad del camino, dos preocupaciones saltaron a su mente. La primera era que la convención se estaba desocupando. De los 715 convencionistas que habían respondido a lista a las doce del día, sólo quedaban, a juzgar por la votación, 508. Si 15 convencionistas más decidían hacer mutis por el foro, el quórum quedaba disuelto. La carrera para elegir candidato se convirtió, entonces, en una prueba contra el reloj. Y ahí radicaba la segunda preocupación del ex canciller. Era de suponer que los 287 de legados que habían votado por la elección de candidato respaldarían a Lloreda, quien era el que defendía esa tesis. Pero sobre un total de cerca de 500 votos, 287 no alcanzaban a ser las dos terceras partes que los estatutos exigen para nominar al candidato. Las esperanzas de Lloreda se cifraban en el papel que iba a jugar la nutrida delegación antioqueña. Aunque lloredista,ese grupo de más de medio centenar de convencionistas había votado por el aplazamiento de la elección del candidato. Pero ahora, cuando de todas maneras había que elegirlo, Lloreda esperaba que modificaran su decisión y votaran por él.
Las dos preocupaciones se resolvieron a favor de Lloreda. Aunque el quórum se redujo en once convencionistas más, todavía había una cantidad suficiente para elegir candidato. Por otro lado, la distribución de los 497 votos que se emitieron favoreció ampliamente a Lloreda, pues, con la ayuda de los antioqueños, el canciller puso 346 y sus contendores Alvaro Leyva y Carlos Holguín 72 y 71, respectivamente. Todo esto, sumado a los 7 votos en blanco y a uno nulo, permitió que por tres votos se salvara el quórum. En medio de su emoción y de la del ex presidente Pastrana,Lloreda fue así proclamado candidato social conservador a la Presidencia de la República.

DE LA DIVISION A LA DISIDENCIA
Pero estos difíciles escollos fueron apenas los primeros que tuvo que salvar Lloreda. Porque habrá muchos más en la accidentada carrera que tendrá que recorrer para llegar a la Presidencia. Más aún si se tiene en cuenta que el Partido Social Conservador atraviesa por uno de los momentos más críticos de su historia. Consciente de esto, y de que los problemas quizás ya no podrán resolverse para la elección que se avecina, Lloreda sostuvo su tesis de que había que elegir candidato, apoyado en el viejo refrán según el cual "al que madruga, Dios le ayuda". En esto Lloreda puede tener razón. La verdad es que la crisis del partido azul ha venido evolucionando y ya no se trata tanto de una división entre pastranismo y alvarismo, sino de un oficialismo que ya tiene candidato y una disidencia que no lo tiene. Como le dijo a SEMANA un dirigente pastranista. "con la elección de Lloreda ya no podemos hablar de una división, sino de una candidatura oficial sin el respaldo de Alvaro Gómez".
Las dudas se centran ahora en el poder de perturbación que puedan tener Gómez y sus amigos frente a esa candidatura. Para Rodrigo Marín quizás el más prestigioso de los dirigentes alvaristas, su grupo tiene tres caminos en lo que se refiere al próximo debate presidencial. El primero es abstenerse; el segundo, respaldar a un candidato conservador diferente a Lloreda, y el tercero, respaldar a un candidato liberal que acoja la tesis de Alvaro Gómez de un movimiento nacional, basado en "un acuerdo sobre lo fundamental". Respaldar un candidato conservador diferente a Lloreda no parece viable, porque los alvaristas, conscientes de que son minoría, no pueden darse el lujo de dejarse contar.En cuanto a la opción de respaldar a un candidato liberal, enfrenta el problema de que, aunque los alvaristas tengan muchas ganas de hacerlo, los posibles candidatos liberales, conocedores del riesgo que esto implica, no parecen estar muy interesados. Finalmente, sobre la abstención, es posible que, por eliminación, sea el único camino que les quede. Pero, a la vez, es quizás demasiado poco para perturbar la candidatura de Lloreda, pues para los electores conservadores rasos puede ser un camino excesivamente riesgoso, porque una votación demasiado baja en favor del único candidato azul sobre el tapete.
podría colocar al partido en una precaria situación electoral, que lo dejaría en una posición tan débil que poco o nada tendría que negociar con el próximo gobierno.
EL RETO DE LLOREDA
Por todo lo anterior, lo único que le queda a Lloreda es salir a buscar no sólo el respaldo de las masas azules sino el de aquellos dirigentes de la disidencia que, por lo pronto, no quieren saber nada de él. El perfil de este hombre ponderado e inteligente, que mezcla sus dotes de técnico con las de político y manzanillo, es definitivamente de calibre presidencial. Su trayectoria merecía, sin duda, que la hora de su candidatura se presentara en unas circunstancias menos adversas. Algunos le atribuyen una falta de carisma que se refleja en un exceso de sobriedad, tanto en su figura como en el tono y el contenido de su oratoria. Pero a la vez se le reconoce que nunca ha hecho esfuerzos postizos por alterar ese perfil, pues sabe que en esas piruetas un hombre como él puede caer en el ridículo. Hay que decir, además, que en cuestiones de carisma no hay reglas escritas en la política colombiana pues, al lado de Barco, Lloreda puede parecer un tribuno del pueblo.
Pero, en realidad, ¿que puede esperar Rodrigo Lloreda de las próximas elecciones? La verdad es que prácticamente ningún colombiano cree hoy que él pueda ser el próximo presidente de la República En el mejor de los casos, Si un milagro apagara las voces disidentes y todos los azules se congregaran en torno al ex canciller, este tendría que resolver todavía el problema de que su partido es realmente minoritario. El ex canciller difícilmente puede repetir el fenómeno Belisario y una división liberal profunda se ve, por ahora, bastante remota.
El y sus amigos creen, sin embargo, que aunque es difícil alcanzarla, la Presidencia aún no está decidida. Para ellos, en estos tiempos en los que en el mundo todo cambia y hasta el muro de Berlín desaparece de la noche a la mañana,las posibilidades de Lloreda no pueden, simple y llanamente, descartarse.
Pero en términos más realistas, la verdad es que, pase lo que pase, la única misión que Lloreda tiene por delante no es la de llegar a la Presidencia.Su principal reto es, quizás, el de restablecer la unidad y la credibilidad de su partido, para que, si no ahora, al menos en el futuro siga siendo una alternativa real de poder. Como el propio ex presidente Pastrana lo dejó en claro al entregarle la antorcha de los azules al nuevo candidato, Lloreda tiene en sus manos un reto generacional. Por primera vez en mucho tiempo, el partido entrega sus banderas a un hombre menor de 50 años y reconoce así que ha llegado la hora del relevo generacional.
De aquí en adelante, el compromiso del nuevo candidato no es sólo el de devolverle la confianza a los socialconservadores de su generación, sino el de mantener viva la llama de esa antorcha para que los conservadores del próximo siglo no se queden sin partido. En términos electorales, y teniendo en cuenta que Alvaro Gómez logró en las elecciones de 1986 una votación cercana a los tres millones, cualquier votación de Lloreda por debajo de dos millones y medio podrá considerarse una catástrofe. Pero teniendo en cuenta las actuales circuntancias, cualquier votación que se acerque a los tres millones podrá considerarse decorosa. Si el ex canciller logra esta última. aunque esos votos seguramente no le bastarán para ser elegido presidente, la historia tendrá que reconocer que Lloreda le ha prestado un gran servicio a su partido.

LOREDA: POLITICO PRECOZ
Es aún muy difícil saber la suerte que correra la candidatura de Rodrigo Lloreda por el Partido Social Conservador. Lo que sí es un hecho es que, independientemente del resultado en las urnas, la elección de Lloreda significa un gran jalón generacional dentro del Social Conservatismo.
Con 45 años y una impecable hoja de vida, la trayectoria política de este valluno prudente, discreto, directo y con una sorprendente facilidad de palabra, se inició cuando con apenas 24 años fue nombrado secretario de Gobierno del Valle. Dos años más tarde el entonces ministro de Gobierno de la administración Lleras Restrepo y su hoy jefe político Misael Pastrana Borrero, lo convirtió en el gobernador más joven de su departamento.
Desde la gobernación, Lloreda comenzó a mostrar las dotes de hábil negociador que más tarde lo convertirían en uno de los ministros estrellas del gobierno de Belisario Betancur,cuando con gran tino logró manejar los movimientos estudiantiles que por aquella época surgieron en el Valle, particularmente contra los Cuerpos de Paz norteamericanos.
Hijo de un acaudalado industrial del Valle y destacado jefe ospinista, en realidad Lloreda lleva la política en las venas por herencia, así como el periodismo. Parte importante de su poder radica en el control del diario El País, el cual Lloreda adquirió siendo apenas un precoz adolescente, como forma de dirimir un conflicto entre su padre y su tío. Sus lecturas preferidas por ese entonces incluían las biografías de Hitler, Mussolini y Franco. Pero, además, es indudable la influencia que por entonces ejerció en el la figura patriarcal del ex presidente Mariano Ospina Perez, quien probablemente viendo en el un futuro cuadro del partido dedicaba con gran interés muchas horas a quien apenas era un joven estudiante. Casado en segundas nupcias con María Eugenia Piedrahíta, se ocupa paternalmente de una tribu de 7 hijos: cuatro de su primer matrimonio con la ex directora de Colcultura, Aura Lucía Mera, dos del primer matrimonio de su esposa y uno de ambos.
Ministro de Educación de la administración Turbay con escasos 35 años, Lloreda no tuvo mucho éxito en su primera incursión en el gabinete. Su gestión fue bastante controvertida por la promulgación del Estatuto Docente, el cual, no obstante haber mejorado la condición económica de los maestros, condujo a un déficit que en aquella época se estimó en cerca de 15 mil millones de pesos. En 1982, Lloreda logró la hazaña sin precedentes de poner 400 mil votos en el Valle del Cauca para la lista que encabezaba como senador.
Pero fue en la Cancillería donde Lloreda se ganó el paso a las grandes ligas. Aunque su nombramiento fue interpretado como un reconocimiento a la votación del 82 y un tributo a Pastrana por su pronta adhesión a la candidatura de Belisario, Lloreda fue reconocido como el "superministro",de la administración Betancur. En pocos meses, y en parte gracias a una coyuntura internacional favorable, Lloreda logró convertirse en el líder indiscutible de los países latinoamericanos en el contexto internacional.
Considerado el cerebro gris detrás de Contadora, Lloreda supo utilizar la Cancillería -un trampolín político con pocos riesgos, puesto que su desempeño no afecta la vida interna del país- como una figura de primera línea dentro de su generación y presidenciable dentro de su partido.
De allí a la embajada en Washington y posteriormente a la designatura, el camino estaba practicamente allanado.