Tras varios años de investigación, el periodista Juan Diego Restrepo publicó el pasado 2 de mayo este libro. La publicación contó con el apoyo financiero de la Corporación Nuevo Arco Iris, fue editado por Ícono Editorial y se lanzó el pasado domingo en la Feria del Libro en Bogotá. | Foto: Verdad Abierta.

INVESTIGACIÓN

El libro de ‘La Oficina de Envigado’

Una rigurosa investigación de Juan Diego Restrepo describe la historia de esta empresa criminal desde sus orígenes hasta hoy. Este es el prólogo de María Teresa Ronderos.

5 de mayo de 2015

Prólogo de María Teresa Ronderos al libro de Juan Diego Restrepo ‘Las vueltas de la Oficina de Envigado’.

Una oficina de más de un doctor


La llamada Oficina de Envigado es uno de esos fenómenos criminales colombianos que los medios mencionamos casi a diario sin saber bien qué es y sin preguntarnos por qué ha podido sobrevivir tanto tiempo. En este libro, Juan Diego Restrepo responde las dos preguntas, basándose en cientos de documentos y testimonios recogidos a lo largo de su fructífera carrera periodística.

Restrepo es un reportero como pocos que conozco, que no se contenta con cualquier respuesta, sino que se le mete a los temas con el alma, y hasta que no consigue el dato que le corrobora un relato, no queda contento. Cocinó su periodismo en las aguas bravas del Medellín de los peores tiempos y por eso ni se da cuenta del coraje que se requiere para poder escarbar verdades como las que contiene este iluminador relato.

Además, esta historia no sólo le pone contexto a los hechos, rescata testigos olvidados y consigue nuevos, sino que además apela a estudiosos como Gambetta y sus observaciones de la mafia siciliana y Gayraud que compara diversas estructuras mafiosas en el mundo, para poder entender mejor el carácter de la Oficina de Envigado, cómo encaja con el narcotráfico, cómo coopta y vive en los alrededores de la legalidad, pero también cómo ha conseguido, por períodos, colarse al centro del escenario político.

Explica Restrepo que la Oficina, flexible como una ameba, ha cambiado de forma adaptándose al entorno, según le resulte conveniente; pero siempre conservando la capacidad de intimidar con violencia, y una estructura vertical de mando y la avidez por «maximizar las ganancias y el poder y la reducción de riesgos». Nació hace tres décadas como una agencia de cobro del narcotráfico y sigue viva hoy. Por años, su influencia estuvo limitada al Valle de Aburrá, pero creció y llegó hasta la costa Caribe, a la vuelta del siglo, cuando el conflicto interno volvió a teñir de sangre el campo colombiano como no se había visto desde hacía cincuenta años. La Oficina sirvió para cobrar deudas a las malas, pero luego se volvió servicio de seguridad para el control mafioso de los barrios populares, agente exportador de cocaína, coordinadora de jóvenes asesinos, brazo armado del conflicto político interno e instrumento de expansión territorial. Los jefes de esta singular oficina han sido múltiples: desde Pablo Escobar, a quien se le atribuye su fundación, cuando aún no se llamaba sino la «Oficina», hasta Diego Murillo, alias Don Berna, y siempre se ha alimentado de la corrupción policial y militar.

Porque este despacho de crímenes múltiples estuvo tan atado al comienzo del Cartel de Medellín, este libro revela una historia poco conocida del origen del narcotráfico. Rescatando expedientes empolvados en los despachos judiciales, reconstruyendo testimonios a partir de distintos casos, cruzando fuentes, Restrepo hace una vivisección de cómo esta oficina fue central en la formación misma de ese cartel. Era la «oficina de Pablo» porque, como dice uno de los testigos del libro, Escobar, «como todo doctor, quería tener su oficina». A esta singular oficina acudían múltiples aventureros de la época, incluso algunos empresarios legales que pasaban por malos tiempos, llevando dinero o cocaína.  Allí se les anotaban como aportes a un embarque clandestino de la droga, y una vez «coronaban» y la cocaína era vendida en las calles de Miami, la Oficina pagaba las jugosas utilidades. Cuando había pleitos, la Oficina hacía de árbitro. Cuando un jefe del Cartel ordenaba pena de muerte para un díscolo, la Oficina cumplía la tarea. Y también en sus móviles instalaciones se abrían nuevos mercados y líneas de negocios oscuros.

Después esa trenza entre narcotráfico, oficina de cobro y seguridad fue mutando: a ratos la Oficina era meramente un aparato armado al servicio de las necesidades de violencia del otro negocio, el de los embarques y la apertura de las rutas; pero tiempo después, cuando Escobar se enfrentó al Estado, las «oficinas de trabajo» fueron dos: una que se dedicó a desarrollar y explotar la ruta principal de la cocaína hacia Estados Unidos, y la otra que alimentó la guerra por la cual querían doblegar al gobierno para abolir la extradición. Entre el negocio y la guerra al Estado, Escobar y su oficina consiguieron reclutar miles de jóvenes de las barriadas de Medellín que ya se organizaban en combos y bandas a comienzos de los ochenta, y después de ganarse a sus padres con sus obras sociales. También corrompieron a miembros de la fuerza pública, al punto que, por ejemplo, la entidad creada para liberar a los secuestrados se volvió un agente de Escobar para secuestrar industriales antioqueños, cuyas recompensas fueron a financiar su terrorismo.

La revelación más interesante de este libro, sin embargo, es que constata que una de las razones por la cual la Oficina de Envigado ha conseguido sobrevivir por tres décadas, es que ha sabido ponerse al servicio de poderosos en el mundo legal cuando éste, miope, con el pragmatismo que los ha caracterizado en Colombia, han decidido que la necesitaban para cumplir una misión urgente.


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