En 2014 la Policía capturó 10 por ciento más mulas que el año pasado. El fenómeno está de nuevo en auge. Hace unas semanas varios presos de La Modelo publicaron ‘No seas mula’, un libro que recoge 36 testimonios de correos humanos.

JUSTICIA

El regreso de las mulas

El tráfico de cocaína con correos humanos en los aeropuertos crece de nuevo. Detrás de esto hay situaciones dramáticas, pero sobre todo una guerra sin fin.

20 de diciembre de 2014

Horror, asco, infamia. No de otra manera se puede describir el aterrador caso de una niña de solo 11 años que ingirió 104 cápsulas con cocaína hace unas semanas en Cali y que terminó abandonada en Urgencias. Una complicada intervención quirúrgica logró salvarla, pero la noticia chocó por su barbarie y demostró que a pesar de las campañas oficiales, las capturas y los éxitos en la lucha contra el narcotráfico, las ‘mulas’ todavía son una triste realidad.

Aún más preocupante, en los últimos años han vuelto a aumentar las capturas de quienes arriesgan su salud y su libertad por un fajo de dólares. Según la Policía, este año detuvieron a 367 personas con droga en aeropuertos del país, 10 por ciento más que en 2013, y decomisaron 1,4 toneladas de cocaína. Las autoridades explican que los narcos tienen cada vez más dificultades para sacar grandes cargamentos de droga y volvieron al viejo método del correo humano.

La cifra puede deberse también al aumento de viajes internacionales que vive Colombia. Hoy 12 aeropuertos ofrecen vuelos directos al extranjero y es posible ir a Panamá, Estados Unidos o Aruba desde ciudades intermedias como Cúcuta, Pereira o Riohacha. El sector vive una bonanza sin precedentes y en 2013 la salida de colombianos al exterior aumentó 14 por ciento.

Las estadísticas dicen que México y España son los principales destinos de las mulas, que la lista también incluye a Brasil, Panamá, República Dominicana y que Estados Unidos dejó de ser uno de los rumbos predilectos. Que un tercio de las mulas son extranjeras y que las formas más comunes para esconder la droga son el estómago o en maletas de doble fondo. Pero detrás de los números hay dramas, engaños, intimidación y pobreza. Eso cuenta el libro No seas mula, recién lanzado, que reúne 36 crónicas reales seleccionadas, escritas y editadas por presos de La Modelo y del Buen Pastor en Bogotá.

En la última década México pasó de ser tierra de paso de las rutas de la droga a uno de los grandes centros del narcotráfico. Eso se tradujo por un incremento del tráfico hacia ese país, donde la mafia recluta personas desesperadas, les prometen vacaciones en Colombia y una vuelta fácil, donde “todo ya está cuadrado”, para llevar cocaína.

Ese fue el caso de Juan, desempleado en Guadalajara. En un bar conoció a un empresario rico que le regaló dinero y fue ganando su confianza. Le dijo que era “justo la persona que estaba buscando” y terminó convenciendo a Juan y a su esposa de que viajaran a Colombia. La mafia prefiere mandar parejas, que se camuflan mejor entre los turistas. Les prometieron 2.000 dólares a cada uno, les dieron 1.000 dólares para viáticos, hotel y paseos a Monserrate y a la Catedral de Sal. La luna de miel terminó muy mal, sumergidos por los nervios ambos cayeron en El Dorado y tendrán que esperar varios años antes de ver a sus hijos.

María, de Michoacán, tenía un novio colombiano, al que decidió visitar. Una vieja amiga la acompañó, pero terminó traicionándola y entregándola a una banda de narcos. Con fotos en mano amenazaron a su familia, la aislaron, jugaron con su mente hasta que la doblegaron y la obligaron a llevar una maleta con caleta. No pasó los rayos X y ahora está en el patio quinto del Buen Pastor.

Un caso más dramático es el de Nemesí, una hondureña que conocía una pareja de colombianos desde hacía años. La invitaron a unas vacaciones cinco estrellas en Colombia, pero terminó secuestrada en Bogotá, amarrada, golpeada con la advertencia de que si no colaboraba con el envío, no volvería a ver a sus tres hijos. Aunque no quería transportar droga, “de todas las maneras tenía que hacer lo que ellos dijeran, solo pensaba en como estarían mis hijitos, mi cabeza me daba vueltas de la desesperación de no saber si estaban bien”. Finalmente, se puso lycras con cocaína adherida. En el aeropuerto sus captores no la soltaron hasta que pasara inmigración, donde la Policía la detuvo después de hacerle un body scanner.

Los traficantes también se están aprovechando de la crisis económica que atraviesa España. Allá las deudas y el desempleo acorralan a la clase media, y muchos terminan haciendo lo que sea para recuperar su nivel de vida. Se calcula que hay cerca de 1.900 presos españoles en el mundo, el 85 por ciento por delitos relacionados con el narcotráfico. Para la mafia un pasaporte europeo o una visa de residencia facilitan el negocio.

Pedro, un colombiano de 35 años de Manizales, vivió en España 15 años. De pronto llegó la crisis, se acabó el trabajo pero los gastos y las hipotecas seguían. Entonces apareció un ‘amigo’, que prometió acabar con sus problemas si hacía un ‘viajecito’. Voló a Bogotá, se encerró en un hotel donde se tragó 78 pepas de cocaína. Poco antes de subirse al avión a Madrid, lo llamaron a un ‘control de rutina’, pasó por la máquina de rayos X y cayó.

Miguel nació en Granada, Andalucía, hace 37 años. Por un problema de impuestos terminó endeudado con el Estado y entonces apareció un colombiano que le prestaba dinero sin intereses. Cuando se colgó en los pagos, su amigo no le dio opciones: se mete de mula o su familia tiene problemas. Llevó una primera carga entre Medellín y Venezuela sin problemas, pero trató de volver a España de nuevo con cocaína y lo cogieron en el aeropuerto de Caracas. Después de purgar una pena de 32 meses salió sin un peso de la cárcel y recayó en el mundo criminal. Duró pocas semanas en libertad, pues lo capturaron en octubre del año pasado en El Dorado con 355 gramos de coca en las entrañas. Dice que “te hacen creer que este trabajo (mula) es muy fácil y nunca se piensa que llegará el día, que se paga todo con creces”.

Y aunque la cantidad de extranjeros capturados está en aumento constante, la mayoría siguen siendo colombianos. Como Jessica, que abandonó a su familia en Ibagué por ser homosexual. En Medellín se prostituyó, cayó en la droga y el alcohol hasta que le propusieron llevar una maleta de doble fondo a España a cambio de 20.000 dólares. Salió del aeropuerto de Rionegro, pero la escala en Bogotá se alargó por mal clima y cayó con dos kilos de cocaína pura.

Lo desesperante es que es imposible acabar con casos como los de Jessica, Pedro o Nemesí. Pues si se combaten los grandes envíos de cocaína en contenedores, avionetas o submarinos, sube el tráfico con mulas. Es una guerra de nunca acabar.