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El rescate

La posibilidad del rescate del obispo de Zipaquirá y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), monseñor Jorge Enrique Jiménez, llegó al Palacio de Nariño a altas horas de la noche del jueves de la semana pasada.

16 de noviembre de 2002

Frente a la inminencia del rescate el Presidente solicitó los detalles de la zona y las características del operativo. Tras analizarlos con la Ministra y los generales decidieron que lo más adecuado para no poner en riesgo la vida de los religiosos era mantener el control sobre el objetivo y adelantar la operación en la mañana del día siguiente. La prudencia y la suerte parecían estar del lado del Presidente y de los religiosos.

A la misma hora en la que en Palacio estaban estudiando el operativo, en el monte los guerrilleros escucharon por una emisora de radio que el Ejército estaba planeando un operativo de rescate. El temor se apoderó de los subversivos y levantaron el cambuche. En medio de un aguacero torrencial obligaron a los secuestrados a caminar durante cerca de 10 horas hasta llegar a un sitio que ellos consideraron seguro. Con lo que no contaban era que para ese momento los hombres de la Fuerza de Despliegue Rápido del Ejército (Fudra) ya los tenían localizados y los siguieron durante toda la noche hasta el nuevo 'campamento'

A las 9 de la mañana del viernes Uribe dio luz verde para comenzar el operativo de rescate. Una hora y media más tarde, a las 10:30 de la mañana, el Presidente se encontraba en el aeropuerto militar de Catam recibiendo los honores militares de rigor antes de abordar el avión que lo llevaría a la XII Cumbre Iberoamericana en República Dominicana. A esa misma hora, 800 hombres del Ejército y la Policía tenían completamente cercado un pequeño paraje en la vereda La Chapa, cerca del municipio de Topaipí en Cundinamarca. En un cambuche mimetizado entre los matorrales estaban monseñor Jiménez y el padre Orjuela, custodiados por siete guerrilleros. En cuestión de segundos las tropas del Ejército se tomaron el campamento. La acción, evidentemente, tomó por sorpresa a los subversivos, quienes tras un sonoro fuego cruzado en el que murió uno de ellos, no tuvieron más opción que huir del lugar. Los religiosos habían sido rescatados sanos y salvos.

El presidente Uribe ya se encontraba en la silla del avión cuando a las 11:30 de la mañana lo llamó la Ministra de Defensa a darle el parte de victoria. Quince minutos más tarde, y tras enterarse de los pormenores del operativo, el primer mandatario llamó al cardenal Pedro Rubiano y al nuncio apostólico Beniamino Stella para comunicarles la buena noticia. "Yo estaba en el Seminario Mayor de Bogotá y me estaba preparando para presidir las exequias del padre Jaramillo, un sacerdote sulpiciano cuando me dijeron que el Presidente me había llamado. Inmediatamente le devolví la llamada y me dijo: 'Le doy la buena noticia que el Ejército acaba de liberar a monseñor Jiménez", dijo el cardenal Rubiano a SEMANA.

A las 12:25 del día los noticieros de televisión lanzaron los 'extras' anunciando el exitoso rescate. En ese momento, en la Catedral de Zipaquirá y en la parroquia de Pacho (Cundimarca) decenas de feligreses se encontraban en dos misas simultáneas organizadas para pedir la liberación de monseñor Jiménez y el padre Orjuela. Las eucaristías no habían terminado aún cuando la noticia del rescate invadió los recintos religiosos en donde fue recibida en medio de lágrimas y pañuelos blancos.

A las 2:30 de la tarde un helicóptero militar aterrizó en el campo de paradas de la Escuela de Caballería del Ejército en el norte de Bogotá. De él descendieron visiblemente cansados los dos religiosos acompañados por varios oficiales, entre ellos el comandante de la V Brigada del Ejército, general Reinaldo Castellanos. Allí los estaban esperando medio centenar de periodistas, la Ministra de Defensa y el director de la Policía, general Teodoro Campo. "Fue una experiencia muy intensa y terrible. La vida sólo la da Dios. Ante todo hay que creer en las instituciones que trabajan por la patria. Fue una experiencia que les dará a los colombianos mucha más seguridad y esperanza sobre el futuro", fueron algunas de las primeras palabras de monseñor Jiménez al bajar del helicóptero.

La pesadilla, que despertó la indignación internacional, hasta el punto que el mismo papa Juan Pablo II se pronunció en dos oportunidades sobre el caso, había llegado a su fin.

Operativo ejemplar

Monseñor Jiménez y el padre Orjuela fueron secuestrados el lunes 11 de noviembre a las 10 de la mañana por varios hombres armados hasta los dientes que los interceptaron cuando se dirigían a celebrar unas confirmaciones religiosas en la vereda de San Antonio de Aguilera.

Los secuestradores, vestidos de civil, le salieron al paso al carro que los transportaba en el sitio El Roblón, poco antes de llegar a San Antonio de Aguilera, y obligaron a los dos religiosos a internarse en el monte. La noticia, sin embargo, sólo se conoció hacia las 3 de la tarde, pues los plagiarios le había advertido al conductor que guardara silencio, pues el obispo y el sacerdote serían liberados después de mediodía. En ese momento comenzó el que se convertiría en el operativo militar más impresionante de los últimos años y en el golpe más importante de los 100 días del gobierno Uribe, que se cumplieron justamente el día de la liberación de los religiosos.

"Apenas nos notificaron del secuestro en la tarde del lunes lo primero que se hizo fue instalar un puesto de mando adelantado en la brigada que opera en Pacho", narró a SEMANA el comandante de la V División del Ejército, general Castellanos, quien estuvo al mando de todo el operativo. La brigada del Ejército en Pacho se había convertido en el centro de operaciones estratégicas para comenzar el rescate.

Las primeras cuatro horas, después de hacerse público el secuestro, fueron fundamentales. En ese tiempo una avanzada conformada por los hombres de inteligencia del Ejército y la Policía que estaban en la zona obtuvieron con ayuda de la población civil la información que permitió realizar los primeros desplazamientos tácticos. "Gracias a esa información configuramos rápido el dispositivo sobre la zona especialmente los municipios de Pacho, Topaipí, Villa Gómez, El Peñón, Paime y la zona de Cuatro Caminos y San Antonio de Aguilera que fue donde se presentó el secuestro. El objetivo era tratar de crear un cerco y bloquear todas las salidas del área", dijo el general Castellanos.

Para cumplir con ese objetivo fue necesaria una inmensa movilización de tropas. Poco antes de la media noche del lunes a la zona ya habían llegado el Batallón Contraguerrilla de la Fuerza de Despliegue Rápido, el Batallón Contraguerrilla Número 16 de la Brigada 13 y un batallón del Grupo Mecanizado Rincón Quiñones que opera en la región. A los militares se unieron hombres de la Policía Cundinamarca y oficiales de la Dirección de Inteligencia de esa institución. En total eran un poco más de 800 hombres.

Al día siguiente, martes 12 de noviembre, la noticia del secuestro le había dado la vuelta al mundo y desde todos los rincones del planeta empezaban a llegar mensajes de solidaridad. Entre ellos el del papa Juan Pablo II. En el país las reacciones y las muestras de rechazo tampoco dieron espera. La primera fue la multitudinaria marcha convocada por el alcalde de Zipaquirá, Ever Bustamante, quien junto a más de 500 personas marchó por las calles del municipio pidiendo la liberación del obispo y el padre. Mientras esto ocurría, la colaboración de los habitantes de la zona en donde ocurrió el plagio hacía que la operación militar marchara a gran velocidad.

"Poco a poco fuimos obteniendo datos que nos llevaban a unas áreas específicas de tal manera que algunos trabajos se intensificaron sobre unos sectores y poco a poco la información de la población nos llevó a mover el dispositivo hacia otras zonas, lo que nos permitió ir apretando, cerrando el cerco", dijo el general Castellanos. Los datos recopilados por los militares les permitieron concentrar sus esfuerzos en los municipios de Caparrapí, La Palma, Topaipí, Yacopí, El Peñón, Pacho, Utica y La Peña.

Esa concentración de esfuerzos, sumado a la valiosa información de la población, llevó al atardecer del miércoles a los hombres del Batallón Contraguerrilla Número 16 a efectuar un operativo en Caparrapí, el cual fue fundamental para consolidar el rescate. En ese municipio los militares hicieron una acción relámpago que terminó con la captura de John Leider Quintero Chaparro. Este hombre es, nada más ni nada menos, que el jefe de comunicaciones del frente 22 de las Farc, del cual hace parte la columna Policarpa Salavarrieta, que fue la que realizó el secuestro del obispo y del sacerdote.

Al mismo tiempo que era capturado Quintero, tropas del Grupo Mecanizado Rincón Quiñones, operaban en el sitio Montañitas, municipio de El Peñón, en donde dieron de baja a Carlos Julio Trujillo Vega, conocido como alias 'Culebro' y capturaron a José Alvaro Anzola, a quien le incautaron varios equipos de comunicaciones.

Las capturas de Quintero y Anzola les permitió a los militares romper las comunicaciones internas de todo el frente 22. Esto dejó totalmente incomunicados, y sin posibilidad de obtener refuerzos, a los siete guerrilleros que tenían en su poder a monseñor Jiménez y al padre Orjuela. Entre la noche del miércoles y la madrugada del jueves se completó la información de inteligencia que permitió establecer con absoluta certeza la ubicación exacta donde se encontraban los secuestrados.

Los primeros en llegar fueron los hombres de la Fudra. Ellos fueron quienes en la noche del jueves localizaron el cambuche y siguieron a los guerrilleros cuando intentaron eludir el operativo caminando durante 10 horas con los secuestrados hasta la vereda La Chapa, cerca del municipio de Topaipí. En ese lugar fue en donde en la mañana del viernes fueron rescatados los dos religiosos.

"El éxito de la liberación radicó en dos factores: la oportuna reacción del gobierno y las Fuerzas Militares y, especialmente, en la reacción que tuvo la comunidad, dijo a SEMANA el alcalde de Zipaquirá, Ever Bustamante. Los campesinos de la zona reaccionaron no sólo ofreciendo información vital, sino que los guerrilleros nunca encontraron en ellos respaldo. Prueba de esto es la dificultad que tuvieron los guerrilleros para movilizarse. Sólo avanzaron 30 kilómetros entre el sitio del secuestro y el lugar en donde fueron rescatados", concluye Bustamante.

Y es que si algo quedó en claro de todo este episodio, aparte de la impecable concepción y ejecución del operativo militar, fue el papel fundamental que tuvo la comunidad. "Es fundamental resaltar el apoyo que tuvimos de la gente. Todos rechazaron el secuestro y se sumaron a los esfuerzos para conseguir la liberación, principalmente entregando información", dice el general Castellanos. "A la comunidad le dolió mucho el secuestro de monseñor Jiménez. Es una muestra de que cuando se quiere se puede. Fue la demostración de que cuando hay confianza y todos nos unimos es posible combatir este tipo de actos atroces como el secuestro", afirmó el cardenal Rubiano.

El secreto de la victoria

Esta liberación va más allá de un operativo militar exitoso. Evidencia varias tendencias que se han venido consolidando en estos primeros 100 días de la administración Uribe. En primer lugar, la confirmación de un Presidente que actúa en propiedad como comandante de las Fuerzas Armadas. Ante la terrible noticia del secuestro del presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano, el primer mandatario tomó las riendas, asumió el control del operativo y lideró a los militares.

Aunque no constituyó ninguna captura de un alto jefe guerrillero ni golpeó severamente la estructura de las Farc, sí tiene un gran valor sicológico para las tropas y los colombianos en general. En sólo cinco días los militares rescatan sano y salvo a un alto prelado, cuyo secuestro recibió el repudio del papa Juan Pablo II. Es una muestra de eficiencia y coordinación que aumenta la confianza ciudadana en las Fuerzas Armadas. Dicho de otra manera, los sacrificios económicos que muchos colombianos están haciendo para financiar la seguridad y defensa del Estado valen la pena ante resultados tangibles como la liberación de monseñor Jiménez.

Otro punto para resaltar es el de la colaboración ciudadana. Según los organismos del Estado los reportes de habitantes de la región les ayudaron a los militares a identificar la localización exacta de la columna guerrillera y así poder rescatar a los dos sacerdotes. Es una confirmación de la estrategia del gobierno para combatir a la guerrilla: ganarse el respeto y la confianza de la población. Esto estimulado por el programa de recompensas.

Sin embargo, no todo es color de rosa. A pesar de la alegría que produce la libertad de monseñor Jiménez, en el tema del secuestro los militares continúan con estrategias reactivas y no proactivas. Es ahí donde se necesita que la inteligencia militar ayude a desmantelar los grupos de secuestradores.

Este golpe del Estado contra las Farc le cae de maravilla al presidente Alvaro Uribe. La dupla militares-ciudadanía funciona: las Fuerzas Armadas responden con celeridad y la ciudadanía informa. Este rescate manda un claro mensaje a la guerrilla: la batalla por los habitantes, al menos en la región del norte de Cundinamarca, la van perdiendo. Y, quien tiene a la población de su lado, gana cualquier guerra.