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¡Me quedo!

En medio de una sicosis de guerra civil Chávez se atornilla en el poder y sus enemigos se atrincheran para el próximo 'round'. Crónica de Mauricio Sáenz.

7 de marzo de 2003

Poco despues de las 9 de la noche comenzaron a sonar las alarmas. De las casas de la apacible urbanización del este de Caracas empezaron a salir los vecinos, hombres y mujeres de todas las edades, vestidos con su ropa de entrecasa, intercambiando saludos cordiales. "Una de las cosas buenas que tiene esta situación es que nos ha puesto en contacto, antes ni nos conocíamos", comentó una señora. Entre amabilidades se reunieron en una de las casas y lo que siguió no dejó de ser impresionante porque reflejó, en el ámbito cerrado de un vecindario pequeño, el drama que se vive no sólo en Caracas sino en todo Venezuela. Los diarios calcularon que esa noche del 21 de enero se realizaron centenares de reuniones similares en los sectores acomodados del este de la capital.

El tono amable y el aspecto pacífico de los contertulios contrastó muy pronto con los temas considerados por esa extraña asamblea de vecinos. Porque de lo que se trataba era de planear la defensa de la cuadra contra el ataque de las 'hordas' chavistas.

El nivel de paranoia que se advierte entre los venezolanos mejor favorecidos por la fortuna crece con cada día que pasa desde que comenzó la parálisis del país, hace más de 50 días. Las noticias que reciben a través de las emisoras de televisión no son alentadoras ni capaces de reflejar una realidad objetiva. Las de la oposición se dedican a promover el paro contra la permanencia en el poder del presidente Hugo Chávez mientras la del gobierno se limita a tratar de convencer a los venezolanos, sin éxito, de que la situación está en proceso de normalizarse definitivamente. Entre tanto la ola de rumores crece para espanto de ciudadanos que jamás se hubieran imaginado vivir una situación semejante.

"Lo que hemos sabido nos tiene preocupados y es mejor que tomemos medidas", dice a sus vecinos un señor venerable y cordial de unos 60 años. "Sabemos que las autoridades compraron 50.000 bolsas para cadáveres y que las campañas para recolectar sangre están disparadas. Los hospitales también han sido despejados de los pacientes que pueden seguir sus tratamientos en sus casas porque se espera una gran cantidad de heridos".

La reunión era urgente porque se acercaba la manifestación oficialista anunciada por el gobierno para dos días después como la 'Toma de Caracas'. "La publicidad subliminal lo indica, dijo uno de los contertulios. Hablan de incendiar la ciudad. Y se nos van a venir". El asunto empezó a tomar un aspecto surrealista cuando una de las señoras, impaciente, comenzó a concretar las medidas a tomarse. Una de ellas sugirió que durmieran al menos con un cuchillo en la mesa de noche por si los chavistas intentaban aprovechar la oscuridad para burlar los controles. Otros propusieron adecuar una de las residencias como casa-hospital. Acordaron armar una barricada con cauchos (llantas) a la entrada del conjunto, que deberían ser encendidas ante la señal de alarma. Así se llegó a la conclusión de que era necesario establecer turnos de centinelas y un grupo de choque, que sería la vanguardia armada ante los 'motorizados', grupos de motociclistas que se han convertido en el terror de Caracas. "¿Quién está dispuesto a disparar?", preguntó un caballero, buscando voluntarios.

Pronto el tono subió y las personas menos imaginables, como una abuelita de más de 70 años, comenzaron a hablar de que era necesario matar a los intrusos apenas entraran. "Es que son ellos o nosotros", afirmó ella como si le diera a otra las instrucciones para una puntada de crochet. Otra añadió la cacería de brujas: "En una parte del perímetro tenemos problemas porque en nuestra propia urbanización hay 26 familias chavistas. Y ya sabemos que allá hay un francotirador".

Caraqueños al borde

Esos comités no son nuevos, pues nacieron desde que Chávez organizó sus agresivos Círculos Bolivarianos y comenzó con su retórica incendiaria a asustar a los habitantes de los sectores más ricos de las ciudades. Pero desde que se inició el paro aquellos se han multiplicado en forma muy marcada. La paranoia que afecta a un amplio sector de la ciudad, por más que parezca exagerada, es la consecuencia de la acumulación de tensiones que tiene a esos caraqueños al borde de un ataque de nervios. El país lleva mucho más tiempo en el limbo de lo que ninguno de los promotores del paro se imaginó, y los habitantes ya están pagando la tarifa.

"La población está agotada, dijo a SEMANA la conocida analista Milagros Socorro, la familia está torturada, llena de temores a futuro, los niños permanecen en la casa, el carro está sin gasolina. La gente en Caracas tiene la tradición de vivir afuera, sale mucho. Ha surgido el síndrome del odio de los hermanos siameses, la sociedad siente la tensión en ondas concéntricas que parten de su núcleo, la familia. Para la prueba, en la ciudad se agotaron los tranquilizantes y el Viagra".

El desabastecimiento, que ha comenzado a agudizarse, afecta a todos por igual. En ese mar de lágrimas y reclamos Carmen Monges, cocinera de 50 años y empleada en un quiosco de comida rápida, afirma que "estamos sufriendo por la escasez de productos. El paro nos perjudica a todos. En casa estamos sin gas hace una semana. Mi hijo ha hecho cola pero no ha logrado llegar. Por lo pronto estoy resolviendo con leña y carbón para cocinar hasta que se acabe esta crisis". Roberto Gutiérrez, taxista, se queja de que ha perdido días de trabajo en la brega por conseguir gasolina en las colas de varios kilómetros de largo y días de duración que se arman ante las pocas bombas de gasolina que funcionan en la ciudad y que congestionan unas calles por las que transitan muchos menos vehículos que de costumbre. Como buen chavista, culpa a los dirigentes del paro por la parálisis de la industria petrolera.

Y las anécdotas sobre la tensión popular son interminables. Un muchacho de clase media contó a SEMANA cómo, ante la escasez de gasolina, tomó el metro para ir a su trabajo como profesor de niños con síndrome de Down y su vagón quedó varado entre las estaciones de Pérez Bonalde y Aguasalud, en un sector deprimido del oeste de la ciudad. A los pocos minutos, en medio del encierro, un hombre lo señaló como oligarca y comenzó a decirle que la gente como él no se atrevía a disparar y en cambio ellos sí sabían usar "los hierros".

En el Colegio San Luis, en el exclusivo sector de El Cafetal, la asamblea de padres de familia, reunida para resolver sobre la continuidad de las clases, terminó cuando un padre antichavista agarró a golpes a uno que le pareció del signo contrario. Una señora de aspecto elegante vendía un folleto de los militares rebeldes que permanecen en la plaza Francia, en el sector de Altamira. "Me quedé sin trabajo y no sé qué voy a hacer. Es que yo soy una de las despedidas de Pdvsa" (la gigantesca petrolera estatal, que está en medio de la controversia por los miles de despidos hechos por Chávez para asumir el control total de la empresa). Un muchacho que carga cables de un noticiero resultó molido a palos por los vecinos de un parque elegante que creyeron ver en su color mulato a un infiltrado de los chavistas.

Y el presidente no hace nada para disipar la idea de que el suyo es un gobierno dictatorial. Chávez regresó de la posesión de Lucio Gutiérrez en Quito envalentonado por los aplausos recibidos allá y endureció su posición aconsejado, según sus adversarios, por el propio Fidel Castro. En un acto que causó indignación envió al general Acosta Carles a ocupar violentamente una fábrica de Coca-Cola para sacar el producto y varias mujeres resultaron heridas en el episodio. Acosta, en actitud histriónica, produjo un sonoro eructo ante las cámaras de la televisión. Cuando el presidente salió a decir que estaba orgulloso del oficial afectó aún más la maltrecha imagen nacional e internacional del gobierno.

Sin salida

En un escenario tan peligroso la necesidad de normalizar al país es cada vez más apremiante, pero la mesa de negociación, en el hotel Gran Meliá Caracas, no parece dirigirse a ninguna parte. La semana pasada el Tribunal Supremo de Justicia le causó a los opositores una nueva frustración al suspender, por razones de trámite, un referéndum consultivo no obligatorio con el que la Coordinadora Democrática, tras reunir dos millones de firmas, esperaba producir un efecto político tan fuerte que llevara a Chávez a convencerse de la necesidad de renunciar. La oposición inmediatamente denunció la manipulación del Poder Judicial por el gobierno y éste, lógicamente, negó toda injerencia.

Como si fuera poco, la medida de suspender por varios días la venta de dólares presagió el establecimiento de un control de cambios que vino a aumentar las preocupaciones de los venezolanos sobre el estado de su economía, desangrada tras más de 50 días de parálisis (ver artículo pág. 24).

En esas condiciones lo único que podría salvar a los venezolanos de su propia incapacidad de ponerse de acuerdo podría ser la intervención de la comunidad internacional, activada por el efecto que comenzó a sentirse en el abastecimiento y los precios del petróleo, del cual Venezuela es el tercer productor mundial. Particularmente el gobierno de Estados Unidos estaría interesado en arreglar las cargas en su propio patio para tener las manos libres para atacar a Irak.

De ahí que, a partir de la posesión del presidente Gutiérrez en Ecuador, se haya conformado el Grupo de Países Amigos de Venezuela y que haya viajado a Caracas el ex presidente Jimmy Carter para apoyar las gestiones que, desde el comienzo de la crisis, adelanta Gaviria. Carter produjo la semana pasada, tras conversar largamente con Chávez, la fórmula que los medios barajaron como una salida pero que la oposición ha recibido con cautela.

Esa hipótesis plantea dos posibilidades: la primera es una reforma constitucional que, previa la recolección de firmas por parte de la oposición, acorte el período del presidente y la Asamblea Nacional, extinga de inmediato el mandato de ambos y permita la realización inmediata de elecciones, en las que tanto Chávez como los actuales diputados podrían participar. La segunda sería la realización de un referéndum revocatorio, que debe efectuarse como fecha límite el 19 de agosto, un día después de la fecha en la que, supuestamente, el presidente cumpliría la mitad de su período constitucional. Ambas opciones llevarían como requisito sine qua non que la oposición levantara el paro, que Pdvsa reenganchara a sus empleados despedidos (excepto los acusados de sabotaje) y que el gobierno acepte cargar con la financiación y la logística de las votaciones correspondientes.

Pero la oposición no cree que Chávez esté dispuesto a renunciar bajo ninguna circunstancia y, a juzgar por la entrevista con el vicepresidente, José Vicente Rangel, que sigue a este artículo, están en lo cierto. Manuel Cova, el único miembro sindicalista de la comisión negociadora por la oposición, dijo a SEMANA que "si fuera por Chávez, se quedaría hasta el año 2021, como ha sido su intención desde un comienzo". Otro de los negociadores de la oposición, Alejandro Armas, sostuvo a esta revista que la propuesta de Carter es prácticamente la posición que ellos han mantenido en la mesa, y que la respuesta de Chávez es sinuosa, como todo lo de él. "El problema, dijo, es que el presidente ve en el adversario a un enemigo a quien hay que derrotar, no negociar con él. Y el incumplimiento es su norma, como cuando ofreció acabar con la pobreza y sólo ha contribuido a que crezca, lo mismo que con la corrupción y la ineficiencia". Por eso los voceros de la oposición sostienen que el paro seguirá y que no le darán cuartel al gobierno, en espera de que la presión internacional logre que Chávez dé su brazo a torcer. Como dijo Cova, "el paro no se flexibilizará, como han propuesto algunos. Si se variara alguna estrategia será para administrar inteligentemente la presión para sacarle mayor provecho en busca de devolver a Venezuela a la democracia, que es su verdadera forma de ser".

Ellos sostienen lo contrario, pero para muchos el presidente ha maniobrado hábilmente para volver al mismo punto en que se encontraban las cosas antes del inicio del paro, en diciembre. Han pasado más de 50 días, el país no da más, el paro poco a poco se levanta y Chávez sigue, para bien o para mal, firmemente atornillado al poder.

En medio de ese ambiente de polarización y angustia llegó el jueves, el día de la movilización de los partidarios de Chávez en el centro de Caracas. Las calles de la ciudad permanecieron casi vacías mientras varios centenares de miles de chavistas, sobre todo gente de la más baja condición social, llegaron de todas partes del país para demostrarles a sus adversarios que ellos también podían llenar las plazas. "¡Oh, ah! ¡Chávez no se va!", gritaban las comparsas con la agresividad de quien ve amenazadas sus esperanzas. Unas esperanzas que un Chávez pugnaz, verborreico e impredecible, no ha sido capaz de cumplir. Porque si se analiza con cuidado, el gobierno del ex coronel golpista se ha caracterizado mucho más por la absoluta ineficiencia para manejar la inmensa riqueza del país que por la toma de medidas revolucionarias de corte social. Lo cual, por otro lado, hace que su experimento sea doblemente peligroso ante su incapacidad para llenar las expectativas creadas entre una gente que ya no tiene nada que perder.

Pero el jueves pasó, y no se produjeron los ataques que tanto temían los vecinos de la urbanización de marras. Al menos por ahora, sus preparativos bélicos se quedaron esperando. Esa tarde una pequeña procesión rogaba a la Virgen de la Caridad del Cobre que librara a los fieles de la amenaza de que la turba chavista viniera a destruir sus vidas.