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El presidente Santos, su antecesor Álvaro Uribe y el jefe de las Farc, Timochenko, componen una especie de triángulo, en el que el lado Santos-Uribe es el que utiliza un lenguaje más confrontacional. | Foto: Guillermo Torres

POLÍTICA

El cruce de cartas entre Santos, Uribe y Timochenko

Mientras Santos ataca a Uribe y a su resistencia civil, Timochenko le escribe misivas conciliadoras al expresidente y este responde sin ofender. ¿Se confundieron los papeles?

21 de mayo de 2016

El título de la escena podría ser ‘La torre de Babel’ o ‘El mundo al revés’. Después del discurso del presidente Juan Manuel Santos en la convención liberal, en el que se fue con todo contra el uribismo, el jefe de las Farc, en carta pública y de tono conciliador, invitó al presidente Álvaro Uribe a conversar. Y este último le respondió dejando de lado sus habituales epítetos contra el castro-chavismo, el terrorismo y “la Far”. A Timochenko, de hecho, lo llamó “médico Rodrigo Londoño”. ¿Se mezclaron los libretos?

A Santos evidentemente se le salió el bloque. Acababa de regresar de Londres y mientras había estado dedicado a la diplomacia presidencial, el uribismo había atacado con todo. Su antecesor había hablado de “resistencia civil”, confusa propuesta que acompañó de cuatro calificativos –“pacífica, pública, argumentada y persistente”– que le bajaban el componente que podría tener el término de rebelión contra las instituciones. Algunos de sus más cercanos colaboradores, sobre todo en el Senado, no ahorraron palabras para descalificar el acuerdo alcanzado en La Habana por el gobierno y las Farc para blindar el proceso de paz. Hablaron de “dictadura”, “golpe de Estado” y reemplazo de la Constitución.

Santos se salió de la ropa, y contraatacó con alusiones a que “no hay un solo funcionario del gobierno en la cárcel” y “Uribe compró la reelección”. No es nuevo que Santos y Uribe se traten con términos que hasta hace poco no eran usuales en Colombia. Pero en esta ocasión el presidente fue más lejos y recibió críticas. “Exageró de tono”, dice Omar Rincón, quien adelanta una investigación académica sobre el discurso político en Colombia. Y agregó: “Ahora cogió el (tono) de Uribe, pero no se le ve auténtico”. La agresividad le sirve más a Uribe que a Santos. Más aún ante la necesidad apremiante del gobierno de explicar los acuerdos que, por naturaleza, tienen una esencia conciliadora. Paradójicamente, la reacción de Uribe a la ira del presidente fue pacífica: “Nuestra resistencia civil empieza por resistir a las provocaciones”, dijo.

No menos llamativa fue la jugada de Timoleón Jiménez. La carta pública a su archienemigo, en tono bajito y con ropaje moderado y constructivo –para invitarlo a “conversar tranquilamente”–, le generó tribulaciones en el alma a Uribe, quien al final optó por contestar sin agresividad pero reiterando con vehemencia sus conocidas críticas al proceso. Todo indica que Timochenko consideró que ese intercambio público le fue favorable, pues sin mayor demora le mandó una segunda misiva no muy diferente en tono y en contenido, pero con un matiz más campechano e informal: “Ave María, doctor Uribe, conversemos”, le dijo y terminó con una frase muy amigable: “Venga esa mano, le extendemos la nuestra con un ramo de olivo”.

Las palabras del jefe de las Farc tuvieron dos lecturas. Según la favorable, proyectó una imagen conciliatoria, asumió la iniciativa y fortaleció su figura al subirse en el mismo escenario de Uribe y obligarlo a responder. Según la desfavorable, lanzó un mensaje poco creíble y de intenciones provocadoras y hasta manipuladoras. Fue “soberbio pero fino para humillar a Uribe”, según Armando Silva, especialista en análisis de imagen.

Más allá de la evaluación desde el punto de vista estratégico, las cartas públicas de Timochenko corroboran un notable cambio en el discurso de las Farc. “(Cuando las Farc estén) sin armas, necesitarán las palabras, incluso más que los otros”, dice Omar Rincón. De la recordada intervención encendida de Iván Márquez en Oslo, cuando comenzaron los diálogos, al lenguaje que están usando Timochenko y otros miembros de las Farc hoy –incluido Márquez– hay una evidente evolución.

El balance para Uribe también es agridulce. No se salió de casillas ni ante el discurso de Santos, ni frente a las misivas de Timochenko, pero dejó ver que a mediano plazo, una vez se firme el acuerdo final de La Habana, se puede quedar sin discurso. “Uribe no contesta la carta de Timochenko. Es un claro ‘escrito panfletario’ que como su nombre lo indica busca hacer propaganda política y generar polémica contra el gobierno”, según María Fernanda González, autora del libro El poder de la palabra. “Es el discurso de un candidato en campaña donde el registro del miedo es su esencia”, agrega la autora. ¿Se agotará ese recurso tras la firma?

En momentos en los que se espera un acuerdo final, con oposición férrea y resistencia civil de Uribe, estos jugadores han formado una relación triangular que ha venido cambiando. A diferencia de hace seis años, el lenguaje más violento se está dando entre Uribe y Santos y no entre Uribe y las Farc. La comunicación entre los primeros pasó de lenguaje de aliados (en 2010) a discurso de conflicto (después de la posesión de Santos). Y las del gobierno y las Farc han evolucionado desde confrontación alta (al comienzo del proceso de paz) a distensión tímida (desde el acuerdo para desescalar la guerra). ¿Cambió la tendencia a largo plazo, o se trata de un simple evento único e independiente?

“Un discurso no cambia las tendencias”, según González, quien incluso se pregunta hasta dónde “las cartas de Timochenko pueden ser contraproducentes” (porque generan reacciones de indignación), o pueden ser positivas para el país “aunque no veo fácil que de allí pueda surgir un diálogo con el uribismo”, agrega.

Lo cierto es que no hay evidencias, hasta el momento, de que el gobierno, la oposición y las Farc están asimilando la realidad de que es inminente la firma que le pondrá fin al conflicto armado, lo que requiere una transformación del discurso político, del lenguaje y de las palabras. Están claros en “la dejación de las armas y no del lenguaje”, según Armando Silva.

En otros procesos de paz, quienes firman el acuerdo –en este caso el gobierno y las Farc– deben ir adoptando un discurso común y un lenguaje no agresivo. Santos y Timochenko no van a cambiar sus ideologías, pero, por más polarizadas que sean, a partir de ahora tienen un punto de convergencia y un objetivo común: explicar y defender los acuerdos. Y eso, según Silva, no ha ocurrido: “¿Cómo construimos un imaginario de paz? Hasta ahora, no lo hemos hecho”, concluye.