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La apuesta de Santos en Cartagena

Semana
25 de abril de 2012

La apuesta de Santos en Cartagena.

 

Por: Rodrigo Elberto Cabrales Romero.

Internacionalista.

 

Del presidente Santos se dice que es un excelso jugador de póker; lo que ha de ser una cualidad muy valorada en el mundo de la política. Pues bien, en esta Cumbre de las Américas hizo una apuesta elevada, tanto económica como políticamente, pues las cifras extraoficiales se acercan a los cien millones de dólares para la realización de la reunión; y en el plano político no son trivialidades los temas ventilados. Sin embargo, los resultados a primera vista son pobres.

 

Uno de los objetivos explícitos de la cumbre fue la discusión del problema mundial de las drogas. Particularmente se buscaba plantear mecanismos alternativos a la “guerra contra el narcotráfico”, que cumple ya cien años y que arroja resultados paupérrimos: gobiernos cooptados por los narcotraficantes, incontables víctimas, severos estragos culturales para nuestros países y un tráfico al que no le hace mella la cantidad de dinero invertido en su combate. La decisión de los presidentes fue darle mandato a la OEA para que estudie el tema. Esto quiere decir que el asunto, por ahora, está cerrado.

 

La OEA no tiene presupuesto, siquiera, para seguir funcionando, como bien lo anunció hace algunos meses el Secretario General Insulza. Además es una organización que ya no tiene “músculo político”. Otros escenarios multilaterales de la región, como Unasur y el Grupo de Río, le corren la butaca desde hace varios años en temas trascendentales. Estados Unidos, además, es quien más aporta para su presupuesto. Si se quiere proponer algo distinto el escenario debe ser otro.

 

El tema de Cuba, que rayó en lo circense por cuenta de las guayaberas de Fidel, fue otro en el que el Gobierno jugó alto y perdió. Aunque el discurso redentor de Santos emocionó a los latinoamericanistas -llegando incluso a increpar a Obama por la actitud anacrónica de su gobierno- la realidad es que el efecto fue nulo. No aparece en el acta final, y Cuba no vuelve a la OEA -tampoco parece interesarle mucho- porque los Estados Unidos así lo desean. Menos ahora, cuando Obama está en campaña y necesita bastante de la chequera anticastrista estadounidense.

 

El hecho de que la Cumbre no haya logrado concluir con un consenso, si quiera en el acta final, es el mejor síntoma de dónde terminarán los temas populares, como Cuba y las drogas. Más preocupante aún es dónde terminarán los temas importantes, como la equidad, la igualdad, el empleo y otros de los temas supuestamente centrales de la cumbre. Son esas las cuestiones de fondo, las que realmente afectan a los ciudadanos -los mismos que con nuestros impuestos financiamos ese evento. Los expertos dirán que las declaraciones y los compromisos que arrojan este tipo de reuniones son, por lo general, inoperantes, exiguos; sin embargo no debemos olvidar que esos mandatarios son nuestros empleados, son empleados públicos; y sí, sus salarios salen de nuestros bolsillos. Si han de tener la oportunidad de reunirse para dialogar sobre problemáticas comunes y desarrollar “sinergias” en procura de soluciones, no creo que sea descabellado exigirles resultados. En realidad debería replantearse la utilidad práctica de esas cumbres -o la utilidad de aquellos, nuestros “empleados”.

 

En síntesis lo único positivo que tuvo la cumbre, en términos políticos, fue la portada de Santos en el Times. Bien por él. Algunos analistas dicen que la Cumbre sirvió para impulsar a Colombia como líder regional, y podría pensarse que esa portada es la señal más clara. Demasiado optimismo: falta mucha tela para el moño. La presidenta Rousseff ni siquiera le sacó tiempo a una muy anunciada reunión bilateral con Santos; dos mandatarios se fueron antes de lo previsto e hicieron falta un par de vecinos en toda la Cumbre; no hubo posición concertada frente a las Malvinas. Esto habla por sí sólo del poder de convocatoria regional que tiene Colombia en tanto nación. Yo soy un poco menos optimista, o mejor, soy más concreto: la Cumbre no sirvió para potenciar a Colombia como líder en el hemisferio, sirvió para impulsar la imagen de Santos. Entonces, al final de cuentas ¿ganó o perdió la apuesta?