EL COLOMBIANO MAS MISTERIOSO

Amigo de Fidel Castro, pero también de Kissinger. Hombre de enlace con muchos gobiernos, Carlos Pérez Norzagaray es el mejor embajador secreto de Colombia en el Caribe.

7 de junio de 1982

Sin los títulos políticos, intelectuales o económicos de Alberto Lleras, García Márquez o Julio Mario Santodomingo, -máximas estrellas internacionales de Colombia en esos campos- Carlos Pérez Norzagaray ostenta un prestigio personal que lo desplaza por los recintos más exclusivos del mundo, en contacto con personalidades de gobiernos, cultura o finanzas, a niveles nunca soñados por muchos titulares de nuestra cancillería.
Sus tránsitos fugaces por el servicio público: Intendendete de Aracuca de 1942 a 1944; Secretario del Concejo de Ministros del 44 al 46 y Embajador volante de Colombia para el Caribe, durante la administración López Michelsen, no arrojan mayores pistas sobre las verdaderas fuentes de su innegable influencia social y política. Tampoco es accionista o propietario de ninguna empresa colombiana grande o pequeña; no es aquí gestor o intermediario de grupos financieros nacionales o extranjeros...
De ahí lo sorprendente, para el 99 de los colombianos que no lo conocen saber que Carlos Pérez Norzagaray es amigo "de partir un confite", con figuras tan dispares como Fidel Castro y Henry Kissinger; Carlos Andrés Pérez y los altos heliotropos "adecos" de Venezuela; los ejecutivos de la "Internacional Socialista": Willy Brandt. Felipe González o Lionel Jiospin, sucesor de Mitterrand en el secretariado general del partido socialista francés; "gente de Carter" tan decisiva como Hans Jordan o Bob Pastor; catedráticos, politólogos y estadistas de todos los continentes y una larga lista de banqueros y empresarios americanos, suizos, franceses, ingleses o alemanes, que lo asedian con tentadoras ofertas, declinadas por él, sistemáticamente.

DIPLOMATICO PRIVADO
Prefiere seguir entre su casa de Bogotá, su finca de Girardot y los hoteles más "campanilludos" de Londres, París, Nueva York o Panamá, a donde siempre viaja -con sus propios recursos- por lo menos una vez al mes -a pesar de su aero-pánico-, como peregrino de una actividad febril, que no le depara plata ni poder efectivo, pero lo mantiene al tanto de lo que pasa en el mundo.
Y, en verdad, pocos colombianos tan informados y lúcidos sobre la actualidad histórica.
Suscriptor de selectas publicaciones mundiales, oyente radial en varios idiomas, sus teléfonos suenan permanentemente para consultas y confidencias de altísimo nivel, que Pérez absuelve y "procesa" con rápida inteligencia.
Su mismo atuendo personal -trajes, zapatos, corbatas y camisas exclusivas de Bond Street- delata a un parsimonioso diplomático de carrera.
Sólo que Carlos Pérez Norzagaray, es "diplomático" privado de sí mismo y de sus influyentes amigos de todo el universo.
Johnnie Walker, su viejo amigo conserje del Hotel Claridge's, de Londres, conoce a sus sastres, camiseros y corbateros de "Saville Row" y Gerard, el "concierge" del Plaza Atenée, de París, sabe cuales son sus predilecciones francesas. Ellos se encargan de hacer sus valijas, mientras Pérez atiende múltiples compromisos.
Por su inglesa casa bogotana -de refinamientos y elegancias burguesas- han desfilado las más eminentes personalidades que visitan a Colombia, interesadas en saber qué piensa Pérez del momento político o économico.
Allí está siempre atenta, su bella y juvenil esposa, Josefina Dávila, dueña de una cultura y una elegancia competibles apenas con las de su hermana Beatriz, esposa del embajador de Colombia en Pekín, Julio Mario Santodomingo.
Pero en la casa o en la hacienda de los Pérez Dávila, se vive y se come a la colombiana. Los dos frecuentan el mercado y comparten las "afugias" de la vida doméstica en este país.
Sus cuatro hijos: Carlos Alejandro, Luis Felipe, Juan Manuel -estudiantes de exclusivos "colleges" americanos- y Josefina, de primaria en el aledaño Liceo Francés, se sienten y son orgullosamente colombianos...
Por algo descienden del "Preñao Cisneros", bisabuelo de Pérez, obeso y rico ganadero de la Colonia, que le regaló a Bolívar tres mil toros -¡de un solo color!- para financiar la guerra de independencia.
Esa colombianidad intrínseca hace que Pérez corra todos los riesgos de la vida en la patria y tome parte activa en sus campañas políticas.
Siempre en el lopismo, formó parte -junto a Santiago Salazar Santos, Alvaro Uribe, Hugo Latorre Cabal- de la juventud lopista; Pérez heredó de su padre, el médico Julio Pérez Hoyos, una amistad fraterna con el Presidente López Pumarejo, que transfirió luego a su hijo, Alfonso López Michelsen, en cuyas dos campañas ha contribuido entusiásticamente.

CACHACO Y ARAUCANO
Cachaco por lo Pérez (familia de rancia estirpe bogotana) y llanero por su madre Norzagaray, araucana. La alegre y extrovertida personalidad de Carlos Pérez, reune ambos temperamentos.
Por eso aceptó, casi menor de edad, la Intendencia de Arauca, que desempeñó en los dos primeros años de la segunda administración López, lapso en el cual, sin embargo, no aprendió a nadar ni a montar a caballo. Sus vínculos con el "Arauca vibrador", se reducen a una leve "venezolaneidad" del lenguaje, acrecentada por su larga y permanente relación con los líderes de Acción Democrática, exiliados en Colombia: Betancourt, Leoni y Pérez.
Al punto que el día de la elección de Carlos Andrés, en la sede de su "staff", en Caracas, había un despacho privado, al que sólo tenían acceso dos Pérez: el presidente electo y el colombiano Carlos. Carlos Andrés no se "atortoló" de la acusación de "colombiano" hecha por los copeianos y, al contrario, incremento su relación con Colombia, a través de Pérez Norzagaray. Son frecuentes sus viajes no publicitados a Colombia, para hablar con él de asuntos comunes y, más aún, sus citas en Nueva York y Panamá.
Conocía a Omar Torrijos, (el hombre fuerte que haya dado Panamá) por conducto de Gabriel Lewis, embajador de Panamá en Washington. Esa relación fue suficiente para echar las bases de una sólida amistad, desde su primer encuentro formal, cuando acompañó a López a Panamá, como Presidente Electo, en junio de 1974. A partir de entonces, Carlos Pérez y Torrijos, se volvieron "íntimos de casa", según la expresión bogotana. Como Embajador volante de López Michelsen, para el Caribe, fue vital su desempeño, en la conformación de la política que hizo posible la recuperación del Canal y la preservación de los derechos de Colombia en esa zona.
Concluido el gobierno de López, Carlos Pérez ensanchó su amistad con Torrijos hasta su muerte absurda y la prosiguió con el Presidente Royo y el coronel Noriega, sucesores del tenaz mandatario.

CON FIDEL CASTRO
Aún más sorprendente resulta la probada amistad de Carlos Pérez -demócrata, liberal y reaccionario- con Fidel Castro y los más altos jerarcas comunistas de Cuba.
Discreta, en un rincón de su biblioteca políglota -entre costosísimos tomos de la colección "Asprey" (200 dólares, mínimo, cada tomo)- está su foto, "en plan rumboso" con Fidel, que envidiaría cualquier comunista colombiano.
Pérez pertenece al selecto "club" de amigos a quienes Fidel enviaba -por conducto de la Embajada- cajas del mejor tabaco cubano, "Cohiba", con anillo marcado con el nombre y la bandera nacional, como apenas lo hacía con Tito, Bumedién y Torrijos, por cierto todos muertos...
"Fidel, Carlos Andrés y Torrijos -resumía un diplomático enterado- abandonaban una sesión del Gabinete, para recibir a Carlos Pérez".
De cabello entrecano, pero de aspecto más joven que sus contemporáneos -verbo fácil y chascarrillos de raizal bogotano, Pérez trasiega por los laberintos de la historia de Colombia y del mundo, en forma erudita y convicente.
Su fuerte es la conversación, por la cual discurre casi con alegría, desde las 7 de la mañana, cuando recibe la primera llamada, hasta las 11 de la noche, cuando despide en la puerta blanca de su casa de "La Cabrera", al último contertulio: un ex-Presidente, un candidato presidencial, un embajador o emisario ilustre.
Rehuye la publicidad, no obstante que su actividad diaria podría merecer varias columnas de primera página. Con mayor razón las crónicas sociales, a pesar de que ese menester demanda mucho de su tiempo.