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El personaje de Andrea en ‘La Siempreviva’ retrata la irreverencia de Cristina Guarín.

JUDICIAL

Siempreviva: la realidad superó la ficción

La lucha de la familia de Cristina Guarín, que inspiró la película Siempreviva, es tan conmovedora como misteriosa. Lo más sorprendente es que sus restos aparecieran 30 años después.

23 de octubre de 2015

La noticia parece el final de una película. A una semana de cumplirse los 30 años de la Toma del Palacio de Justicia, los restos de Cristina Guarín aparecen en un cementerio en el ataúd de otra mujer. Su hermano René, tras dedicar su vida a buscar la verdad de lo que había pasado con ella, logra identificarla por un fragmento de la falda escocesa que llevaba la mañana del 6 noviembre de 1985, cuando la vio por última vez.

Es que en Colombia la realidad supera muchas veces la ficción. Porque eso fue exactamente lo que pasó esta semana cuando la Fiscalía anunció que había encontrado fragmentos de los cuerpos de tres desaparecidos de ese fatídico día: Cristina Guarín, Luz Amparo Oviedo y Luz Mary Portela.

La historia de la lucha de la familia de Cristina por encontrarla es tan conmovedora que inspiró la obra de La Siempreviva, adaptada a una película que está en cartelera. Por eso, muchos colombianos que habían ido a las salas de cine el pasado fin de semana seguramente se sorprendieron al ver que esa mujer había aparecido de verdad, así fuera muerta.

“Mi hermana era de carácter fuerte, difícil, rebelde, intelectual”, cuenta René. Era la séptima de ocho hijos en una familia tradicional de la clase media bogotana, en donde a veces faltaba hasta la carne del almuerzo. René tenía que acompañarla a las citas y a las fiestas. “Mi papá la quería tanto que ningún novio le servía. Era malo si era rico, si era pobre, si era estudiante, si era flaco...”, agrega.

Cristina, de hecho, no quería trabajar como cajera en el Palacio de Justicia, pues su sueño era viajar y conocer muchos países. Se acababa de graduar en licenciatura en ciencias sociales, había aprendido a hablar francés y tenía en mente estudiar en la Universidad Complutense de Madrid. El puesto le sonó porque solo era cubrir una licencia de maternidad de una amiga de la familia. Pero una vez allá le pareció interesante pues le gustaba hablar con los magistrados que frecuentaban las cortes. Así cayó, un poco por azar, en una de las peores tragedias que ha vivido Colombia.

La búsqueda

René estaba estudiando ingeniería cuando sucedió la toma. Corrió con su papá al centro a buscarla, pero habían acordonado el lugar y no se podía pasar. Desde su casa en La Esmeralda vieron con impotencia el humo del fuego que consumía el palacio en donde trabajaba ella.

Como Cristina nunca llegó esa noche, decidieron volver a buscarla. Lograron entrar a la cafetería y encontraron una escena congelada, distante al caos vivido afuera. Estaban los manteles puestos, los platos servidos. René se acercó a la caja registradora y vio el aparato atravesado por un disparo. Al lado, encontró el paraguas y la cédula de ella. Su papá estalló en llanto.

Los días pasaban y no se sabía nada de ella. Un par de meses después los llamaron de un juzgado y les entregaron la libreta de Cristina. Les hicieron infinidad de preguntas, pero no para encontrarla sino para determinar si ella era del M-19.

La suerte de su hermana le generó tantas dudas a René que se unió a ese grupo guerrillero, pues estaba convencido de que la había desaparecido el Estado. Quería justicia y respuestas. Militó en el ámbito urbano, luego estuvo unos meses preso, y pasó los últimos años, hasta la desmovilización, en el monte. 

Durante mucho tiempo su papá buscó a Cristina en las calles del centro. No podía creer que estuviera muerta y tenía la esperanza de encontrarla entre los mendigos. A menudo le escribía poemas para decirle lo mucho que la amaba y la extrañaba. Alcanzó a completar 300 que guardó celosamente hasta el día de su muerte, en 2001.

Su mamá, Elsa María Cortés, convirtió el cuarto de Cristina en un templo. Nadie lo usaba, nadie se sentaba en su cama. Todo estaba intacto para el día en que volviera: sus libros de francés, sus esferos, las cosas que había dejado en su mesa de noche… En 1995 no aguantó más. Cogió todo lo que había de ella y lo quemó.

¿Qué viene?

La aparición de los cuerpos de Cristina Guarín, Luz Amparo Oviedo y Luz Mary Portela alivió la incertidumbre de sus familias. Sus restos, sin embargo, dejan más preguntas que respuestas. ¿Quién las mató?

Dos de ellas estaban en los ataúdes de otras mujeres que también cayeron en la Toma: la magistrada auxiliar Libia Rincón y María Isabel Ferrer, una visitante del lugar. ¿Dónde están ellas? Las conmovedoras palabras de Sofía Velásquez, la hija de Ferrer, describían ese drama naciente. “No sé dónde buscarla. Siento como si lo del palacio hubiera sido hoy”, dijo.

Tampoco es claro qué pueden aportar estos hallazgos a los procesos penales. Aunque la Fiscalía llamó a indagatoria a 14 militares (ver recuadro), hasta el momento solo están condenados por los hechos el coronel Alfonso Plazas Vega y el general Armando Arias Cabrales. Ambos esperan que la Corte Suprema revise su caso en casación.

Contrario a lo que se cree, a ninguno de los dos la justicia les ha probado haber participado en la desaparición de los empleados de la cafetería. Arias Cabrales fue condenado a 35 años por omisión, con el argumento de que como comandante del Ejército debía conocer lo que pasó y por la existencia de un plan de estrategia militar llamado el Plan Tricolor, que podría justificar esos tratos a los rehenes sospechosos. Y Plazas, por la teoría jurídica del autor mediato, que permitió condenar a los nazis, no por lo que habían hecho individualmente, sino por los crímenes que había cometido el aparato organizado de poder al que pertenecían y en el que tenían mando.

En el caso de Plazas, su condena tiene que ver solo con la desaparición de dos personas: Irma Franco, militante del M-19, y Carlos Rodríguez, el administrador de la cafetería. La de Arias Cabrales se relaciona con cinco desaparecidos, una de ellas Luz Mary Portela, cuyos restos fueron identificados esta semana.

En pocos días el país va a conmemorar 30 años de una tragedia que sigue nítida en la memoria. Las heridas del Palacio de Justicia no solo no se han cerrado sino que, como lo probaron los sucesos de esta semana, están más abiertas que nunca. Las lecciones que deja este episodio sobre la inutilidad y el dolor de la guerra sin cuartel seguramente determinarán el camino de reconciliación al que le está apostando Colombia.

El otro proceso

La Fiscalía investigará los supuestos casos de tortura durante la retoma.

Catorce militares y policías recibieron esta semana una factura de hace 30 años. Cuatro generales, un coronel y otros agentes de las Fuerzas Armadas fueron llamados a indagatoria en lo que promete ser otro capítulo escabroso de la Toma del Palacio de Justicia.

La Justicia espera determinar si ellos tienen alguna responsabilidad en las torturas que sufrieron en esos días 11 personas, por las cuales la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado. Dos de las víctimas son los entonces estudiantes Yolanda Santo Domingo y Eduardo Matson, que en ese momento tenían 20 y 21 años de edad.

Por estos hechos fueron llamados a declarar el general (r) Iván Ramírez quien dirigía el comando de inteligencia del Ejército Nacional; el entonces coronel (r) Edilberto Sánchez, quien también hacía parte de la inteligencia militar;  el general (r) Carlos Alberto Fracica Naranjo, quien en ese entonces era el segundo de la Escuela de Artillería; los generales (r) Rafael Hernández López, Fernando Blanco Gómez y Gustavo Arévalo Moreno, que pertenecían al B2 de la Brigada 13 del Ejército.

También fueron citados William Vásquez Rodríguez, Ferney Causaya Peña, Fernando Nieto Velandia, Antonio Jiménez Gómez, Luis Carvajal Núñez, Eliseo Peña Sánchez,  Antonio Buitrago Téllez y Bernardo Garzón Garzón. Este último fue el testigo clave que permitió encontrar los restos de Cristina Guarín, Luz Amparo Oviedo y Luz Mary Portela.