ARTE DE 80 KILOMETROS POR HORA

Cuando un venozolano decide llevar el arte a las carreteras.

16 de agosto de 1982

En Venezuela en la autopista El Tigre, Ciudad Bolívar, expondrán en los próximos 10 años 28 artistas de todo el mundo.
Es la única carretera de Venezuela donde están prohibidos los carteles publicitarios, es una recta de 120 kilómetros que une El Tigre, capital de la provincia de Anzoátegui, con Ciudad Bolívar. En ella exponen, durante los próximos 10 años, 28 artistas de todo el mundo. Es el "Museo Vial Renovable Rafael "Bogarín", un museo que cambia la noción misma de pintura.
Durante hora y media todos los viajantes entre estas dos ciudades pueden observar, cada dos kilómetros, una vallas con pintura de todo tipo y estilo. Algunas asombrarán, otras crearán inquietudes y otras podrán hacer parar al conductor para mirarlas con más detenimiento. Pero esa no es la idea del museo. Cada pintura está pensada para ser vista durante minuto y medio, en el trayecto El Tigre Ciudad Bolívar, si el automóvil se desliza a una velocidad promedio de ochenta kilómetros por hora.

LA ARTE-PISTA
Are y velocidad en las carreteras ahora se acercan. La autopista está situada en los llanos venezolanos y su paisaje resulta monótono por lo largo de la extensión. Las carreteras largas y rectas producen en el conductor lo que se ha llamado "la hipnosis de carretera", fenómeno que ha ocasionado numerosos accidentes todos los años. El museo vial trata de impedir las colisiones producidas por el sueño de los conductores al timón.
La idea no nació en el ministerio venezolano de transporte, sino en la cabeza de un artista abstracto, Rafael Bogarín. Este pintor radicado en Nueva York, no pensaba limitarse a convertir el arte en un sistema de prevención automotriz, sino a abrirle nuevas perspectivas a la pintura. Su idea rompía toda una serie de concepciones alrededor de la pintura y su entorno. No era el arte en el museo cajón, en el museo-nonumento, en el museo-prevención. Era el arte directo enfrentando a un público desprevenido que, en lugar de avisos de Coca-Cola y de Cerveza Polar, encontraba ojos de Abularach, nudos de Rayo y rayas de Cruz-Díez. La realización del museo estuvo pendiente algunos años, hasta que tuvo eco en el Ministro de Cultura Luis Pastori, quién aceptó compartir la responsabilidad con Bogarín.

LOS DEBUTANTES
Una vez solucionados los problemas se invitaron treinta artistas de todo el mundo, de los cuales aceptaron 28. Entre ellos participaron Rodolfo Abularach por Guatemala, Antonio Amaral por Brasil, Carlos Cruz-Díez Pedro León Zapata por Venezuela, Nasos Daphnis por Grecia, José Luis Cuevas por México, Jacob Meyerowitz por Australia y Edgar Correal y Omar Rayo por Colombia.
Todos ellos tenían una idea sobre lo que iban a hacer, pero no tenían muy claro qué les esperaba en El Tigre y en la carretera hacia el Río Orinoco. Las exigencias de la situación cambiaban muchas de las cosas que cada uno había hecho. La pintura, por ejemplo, no podía ser oleo, pues tenía que estar expuesta al sol y a los violentos temporales que azotan la zona. Menos aún podía ser acuarela o pastel. Se escogió pintura industrial, anticorrosiva, garantizada por sus fabricantes para durar diez años. La valla tenía que ser especial, lo suficientemente fuerte para aguantar el viento, y de una sola lámina de dos metros de alto por cuatro de ancho. Todos se reunieron en un galpón del Club de Leones de El Tigre, lugar que pronto se convirtió en el sitio de romería de toda la región.Venían las señoras de la ciudad y de los alrededores a ofrecer jugos de todo tipo, los indígenas Kariñas a denunciar la expropiación de que son objeto largas filas de estudiantes de colegios a observar. Todo esto ayudó a formar el ambiente en el cual tenían que estar las pinturas, con gente comentando y participando alrededor.

LA BABEL DE EL TIGRE
Hubo muchos problemas con la pintura. Se secaba muy rápido, no revolvía bien, y difícilmente daba el tono con la precisión y la rapidez del óleo o el acrílico. El tiempo era también un problema. El lapso de cinco días para dejar terminada la valla era muy corto.
Muchos pintores demoran en la confección de un óleo de noventa centímetros por cincuenta, más de quince días. Pero la novedosa experiencia hizo que algunos se dedicaran febrilmente al trabajo. Abularach, por ejemplo, pintó su valla en un día. Al día siguiente pintó el reverso, y como sobraba otra valla de los que no asistieron, la pintó por los dos lados. En resumidas cuentas pintó treinta y dos metros cuadrados.
Aparte de los problemas físicos, había problemas de comunicación. Algunos hablaban en inglés, otros en castellano otros en griego o portugués. Las corrientes artísticas eran diferentes y las concepciones del arte y del trabajo del pintor distintas, algunas veces encontradas. Como dice Edgar Correal. "Fue un gran simposio donde no hubo palabras sino pintura. Los idiomas no importaban, las formas plásticas tampoco importaban; porque nos entendiamos los abstractos con los figurativos y con los constructivistas sin ningún problema. Todos estábamos trabajando en la búsqueda de un logro de una armonía. Era una Babel en lá que todos nos entendíamos". Una Babel que resultó.
Rescatar 120 kilómetros de autopista de la polución visual que representa el aviso publicitario es dar visos nuevos a la pintura. Aquí cambian los parámetros tradicionales. Cambian los materiales, cambia el tiempo de ejecución, cambia la obra misma, que necesita de gran claridad expresiva para ser captada en minuto y medio. Cambia el tiempo de duración de las obras. Ellas son efímeras, sólo duran diez años, pero tienen la ventaja de que serán las obras más vistas en la historia del planeta: por esa carretera pasarán quince millones de personas.
En cinco siglos, tanta gente no ha visto la Monalisa.