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VIDA MODERNA

Cinco cosas que los niños quieren decirles a sus papás, pero no se atreven

La psicóloga Gloria Isaza recopiló los principales miedos y quejas de los hijos. Si no se corrigen pueden generar sensaciones de inseguridad y pérdida de confianza difíciles de reparar.

10 de marzo de 2017

Todos los padres han escuchado o leído sobre lo que se debe hacer o decir frente a los hijos para que crezcan felices, seguros de sí mismos y capaces de enfrentar las diferentes situaciones que se les presentarán en la vida. Pero pocas veces, los adultos tienen la oportunidad de saber lo que ellos quisieran decir, pero no se atreven a hacerlo.

La mayoría de los hijos quisieran poder contar que algunos de los comportamientos les impactan, les molestan o les duelen, pero sienten miedo de cómo podrían reaccionar sus padres. Dicen “no me atrevo”, “se van a poner más bravos”, “no les va a importar” o   “se van a poner tristes”. La realidad es que si los padres lo supieran, harían el esfuerzo de cambiar por ellos.

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Sin embargo, hay que recordar que la única manera para que los papás conozcan lo que los hijos están sintiendo es que ellos puedan expresarlo con libertad.  Es así como se construye la conexión emocional entre los dos, que es necesaria para que los niños se sientan queridos, comprendidos y valorados.

Estas son sus principales miedos:

1. "Siento miedo cuando te pones bravo"

Todos los papás sienten rabia frente a algunos comportamientos de sus hijos y reaccionan alzando la voz o expresando esta molestia con los gestos y con el cuerpo. En algunas oportunidades se puede llegar a perder el control, decir cosas que no son ciertas, pegarles o lastimarlos. En ese momento los niños sienten miedo de lo que puede ocurrir, de que sus papás puedan hacerles daño. Este temor los puede llevar a paralizarse, quedándose quietos sin decir nada; a esconderse o refugiarse en otro lugar; o, a enfrentarlos como si no tuviesen miedo, tratando de explicar a sus papás lo sucedido o adoptando la actitud de “no me importa” con sus palabras o con sus acciones.

Poco a poco se va creando en los niños un sentimiento de inseguridad y desconfianza con sus padres, quienes dejan de ser la figura de protección que los entienden y corrigen amorosamente. El reto de los padres es que los hijos desarrollen los valores en su interior y no que actúen guiados por el miedo. En ese sentido, es importante abrir la puerta para disculparse con ellos cuando se pierde el control y se les hace daño. Así, ellos pueden expresar lo que sintieron en ese momento.

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2. “Siempre estás en tu celular”

En esta era de la tecnología se corre el riesgo de ignorar a las personas que están a nuestro lado por estar conectados con quienes están lejos. Cuando los padres no paran de utilizar el celular en los momentos en que los hijos les hablan o los necesitan, ellos sienten que no son lo principal sino que nuestros amigos o nuestro trabajo son más importantes que ellos.  Los niños quieren pedirles a los padres que dediquen un momento para poder contarles lo que sienten, necesitan o están viviendo.

Dar tiempo a los hijos no es solo estar presentes, es permitir la conexión emocional con ellos. Para lograrla es necesario dejar de lado lo que se hace, mirarlos y escucharlos con toda la atención. Solo así sentirán que lo que están relatando es importante y que son vistos, escuchados y tenidos en cuenta por sus padres.

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3. “Escúchame antes de regañarme”

Todos los papás en alguna oportunidad han regañado a sus hijos sin darles la oportunidad de explicar qué fue lo que sucedió. Tal vez ese regaño ha sido producto de una equivocación en la interpretación de las cosas y por eso ellos pueden percibir que la sanción que reciben es injusta frente a lo que han hecho.

Mantener la calma y preguntar ¿que pasó? antes de corregir, permite a los hijos sentir que son entendidos y tratados con justicia. Entender no significa aceptar lo sucedido, entender es ponerse en el lugar del niño, es dar valor a sus sentimientos y a su decisión, aun cuando no fuera la correcta.

La misión de los padres es acompañar a los niños en el proceso de desarrollo de la autonomía, hacerse cargo de si mismos y tomar sus propias decisiones. Al principio necesitan que las tomemos con ellos y luego que los apoyemos para que lo hagan solos. Equivocarse es parte importante de este aprendizaje y el camino para entender que cada decisión tendrá alguna consecuencia en su vida. Les ayuda a aceptar que está bien equivocarse, que los errores nos permiten avanzar y crecer, a desarrollar la constancia y el coraje para intentarlo de nuevo.

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4. “Por favor no peleen”

Uno de los temores de los niños es que los papás peleen y se divorcien. Cuando escuchan o participan de sus discusiones y desacuerdos este miedo se activa, sienten temor de perder su familia, de quedarse solos y no tener quien los cuide y proteja. Cuando las discusiones tienen que ver con ellos se sienten culpables por causar las dificultades entre sus padres y ser una carga para ellos. Si las peleas son frecuentes pueden hacerse los dormidos o los distraídos para escuchar lo que está sucediendo entre sus padres e intentar hacer algo para que dejen de discutir y se quieran de nuevo.

Tratar de resolver las diferencias en ausencia de los niños y si no posible, explicarles que son temas de adultos y que ellos no son responsables de lo que pasa. Cuando se haya solucionado la discusión, es importante hablar con ellos para que sepan que se ha resuelto y recuperen la seguridad en su familia. Así ellos aprenden que las diferencias hacen parte de la vida y que son necesarias para avanzar y crecer. También que lo importante es aprender a afrontarlas y resolverlas manteniendo el respeto por el otro. Los padres son los principales modelos de los niños y ellos aprenden así cómo resolver los conflictos.

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5. “Me haces falta”.

Hoy muchos papás y mamás trabajan fuera de la casa y dejan los niños al cuidado de otra persona: las abuelas, las nanas… Mucho se ha hablado de la importancia de que la calidad del tiempo con los hijos es más importante que la cantidad y esto es relativamente cierto.

La relación se construye en la interacción, en las experiencias diarias de la vida, en la seguridad de contar con ellos en los buenos momentos y en los difíciles, en los abrazos y el afecto recibido. Trabajar no puede significar delegar esa relación en otra persona. Para construirla es necesario equilibrar los tiempos dedicados al trabajo y a la familia.