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Familia real británica

MI TRONO POR UN DIVORCIO

El escándalo sobre el fracasado matrimonio de los príncipes de Gales alcanza palabras mayores: abdicación.

27 de julio de 1992

Hasta ahora, los fracasos matrimoniales de los hijos de la reina Isabel II de Inglaterra sólo habían generado el lógico revuelo sobre sus amoríos y separaciones. Pero la semana anterior el asunto alcanzó proporciones mayores. El divorcio del príncipe Carlos más que un escándalo en la Corte se convirtió en un problema de Estado. Al tratarse del heredero al trono, el divorcio significa también la renuncia a su derecho como sucesor. Y a los ojos de muchos, este evento podría acabar con casi mil años de monarquía británica.

El amor ha hecho tambalear varias veces los cimientos de la Corona británica. En este siglo produjo una abdicación. En 1936, cuando el recién coronado rey Eduardo VIII renunció al trono por amor a Wallis Simpson, una norteamericana divorciada. Ahora, 56 años después, la historia puede volver a repetirse. Aunque con una diferencia: el príncipe Carlos no abdicaría para casarse con una plebeya, sino para divorciarse de ella. En Buckingham se está discutiendo la posibilidad de que el príncipe Carlos renuncie a su derecho de sucesión como única salida a su inminente separación y al escándalo provocado por la publicación de la biografía "Diana: su verdadera historia". El libro ha dejado la imagen del heredero al trono -según sus propias palabras- "profundamente deteriorada". Mientras Diana aparece ante sus súbditos como una sufrida mujer condenada a un matrimonio sin amor, Carlos ha sido descrito como un hombre egoísta, inmaduro, incapaz de dar afecto a sus hijos e infiel.

Pero la cosa no es sólo cuestión de imagen. Tratándose de un heredero al trono, la perspectiva de un divorcio toca serias cuestiones constitucionales. Algunos expertos sostienen que no existe obstáculo constitucional que impida a un rey divorciado reinar (el famoso Acto of Settlement, de 1770, se limita a vetar el matrimonio de un soberano con una católica), y que ser un mal marido no le impide a Carlos desempeñarse como rey. Pero desde los tiempos de Enrique VIII, no ha existido en la historia inglesa un soberano divorciado. Y el punto álgido del asunto es que el monarca británico es también la cabeza de la Iglesia Anglicana. Y es dificil concebir a un divorciado como jefe de una Iglesia que no admite la disolución del vínculo matrimonial. Así que desde el punto de vista religioso, ningún monarca reinante puede buscar el divorcio sin ser obligado a abdicar.

Esto hace la sucesión más traumática. Por ello, los consejeros de la reina le han sugerido al príncipe Carlos suscribir "en privado" una renuncia voluntaria a sus derechos, en favor de su hijo Guillermo, quien acaba de cumplir 10 años. (Sería el rey Guillermo V). Esto podría suceder ahora o en el momento en que la reina cese sus funciones, por abdicación o fallecimiento. Pero en ambos casos necesitaría de un regente hasta alcanzar la mayoría de edad y la pregunta del millón de libras es ¿quién podría ser el regente? Ahí no radica sin embargo todo el dilema de la Corona británica. A las viejas insatisfacciones de muchos súbditos sobre el costo económico de la monarquía, se ha sumado el desastre matrimonial de la nueva generación. Desde siempre los reyes han sido el pilar moral de sus súbditos. El matrimonio de la reina Isabel de Inglaterra con el príncipe Felipe de Edimburgo -aburrido o no- ha sido un ejemplo de estabilidad, como lo fueron antes los de su padre y su abuelo. Y junto a la figura de la nonagenaria reina madre, viuda desde hace 40 años, son el símbolo de solidez que ha inspirado el respeto y la admiración a los británicos durante medio siglo.

Pero lo mismo no puede decirse de sus herederos. La democratización de los matrimonios en la realeza ha demostrado dos cosas: que las uniones entre príncipes y súbditos no funcionan y que los príncipes de hoy no anteponen su felicidad al deber: uno tras otro se han venido abajo el matrimonio de Ana con el capitán Mark Phillips, el de Andrés con Sara Fergusson y ahora el del Carlos y Diana Spencer.

Pero si un soberano sin su consorte es impensable, la posibilidad de un nuevo matrimonio lo es más. La reina Isabel mantiene firme su postura de que la separación de Carlos y Diana no debe ser sancionada por los tribunales, lo cual descarta de plano la posibilidad de un divorcio. Pero, independientemente de ello, Carlos ya ha perdido la partida ante un tribunal más importante: su madre, quien desde hace tiempo alimentaba serias dudas acerca de su capacidad para guiar a la monarquía inglesa en el siglo XXI.

Lo cierto es que "la guerra de los Gales" ha hecho renacer los aires republicanos en los admiradores de Oliver Cromwell- el único antimonarquista exitoso en la historia inglesa- y hoy no son pocos los que cuestionan si Inglaterra debe seguir siendo una monarquía. "Si la vocación monárquica de los británicos es indudable, el respeto y la lealtad no son automáticos", señalaba hace poco un columnista. Y si la estabilidad de la monarquía se mide por la de sus matrimonios, la británica está en la cuerda floja.

Hay quienes sostienen que los ingleses no sólo no verán a Carlos convertido en Rey de Inglaterra, sino que también ponen en entredicho el futuro de Guillermo V.