Arqueologia

La sicodelia de los dioses

Dos arqueólogos acaban de descifrar uno de los grandes misterios de la antigüedad: el del Oráculo de Delfos. Todo parece indicar que la pitonisa que predecía el futuro no estaba en contacto con los dioses sino bajo el efecto de un gas alucinógeno.

11 de agosto de 2003

Uno de los más importantes templos religiosos de la antigua Grecia era el de Apolo, en la ciudad de Delfos. Allí se encontraba el Oráculo de Delfos, un lugar donde los griegos acostumbraban a ir para consultar a una pitonisa, una mujer que tenía la habilidad de ver el futuro y de interpretar los designios de los dioses. Muchas de las decisiones que se tomaban en Grecia dependían de lo que dijera esta mujer, ya que los ciudadanos del común consultaban al Oráculo para decidir el rumbo de sus vidas. También estaba presente en los grandes mitos de la cultura griega: Orestes y Edipo (dos de los personajes más representativos de la mitología) consultaron al Oráculo para conocer su destino.

Sin embargo todo parece indicar que la pitonisa que predecía el futuro de los griegos no estaba en contacto con los dioses sino bajo la influencia de un poderoso gas alucinógeno.

La tradición griega atribuía a la pitonisa la capacidad de conocer el futuro. Para algunos escritores de la época, como Plutarco, cuando la pitonisa entraba al templo (y sólo ella podía hacerlo) era poseída por Apolo, dios de las profecías. Entonces emergía de la tierra una especie de vapor que la pitonisa inhalaba y que le permitía un contacto directo con el dios. Según Plutarco estas emanaciones eran el espíritu de Apolo que brotaba bajo la forma de gas o de liquido. La pitonisa se convertía en una suerte de instrumento que Apolo utilizaba para hablarles a los humanos y darles respuestas. Además la pitonisa se sumergía en un estado de éxtasis.

Durante siglos la versión de Plutarco fue aceptada, hasta el año 1900, cuando el investigador francés Adolphe Oppé decidió reabrir la investigación. El arqueólogo se dirigió al lugar, donde se dedicó a investigar por varios años. Después de llevar a cabo un sinfín de excavaciones Oppé concluyó que las descripciones de Plutarco eran erradas. En primer lugar no existía ninguna evidencia de que un gas brotara del suelo. Además, incluso si esto hubiera sucedido, no existía un gas capaz de generar lo que los griegos describían. La investigación de Oppé generó gran controversia entre los arqueólogos de entonces. El revuelo fue tan grande que otro arqueólogo, Pierre Amandry, inició otra excavación. Esta nueva investigación confirmó que un fenómeno como el que describían los antiguos sólo podía suceder en una región altamente volcánica, y este no era el caso de Delfos. Esta teoría cerró el caso y los historiadores asumieron que los textos de Plutarco se basaban en leyendas tejidas alrededor del famoso Oráculo.

Sin embargo, en 1980 y gracias a una casualidad, las cosas cambiaron de nuevo. Ese año la ONU inició una gran investigación en Grecia sobre actividad volcánica. Jelle de Boer, geólogo alemán que participaba en el estudio, encontró que en la zona donde se situaba el templo de Apolo había, en efecto, una gran falla subterránea. De Boer no se interesó demasiado por este descubrimiento y lo consideró una simple curiosidad.

En 1996 De Boer le comentó su hallazgo al arqueólogo John Halle, quien se mostró muy interesado e inició una enorme investigación que culminó el mes pasado y que demuestra que las predicciones de la pitonisa eran causadas por la emanación de gases. Durante la excavación Halle y De Boer descubrieron que el templo se situaba en un terreno sumido cuatro metros por debajo del nivel del suelo. Encontraron una fisura de donde, efectivamente, se podían filtrar gases. También hallaron una red interna de corrientes de agua. Sin embargo la grieta se había cerrado a causa de movimientos telúricos.

En seguida los científicos estudiaron las emanaciones que provenían de la antigua fisura. De Boer se dedicó a estudiar el subsuelo en busca de una mejor explicación y encontró que la fisura era muy profunda y que el agua circulaba muy cerca de algunas fuentes de residuos petroquímicos. Por lo tanto lo que brotaba a la superficie, más que agua, era un líquido viscoso que tenía una gran cantidad de petroquímicos. Junto con estas emanaciones venían algunos gases, como etano, metano y etileno. Una de las cosas que más le llamó la atención a De Boer era que el etileno tenía un olor muy perfumado, muy similar al que describía Plutarco en sus textos.

Más tarde el toxicólogo James Spiller confirmó que la inhalación de estos gases podía producir efectos anestesiantes y alucinógenos. Spiller explicó que se trataba de un efecto muy similar al que produce inhalar éter, pegante boxer o thiner. Si estos gases son inhalados en grandes cantidades pueden dejar a la persona en un estado de trance y aunque permanece consciente no tiene noción de sus propias palabras. También es posible que genere la sensación de euforia y de demencia momentánea. Estas reacciones corresponden plenamente con las descritas por los griegos.

Lo interesante del descubrimiento de De Boer y Halle es que insinúa que gran parte de las creencias religiosas de los griegos (tal vez la civilización Occidental más importante) podrían venir de los delirios de una adicta a los gases alucinógenos.