Mentes que duran

Recientes estudios demuestran que el cerebro de los humanos está diseñado para vivir mucho tiempo y que los más inteligentes son más longevos que los menos dotados.

26 de febrero de 2002

Durante mucho tiempo la humanidad ha vivido ceñida a la premisa de que se vive más mientras más sano sea el estilo de vida: poco trago, cero nicotina y mucho ejercicio. Pero todo parece indicar que la vida zanahoria no es suficiente garantía para vivir más de 70 años y afrontar esa edad con un buen estado de salud tanto físico como mental. Un grupo de gerontólogos reunidos en París para hablar del tema ‘cerebro y longevidad’ pudieron comprobar, a través de varios estudios, que para vivir mucho tiempo tal vez lo único que se necesita es tener muchas neuronas. En otras palabras: viven mas quienes son más inteligentes.

De esto último puede dar cuenta Ian Deary, un sicólogo de la Universidad de Edimburgo que participó en el coloquio organizado por la Fundación Ipsen, realizado en octubre pasado y cuyas conclusiones acaban de ser reveladas para el interés de la comunidad científica y el mundo en general.

Deary realizó un trabajo con septuagenarios sobrevivientes de un amplio grupo de estudiantes nacidos en 1921 que cuando tenían 11 años habían tomado un examen para determinar su coeficiente intelectual, o CI. En 1936 medir el CI de las personas era una iniciativa muy de avanzada a la cual muchos no le veían sentido y por ello el proyecto al poco tiempo fue olvidado y los arrumes de papeles con los resultados quedaron abandonados en un granero. Hasta allí llegó Deary, quien en 1992 buscó estos documentos, luego convocó a aquellos estudiantes que aún vivían y los convidó a la misma sala de clase donde antes habían tomado el examen. El objetivo era volverles a hacer la prueba para determinar si quienes tuvieron resultados prominentes aún podían mantener ese alto puntaje pero, sobre todo, saber si quienes habían sobrevivido eran los mismos que ostentaron los mejores resultados 60 años atrás. El experto encontró que quienes tomaban la prueba eran evidentemente los de mejor CI pero la correlación a mayor inteligencia mayor vida fue mucho más fuerte entre las mujeres. Esto, según el investigador, lo explicaría el hecho de que la Segunda Guerra Mundial habría segado la vida de los más inteligentes.

Pero el dato que más sorprendió no fue ese sino comprobar que entre los individuos con CI más alto había un fuerte consumo de alcohol y nicotina, dos de las sustancias a las que más se ha culpado de causar el deterioro del organismo. Lo anterior habría sido una curiosa coincidencia de no ser porque la semana pasada un grupo de científicos de la Universidad de Rotterdam publicó un estudio en la revista The Lancet en el cual se observó que tomar dos o tres copas de cualquier licor al día reducía a la mitad el riesgo de desarrollar el mal de Alzheimer.

Otros trabajos presentados en el coloquio arrojaron resultados en la misma dirección de la investigación de Deary. Los menos inteligentes o menos educados mueren más temprano, ya sea víctimas de una demencia tipo Alzheimer, de cáncer de estómago o del pulmón e incluso de sida. Lo anterior confirma una vieja teoría en el sentido de que el riesgo de demencia disminuye con el número de años de educación formal y que la actividad mental durante la vida es un factor neuroprotector. Para algunos la explicación a este fenómeno puede resultar un tanto obvia: los individuos más inteligentes gozan por lo general de un mejor estatus social que individuos menos favorecidos intelectualmente. Ese nivel les permite llevar una vida más agradable y protegerse mucho más de los peligros que aquellos no tan afortunados. Además los más inteligentes tienden a tener profesiones menos peligrosas, con excepción de los que eligen la carrera militar.

Pero hay otras razones más complejas. El cerebro humano está hecho para vivir mucho tiempo y a medida que aumenta la expectativa de vida este órgano se prepara para vivir más. “Cerebros voluminosos y larga duración parecen haber evolucionado juntos, y pueden también hoy continuar influenciándose mutuamente”, afirmó un experto. Estas conclusiones se hicieron a partir de estudios sobre el tamaño del cerebro entre las especies. Las que poseen un encéfalo más grande son las que viven más tiempo. ¿Un ejemplo? Los seres humanos, cuyo cerebro es tres o cuatro veces más grande que el de los simios, viven dos o tres veces más que estos últimos.

En este caso el tamaño es resultado de una evolución biológica muy importante. El cerebro humano voluminoso y complejo como es— contiene una programación excepcional, memoria flexible y un sinnúmero de conexiones neuronales que hacen de este órgano una máquina hecha para trabajar bien durante largo tiempo. En otras especies de animales la vida útil de los machos termina una vez se han reproducido y por eso pueden morir después de hacerlo sin que esto afecte para nada las posibilidades de supervivencia de la especie. En los hombres y en los simios las situación es diferente. Los adultos, aun después de terminar su etapa reproductiva, cumplen un papel determinante en la educación de los más pequeños. Según John Allman, del California Institute of Technology (CalTech), entre los simios superiores se necesita de la existencia de aquellos más viejos pues sus cerebros son una mina de información demasiado preciosa para desecharlos. Lo mismo sucede con los humanos. Sus cerebros grandes son sinónimo de vida larga y de una longevidad más allá de la reproducción para que la acumulación de saberes pueda ser transmitida de generación en generación. Se trata de una buena noticia para los miembros de la tercera edad en estos tiempos en los que se tiene en cuenta más a la juventud mientras que a los adultos mayores se les considera un estorbo para la sociedad.

Pero un obstáculo para vivir más podría ser la posible aparición de enfermedad ‘de la vejez’. Los estudios del gerontólogo norteamericano Carlen Finch, sin embargo, muestran que en los simios y en los antepasados de la especie humana la evolución genética retrasa la edad de estas enfermedades degenerativas del cerebro. Jean Marie Robin, del instituto Insinr, de Montpellier, examinó en detalle el caso de seis señoras y un hombre que sobrepasaban los 115 años y no encontró sino un solo caso de demencia senil. “Una proporción de individuos de 100 años no presenta ningún signo de demencia e incluso los que sobrepasan esta edad se defienden bastante bien”.

Así las cosas, para durar muchos años no sólo es necesario ser joven de espíritu sino que quizá lo más importante sea tener una mente brillante capaz de desafiar el paso de los años.